El político se enfrenta a una tormenta judicial. Sin embargo, otros escándalos impulsaron las encuestas a su favor

El lunes 14 de agosto, un gran jurado en el condado de Fulton, Georgia, entregó una acusación de delito grave de 41 cargos y 98 páginas. Los fiscales alegaron que el expresidente de los Estados Unidos Donald Trump interfirió ilegalmente en las votaciones de 2020.

Por ahora el político no tiene que ir a la cárcel y es muy dudoso que eso ocurra antes de las elecciones del 5 de noviembre de 2024; incluso desde prisión podría competir por la presidencia.

De hecho, Trump utiliza este y otros juicios como trampolín para su reelección. Según The Economist, los cargos en su contra son una baza importante de la campaña. “Llaman la atención sobre él y su mensaje de desafío intrépido, a pesar de la persecución”.

Una encuesta reciente muestra que el empresario puede contar con el 52 por ciento de los republicanos. Su primer rival, Ron DeSantis, tiene que conformarse con el 17 por ciento. Tampoco carece en absoluto de posibilidades de ganar en su duelo con Joe Biden.

El actual mandatario tiene un grave problema en el frente socioeconómico. Los salarios de los trabajadores bajo la gobernanza de Trump superaron la inflación, mientras que con la actual gestión cayeron en términos reales y los gastos hipotecarios están cada vez más fuera del alcance de mucha gente.

Apenas un tercio de la ciudadanía aprueba las políticas financieras de Biden y también solo una tercera  parte de los afroestadounidenses (grupo electoral clave para los demócratas) afirma que esas medidas han ayudado a la población negra, de acuerdo con Financial Times.

Una vez elegido, Trump podría utilizar su poder para conseguir que se desestimen las causas judiciales contra él. Existe también la posibilidad de que se indulte a sí mismo. En cualquier caso, el magnate tiene claros planes para doblegar completamente el sistema político a su voluntad en caso de volver a ganar la Casa Blanca. Por ejemplo, quiere suspender partes de la Constitución y sustituir a los funcionarios actuales por personas dispuestas a cumplir sus órdenes.

Quiere además apoderarse del poder judicial, desmantelar organismos independientes y destruir prácticamente el poder del Parlamento, como ocurre en Hungría o Polonia.

De hecho, un porcentaje cada vez mayor de la población (de los Estados Unidos, pero también de Europa) considera que ni está representada por su gobierno ni este lo tiene en cuenta. Ve disminuir su poder adquisitivo mientras las grandes empresas y los bancos se embolsan unos beneficios inmensos.

Por eso, cada vez más personas dejan de confiar en la clase política tradicional. La consideran una camarilla que no las defiende, sino que actúa acorde con la élite. Esa es asimismo la razón por la que depositan sus esperanzas en un líder que creen pondrá fin a esa situación. Es un mecanismo que se puede apreciar en casi todos los países occidentales.