“Semirrecogido como la nota inicial del Bolero de Ravel, el recuerdo se orilla, se resiste a salir de las estrecheces de un momento, pero, en esa tenacidad desgarradora, la melodía se ensancha a dos compases para incomprensión de los otros, porque in crescendo cada cual vibra con su propio tiempo. Y es imposible volverlo cotidiano”, cavila mientras ordena la ropa del niño, dispersa en gavetas.
“Tiene claridad de plenitud, acaso mañanera o nocturna. Qué más da; es preciso mantenerlo a raya, de lo contrario se peligra con enloquecer tras ese instante sin retorno en que debimos haber actuado distinto”, asegura con una vehemencia falsa, pues, a esa altura de la edad, uno se arrepiente de casi todo, incluso del recuerdo; y desde la viudez se apremia a poner de nuevo la foto en la repisa.
Se pasea por la vida con apremio, en un intento inútil de autodestierro emocional. Los hijos escriben a cada tanto y ella siempre asegura estar bien; de repetirlo hasta se lo cree. Colocadas en el cinto, las manos semejan urracas asustadas, de desvestirse solo, hoy y quizá después. Los amigos preguntan por el estado de ánimo; él miente buscando un poco de paz.
Los dos, hastiados, prisioneros de vidas idas; ella en clave sinfónica, él en ritmo de corazón roto. Ninguno está predestinado a tropezarse, ni tan siquiera por casualidad siguiendo la estela de ese hilo rojo del destino, recurrente en las malas lecturas, regalo de una Internet zonza.
Cada quien ha hecho su particular lazo de circunstancias, su papel doblado de alegrías y dolores, su botón caído y perdido, su manantial inagotable de horas, seco de agua. Nada los ata, los guía. Mas, en ese inexplicable mar de coincidencias, ambos hojean la poesía de Vicente Huidobro; “Piensa, recuerda, olvida. Que tu recuerdo olvide sus recuerdos, que tu olvido recuerde sus olvidos. Cuida de no morir antes de tu muerte”, grita el bardo.
Una frase los congela al unísono sin haberse tocado: “Dos cuerpos enlazados domestican la eternidad”. Ella acaricia relajada las prendas del hijo, él quita el polvo de la esposa enmarcada en dorado. Ambos, asomados al balcón; lado a lado. Huidobro da esperanzas.
“Estamos cosidos a la misma estrella”, les canturrea el chileno; así, reconciliados consigo mismos, se duermen.
3 comentarios
Para mi, enigmático, como la poesía en las canciones de Silvio. Mejor disfrutarlo que afanarse en ‘entenderlo’. Habrá siempre tantas lecturas como lectores, y cada quien se imaginará las circunstancias, o metáforas que los envuelven, a ella y de él. Tampoco nadie sabe a ciencia cierta por qué el dinosaurio estaba alli, todavía.
Para mi, enigmático, como la poesía en las canciones de Silvio. Mejor disfrutarlo que afanarse en ‘entenderlo’. Habrá siempre tantas lecturas como lectores, y cada quien se imaginará las circunstancias, o metáforas que los envuelven, a ella y a él. Tampoco nadie sabe a ciencia cierta por qué el dinosaurio estaba alli, todavía.
Me encantó tu minicuento aunque no niego que tuve que leerlo varias veces, no solo para disfrutarlo, sino también para comprenderlo e interiorizarlo. Ya extrañaba tus escritos. Biensabes que los viejos y sobre todo los viudos se vuelven más.sensibles y emocionales. Conntinua escribiendo tan. superbien, que yo te acompaño