Foto./ hoy.com.py
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¿Un dengue light?

Una epidemia desconocida hasta ahora por los cubanos, la fiebre de Oropouche, ha hecho su aparición en la Isla para nutrir la lista negra de los médicos contra los vectores


“Pensábamos que íbamos a tener un poco de tranquilidad epidemiológica, porque habíamos logrado sortear la crisis de dengue hasta llevarla a niveles manejables. Entonces vino esto…”, se lamentó ante los reporteros de BOHEMIA el doctor Francisco Durán García.

La confesión, realizada por el director de Epidemiología del Ministerio de Salud cubano, sucedió apenas la Organización Mundial de la Salud (OMS) elevó al estatus de pandemia a un raro síndrome agudo respiratorio severo –una neumonía que no se conocía su etiología, pero mataba. Tras sus primeros registros en Wuhan, China, a finales de 2019, de pronto se expandió como tinta derramada hacia cada escondrijo del planeta, tan rápido como se hace viral cualquier meme sobre el atentado a Trump.

De nuevo está en el ruedo el doctor Francisco Durán García, director de Epidemiología del Ministerio de Salud de Cuba, convocando a erradicar los focos reproductores de vectores. / Leyva Benítez.

“Entonces vino esto…”, bufó Durán su odio contra la covid-19, un mal provocado por un virus cuyo nombre, SARS-CoV-2, reflejaba un críptico respeto por parte de los expertos. Sonaba extraño, sí, como una serie de matrícula de auto, y aun así se grabó en la memoria como mismo los agentes de la policía de tránsito suelen recordar la chapa de un carro que ha violado alguna ley.

Hoy, aunque las condiciones son bastante distintas, el doctor Durán bien podría haber murmurado algo parecido tras la furtiva llegada de otro inédito e indeseado morbo, la fiebre de Oropouche, una infección viral causada por el virus de igual nombre (o si se prefiere, OROV, a secas).

Afortunadamente, tal como se va comportando la indisposición, el doctor no tendrá necesidad de estar nuevamente en la tele dando reportes diarios sobre la actual virosis como cuando campeó la covid. Ni siquiera chocando palmadas con Chamaquile o saliendo en videoclips con fines educativos para proteger la salud.

Seguirá, por supuesto, durmiendo con un ojo abierto para mantenerse alerta sobre la evolución de esta enfermedad emergente tropical. Y, claro, con su proverbial serenidad (que, dicho sea de paso, resulta inexplicable en un santiaguero de la calle Santa Rita, a una cuadra de la escalinata de Padre Pico. ¿Acaso tendrá relación su flema con haber estudiado Psiquiatría, como su padre?).

Parecía que, pasada la crisis de la covid, Durán podría al fin mantener por largo tiempo una rutinaria vida entre mimos de sus tres hijas y el puñado de nietos. Si acaso, ocupado en una tranquila lucha contra nobles epidemias, atado a ese destino que le cayó del cielo en 1981, justo el día en el que se examinaba para recibir el título de la especialidad. Es que junto al pergamino universitario le deslizaron en el bolsillo la chapa de sheriff para dirigir la campaña de erradicación del mosquito Aedes aegypti, en plena efervescencia de una gran epidemia de dengue.

Desde entonces –menuda cadena perpetua profesional–, ha tenido que ponerles cara a no pocos virus y vectores dentro y lejos de Cuba, en cargos ejecutivos, directivos, investigativos o docentes. Desde el VIH hasta el paludismo, enfermedades zoonóticas, lepra… En enfrentamientos a diversas arbovirosis, siguiendo controles de focos, o planificando fumigaciones o saneamientos de todo lo terrenal e, incluso, del mismísimo Copón Divino.

Parecía que con su índice podía entretenerse en hacer hula hula al llavero de todas las gavetas epidemiológicas, ya bien cerradas. Y entonces, caramba, vino esto nuevo…

Cómo herrar centauros

Corrían los últimos días de mayo y aparecieron a destiempo las primeras lluvias de este mes y un calor en modo catarí. Y con estos, el doctor Durán en la tele, ante la prensa, para confirmar la presencia en Cuba del virus Oropouche.

El dengue de estación empezaba a ganar la pulseada contra las posibilidades reales de establecer ciclos de fumigaciones, y en tales condiciones el sistema de salud nacional detectó una dolencia parecida a la ya conocida enfermedad, sin embargo de distinta naturaleza.

Dos áreas de salud de la provincia Santiago de Cuba y varios municipios de la provincia de Cienfuegos reportaban por primera vez en el país la nueva fiebre. Semanas después, la inmensa mayoría de los territorios de administración política tabulaba en sus propias fichas a decenas de pacientes.

Según explicó el experto mayor, el nuevo chasco respondía a una arbovirosis, pues el enigmático virus causante se transmite por hematófagos como el jején Culicoides paraensis –presente en la región de las Américas, aunque no en nuestro archipiélago– y el mosquito Culex quinquefasciatus, ese que llamamos “común” y al que cada cubano le guarda algún grado de rencor.

Afortunadamente, los casos registrados hasta hoy no se han reportado como críticos o graves, y tampoco se ha cobrado la enfermedad la vida de algún paciente. De hecho, a partir del tercer y quinto días de detectarse la sintomatología, los pacientes han comenzado a mostrar una evolución satisfactoria. Vale precisar que se trata de un proceso de incubación de hasta cinco a siete días entre la picada y la aparición de los síntomas, y aunque no existan estos últimos puede haber transmisión.

Los indicios más comúnmente encontrados y que coinciden con la literatura médica, son un cuadro febril acompañado por dolores musculares, en las articulaciones, en la cabeza y, en ocasiones, vómitos y diarreas. Comparado con el dengue y las virosis respiratorias que pueden producir los mismos síntomas, el comportamiento de la fiebre de Oropouche es más leve.

De manera que el virus no ha exigido emplear un tratamiento determinado para combatirlo y ha permitido a los profesionales de la salud enfocarse en medicamentar solo contra las afecciones específicas que manifieste el paciente.

Se antoja entonces pensar, a riesgo de incomodar a más de un clínico de extremo rigor, que estamos en presencia de un dengue light. Mas creer que la enfermedad es poca cosa podría, por confusión, desembocar en consecuencias indeseadas.

Si es Oropouche lo que pudiera estarse incubando, solo un examen médico con un PCR específico tendría pericia para certificarlo. Por eso, el doctor Durán, desde un inicio de su nueva temporada en cámaras, se apresuró a recomendar que las personas deben acudir al área de Salud cercana ante cualquier síntoma que se esté manifestando, para así determinar la existencia de este virus o de otros, como el dengue, que suelen provocar más complicaciones.

Estas variadas enfermedades que ocupan nuestras conversaciones de sobremesa son tan diferentes como sus virus causantes. En cambio, tienen en común que para combatir a sus vectores es preciso el saneamiento de los espacios circundantes de las viviendas y centros laborales. El llamado autofocal, proceso mediante el cual las personas verifican que no existen condiciones locales para la reproducción de huevos de mosquitos transmisores, cobra en este minuto mayor importancia.

Si bien la fiebre de Oropouche resulta más benévola que el dengue, la desinfección de los espacios donde se reproducen sus transmisores pudiera ser más compleja. La hembra del Aedes aegypti, se sabe, desova sobre la película superficial de agua estancada, pero siempre limpia. Así de fina es. En contraste, los insectos que propagan la nueva fiebre se reproducen, incluso, en aguas albañales. Así de inescrupulosos son.

Súmese a lo anterior el caos existente hoy para mantener en todo el país un sistema eficiente y puntual de recogida de basura, lo cual ha resquebrajado la disciplina sanitaria en los barrios y el riesgo de contagios.

Retomar los autofocales y encontrar soluciones pragmáticas y económicamente sostenibles para conseguir al menos aliviar la crisis de las montañas de basura, parece ser una tarea tan difícil como poner herraduras a un centauro. Aun así será más fácil hacer esto, que convencer a un mosquito de que no es bienvenido en nuestros cuerpos.

Se busca

Mosquitos comunes y jejenes como el Culicoides paraensis (en la foto), que no se ha visto en Cuba, son los principales transmisores del virus de Oropouche. / freepik.es

Como en las gendarmerías de cualquier pueblito, el virus de Oropouche, un miembro del género Orthobunyavirus, de la familia Peribunyaviridae, grupo V, bien podría tener una ficha policial de búsqueda y captura en cada centro de salud de las zonas tropicales y subtropicales de América Central y del Sur, amén de ser culpables sus cuatro genotipos principales de haber provocado más de 30 epidemias reportadas en las últimas tres décadas y sumar más de medio millón de personas infectadas, cifra considerada por los versados como muy conservadora.

Por ello, sabiendo la pinta que trae OROV y haciendo oídos sordos a la narrativa de su aparente levedad comparado con el dengue, el 2 de febrero de 2024 la Organización Panamericana de la Salud (OPS) declaró la alerta epidemiológica en las Américas por los brotes registrados en la región de la Amazonia en Brasil y Perú. También en Bolivia y Colombia, que se suman a otros caos en comunidades rurales y urbanas de Ecuador, Guayana Francesa, Panamá y Trinidad y Tobago.

No debe extrañar entonces que en mayo reciente se haya registrado la epidemia en Cuba, un país que –como describió la doctora en Ciencias Vivian Kourí Cardellá, directora general del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK) de La Habana– está ubicado en la entrada del Golfo de México, sometido al cambio climático y bajo los embates de fenómenos naturales. Es decir, las arbovirosis, inevitablemente, estarán entre las principales enfermedades a controlar y dar seguimiento entre la población.

Aunque se considera una enfermedad emergente, la hoja delictiva de OROV fue oficialmente abierta en el año 1955, cuando se detectó en La Vega de Oropouche, Trinidad y Tobago (de allí proviene su nombre, errado según las convenciones modernas que evitan estigmatizar a las regiones por determinado mal aparecido en ellas).

Mas el hallazgo, en una muestra de sangre de un paciente con fiebre, fue involuntario, pues no existía ninguna epidemia que hiciera sospechar. En realidad, se ejecutaba un estudio de grupo de mosquitos Coquillettidia venezuelensis.

La primera epidemia se notificó en la década siguiente, en Brasil, y en el año 1960, en ese país, el virus fue aislado de un perezoso (Bradypus tridactylus) y de un grupo de mosquitos Ochlerotatus serratus. Hoy se sabe que el germen es transmitido por los mosquitos Aedes serratus y Culex quinquefasciatus y se transmite alegremente entre perezosos, marsupiales, primates y aves.

Para la doctora Kourí Cardellá, directora del instituto donde se encuentran los laboratorios de referencia nacional, no huelga la vigilancia clínico–epidemiológica que pueda ejercerse respecto al Oropouche, ahora caprichosamente en mancuerna con el dengue, dolencia más frecuente en las regiones de las Américas y de Asia, pero manifestada con múltiples epidemias en el planeta.

“También tenemos en el continente la influenza H1N1 de 2009, la epidemia de cólera y el SARS-CoV-2, relacionadas con el cambio climático, los movimientos poblacionales, la urbanización y otras causales que introducen graves consecuencias en la salud humana”, complejizó su preocupación la experta en un programa televisivo, a principios de julio.

Para entonces, ya había estado una turista italiana en la provincia de Ciego de Ávila entre el 12 y 26 de mayo últimos, según precisó la italiana Fundación iO, enfocada en proyectos en Enfermedades Infecciosas y en Medicina Tropical y del Viajero.

La mujer, de 26 años, de la región de Véneto, tuvo malestar general, diarrea, fiebre alta, dolor de cabeza intenso y náuseas durante el vuelo de regreso a su país. Los médicos sospecharon que sufría de dengue, pero las pruebas rápidas para la detección de esa enfermedad, de Zika y chikungunya resultaron negativas. Entonces fue sometida a un test RT-PCR específico que confirmó la desconocida infección.

Fue así que cuando parecía que la fiebre de Oropouche era asunto de las regiones tropicales y subtropicales americanas, ahora Europa, parafraseando a Durán, puede decir: “Entonces vino esto…”.

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