Por IGOR GUILARTE FONG
Abren una fosa común en el cementerio de Montjuïc, a la falda de la montaña. Con ruido mecánicamente perturbador, una perforadora y una excavadora quebrantan el rudo pavimento y la paz de los sepulcros. Transcurre la fresca mañana del miércoles 28 de abril de 2021, en Barcelona. Buscan a Pablo.
Guiados por pesquisas históricas –y en particular por el testimonio que un enterrador dio hace años a Zoe de la Torriente– arqueólogos, expertos y autoridades locales aguardan con solemnidad ante el nicho 3772, en cuyas inmediaciones, confían, yace el internacionalista. Para verificar su identificación por ADN, si lo hallaran, Zoe entregó en 2009 una “mata de pelo” del hermano.
Desde 2018, cuando un convenio firmado entre el gobierno catalán, el Ayuntamiento de Barcelona y el Consulado cubano en esa región dio luz verde para retomar la búsqueda y reivindicación del héroe perdido, allá y acá –en Cuba– la posibilidad del hallazgo ha desatado un raudal de esperanzas y emociones.
Pablo de la Torriente Brau, intelectual y revolucionario que cayó peleando con los milicianos en los días febriles de la lucha contra el fascismo, podría estar más cerca que nunca del anhelado viaje de regreso a casa, 85 años después.
Buscando a Pablo
“Oye, viejo, hay que buscar a Pablo”. Policarpo Candón, comandante del fogueado batallón de choque, ha llamado a Justino Frutos, jefe de la segunda compañía. Han pasado 24 horas sin noticias del hombre más querido de la tropa: el comisario político que ha ganado fama en el frente por sus broncas nocturnas con el enemigo. Era tal su brío en esa lucha ideológica paralela a los bramidos de cañones y carabinas que, en los careos de barricada a barricada, sus compañeros pedían: “Que hable el cubano”.
En la trinchera gana galones por el uso de la palabra, lo mismo que el fusil. Agitador sin desmayo ha sido adalid en curtir la moral de la tropa republicana. Además, con su formidable estatura –185 centímetros– y arrojo, ha estado en la primera línea, en los combates más peligrosos. Por eso consterna sobremanera su ausencia. Hay que traerlo como sea, vivo o muerto.
La avanzadilla temeraria de Frutos ingresa en el campo de batalla. No se necesita un rastreo intenso. A poco surge algo entre la neblina. “Encontré a Pablo: estaba tendido en el suelo, boca arriba. El cuerpo todavía estaba caliente. Le grité, ‘Pablo’, pero no me contestó. Le quité la chaqueta y la camisa y vi que una bala le había entrado por el corazón y le había salido por el hombro”, narró Justino. ¿Ha tardado en morir? Un montoncito de tierra al lado sugiere el postrero esfuerzo por esconder sus papeles. Cinco hombres taciturnos lo cargan de vuelta al campamento.
En la llamada Batalla de la Niebla le llegó la muerte impertinente. Cayó el 19 de diciembre de 1936, en el frente de Majadahonda, a 12 kilómetros de Madrid. Siete días antes había cumplido 35 años. Tras su rescate fue embalsamado, ascendido póstumamente a capitán y enterrado –el día 23– en Chamartín de la Rosa, necrópolis que ya no existe. Ahí se captó el impresionante testimonio gráfico del cadáver en un ataúd.
Lino Novas Calvo describió el instante de luto: “En pocos meses, Pablo se había hecho querer y admirar de todos. Todos se dieron cuenta de que habían perdido un héroe. Yo hubiera querido decirles allí mismo que todos habíamos perdido también un gran escritor. A la puerta esperaba la carroza. La tarde se iba tornando plomiza. El silencio era más y más profundo”.
El Atlántico está de por medio, aun así, su esposa Teté Casuso reclama desde La Habana los restos. Con el propósito de embarcarlos, en junio de 1937 los exhuman y conducen de Madrid a Barcelona en caja de bronce; pero, el ejército franquista domina la Ciudad Condal y se frustra la repatriación. Como alternativa los dejan en el nicho 3772, en una concesión por dos años.
El 26 de septiembre de 1939, según sugiere un registro, al expirar dicho permiso provisional sacan los restos y, junto a otros 11 desconocidos y dos fetos, los reubican en algún hoyo sin nombre. Me quedaré en España, compañero/ me dijiste con gesto enamorado/ Y al fin sin tu edificio tronante de guerrero/ en la hierba de España te has quedado, esbozó el célebre Miguel Hernández en su –¿premonitorio?– poema Elegía Segunda, que luego Silvio Rodríguez trocó en canción.
Pablo de la Torriente Brau nunca salió de España; acabó en una tumba esquiva de Montjuïc. Allí, ahora, truenan las máquinas, y con cada golpe de los hierros en el endurecido terreno se agrieta el silencio de los difuntos y ensancha la zanja de incertidumbres. ¿Estarán ahí los huesos oscuros, fríos… benditos? Desde hace tanto –décadas– andan buscando a Pablo.
Espíritu y materia
Su vida fue un torrente de episodios superpuestos. Podría pensarse, incluso, que en su contra. ¿Cuánto podría evocar de su genio y figura? ¡Necesitaríamos tiempo y espacio desmedidos! Mejor que él mismo cuente:
“Fui uno de los seis fundadores del Ala Izquierda Estudiantil Universitaria de Cuba, en 1930. Tomé parte en la famosa tángana del 30 de septiembre, reinicio de una violenta campaña contra Machado, y tuve el honor de ser herido en ella, junto a Trejo. Guardé prisión en Cuba por un total de 27 meses, en las prisiones de La Cabaña, El Príncipe, la Cárcel de Nueva Gerona y el Presidio Modelo, de Isla de Pinos. Fui, de la prisión, enviado a España, pudiendo quedarme en New York, en donde, por espacio de cuatro meses, vendí ice cream por la calle y trabajé en una factoría de escobas. Regresé a Cuba a la caída de Machado y tomé parte en la depuración universitaria –especialmente en la de Antonio Sánchez de Bustamante. Estuve en el ataque al Instituto por el Ejército, en el que hubo muertos y heridos. Estuve también en otro ataque a la Universidad. Tomé parte en la última huelga, y, por mis ataques al ejército de Batista, contra el que formulé acusaciones por asesinatos, en el propio Campamento de Columbia ante un Consejo de Guerra; si me cogen esta vez me la arrancan. Huí en aeroplano para Miami y de ahí vine para New York, en donde actúo con el Club «Julio Antonio Mella», la Liga Antimperialista y otras organizaciones revolucionarias. Y aquí estoy luchando por encontrar trabajo”.
Mecanografía esta síntesis autobiográfica durante su segundo exilio neoyorkino. Allá, tras participar en un mitin, le sobreviene la decisión de su vida: “He tenido una idea maravillosa, me voy a España, a la gran revolución española”, escribe a Juan Marinello, en carta del 6 de agosto de 1936.
Dice que se va a ser arrastrado por el gran río de la revolución, a ver un pueblo en lucha, conocer héroes, oír el trueno del cañón y sentir el viento de la metralla… “Porque mis ojos se han hecho para ver las cosas extraordinarias. Y mi maquinita para contarlas”, afirma a su entrañable amigo Raúl Roa el 18 de agosto. Acudió como corresponsal y murió como soldado, en el cenit de su existencia.
Algunos lo tildaron de acto aventurero, en esencia no lo fue. Él vio en la Guerra Civil Española –donde apenas pudo combatir tres meses– una escuela para la lucha que debían seguir en Cuba. No todos van a España por dinero. Así era Pablo en espíritu y materia, un ser apasionado, un varón cargado de ideales, y con la voluntad y el talante suficientes para hacerlos respetar.
Ética y estética
Como escritor y periodista fue un artista. Su letra es el esqueleto de sus convicciones. Pluma en ristre nunca deja de jugar con el lenguaje: es directo, picante, “chivador”, realista, brillante.
Lo minúsculo y lo magno habita visceralmente en su escritura. En sus obras y reportajes –Presidio Modelo, Aventura del soldado desconocido cubano o Realengo 18, simples ejemplos–, en su mayoría testimoniales porque eran la novela de su vida, son verdaderos pergaminos históricos y paradigmas periodísticos. Leerlo es como vivir lo narrado, estar en el lugar descrito.
Gracias a la ingente labor del Centro Cultural Pablo y de su director, Víctor Casaus, durante dos décadas se ha difundido su legado intelectual, compilando sus ficciones, artículos y cartas en decena de volúmenes que nos conectan a su excepcional calibre.
Calma y remolino
Nacido en Puerto Rico hace 120 años –el 12 de diciembre de 1901–, siendo niño su familia se trasladó a Santiago de Cuba, donde su padre fundó un colegio. Se dejó fascinar por Cuba y esta pasó a ser su patria de corazón. La República había nacido herida y Pablo creció con ella, viéndola padecer. Soñó ser capitán de barco y hasta aprobó algunos exámenes; estudió en la Universidad de La Habana pero tampoco se licenció, porque venció su espíritu rebelde, y acabó dedicándose a la lucha política contra las felonías.
En verdad se llamaba Pablo Félix Alejandro Salvador de la Torriente Brau, aunque en casa el largo nombre bautismal se contraía en dos tiernas sílabas: Nene. Como un niño grande era: de rostro agradable, extremidades largas y anchas espaldas, vozarrón estrepitoso y pisadas de dromedario, lo describió su hermana Loló.
Leía furibundamente a Salgari, a Julio Verne, a Martí y las hazañas mambisas; practicaba deportes: el rugby y el arte de los puños callejeros; era capaz de hacer las más estupendas muchachadas. Loco enamorado, amaba a Teté. En resumen, era una personalidad precursora, gallarda y vivaz, en época de grandes disturbios.
Deuda y victoria
Dos semanas después de haber iniciado las labores de excavación, arqueólogos y autoridades catalanas descartaron la existencia de la supuesta fosa en Montjuïc y dieron por cerrada la operación de búsqueda. ¿Otra escaramuza del destino agorero?
Hallar los restos de Pablo es como una asignatura pendiente. Sigue el sueño humano de traerlo y sembrarlo con respeto en medio de la naturaleza cubana, tierra que devino su patria. Sin embargo, es como un cruce de sentimientos.
Me viene de su memoria aquella preclara frase expresada a Roa: «Y asistiré, sea como sea, al gran triunfo de la revolución. Venceremos. Te lo aseguro”. Con esa apreciación me quedo. Desborda las fronteras del tiempo y del espacio. Porque quizás la muerte fue su argumento final para ganar insondables batallas. Al final de todo viaje, comienza un camino.
¿Quién afirma que es incógnita su tumba? ¿Que no hallan su deteriorado calcio? Pues buscan mal. ¡Arriba, muchachos! A Pablo de la Torriente Brau han de buscarlo en la eternidad. Allá sigue intacto; porque como recitó el bardo amigo:
Ante Pablo los días se abstienen ya y no andan.
No temáis que se extinga su sangre sin objeto,
porque este es de los muertos que crecen y se agrandan
aunque el tiempo devaste su gigante esqueleto.
7 comentarios
Igor, Bohemia:
Qué lectura de vida este domingo, tras la ruta de Pablo, entre Cuba y España…
Sólo dos palabras: Muchas gracias!
Aurelio Francos
Excelente crónica. Gloria eterna a Pablo. Vive en la eternidad. EPD
Buenísimo este trabajo!!!
Excelente trabajo, gracias.
Cuando se escribe con amor, lo que fluye desde el corazón es poesía. Pablo inspira desde esa altísima eternidad donde no deja de crecer. Igor se empinó para acercárnoslo en este trozo de cielo
Siempre es un gusto leer la historia bien contada. Gracias por la pasión e inteligencia con que usted lo hace.
Esperamos más para el nuevo año.
Felicidades!!!
Conmovedor relato y ejemplo de buen periodismo histórico. Gracias, colega. Que 2022 nos traiga otros trabajos como este.