A casi 40 años de una de las canciones más famosas de la modernidad, la humanidad sigue en deuda con el continente africano. En 2024, los multimillonarios manifiestan la avaricia de siempre
Mi generación entonó entusiasmada la canción We are the world (Somos el mundo), interpretada por un coro de 46 artistas famosos de los Estados Unidos. En 1985, el cantante y activista social, ya fallecido, Harry Belafonte lanzó el proyecto con el objetivo de recaudar fondos para la población etíope aquejada de una tremenda sequía y con serios peligros de hambruna. Un año antes, en Reino Unido, se convocó a una iniciativa parecida, que culminó con la grabación del disco sencillo titulado Do They Know It’s Christmas? (¿Saben que es Navidad?), para remover conciencias en favor de esa causa. La versión norteamericana fue compuesta por Michael Jackson y Lionel Richie, con música de Quincy Jones, y la produjo Ken Kragen. El disco devino un absoluto hit parade, cuya recaudación se donó a Etiopía. (1)
En 2024, la empresa y plataforma de streaming estadunidense Netflix decidió recopilar y dar a conocer varias anécdotas de cómo fue la grabación y, por supuesto, salpicó la propuesta cinematográfica con chismes sobre cuál cantante declinó la invitación de Belafonte o cuál, por el contrario, actúo piadosamente, lo cual catapultó la simpatía de los melómanos. Se vale del videoclip original, ese que mi generación disfrutó sobremanera porque se muestra a un conjunto de personas alegres, de potentes voces y personalidades diversas que cantan que todo saldrá bien, incluso para los abandonados a su suerte. El presente comentario para nada intenta restarle méritos, ni al producto artístico de 1985 y mucho menos poner en duda la sinceridad de los involucrados en una de las mejores articuladas campañas de sensibilización, promovida por un hombre honesto, que caló profundo en sus colegas y en la sociedad de su país en general.
Trama oculta tras la alegría de la música
Aunque eran tiempos de neoliberalismo, en ese entonces a un gran público de Occidente le daba la sensación de que no era posible llegar a sentir hambre, tan adormecido estaba por la propaganda y porque las políticas económicas del presidente estadounidense Ronald Reagan propiciaron un dinamismo espectacular, con tasas de crecimiento de hasta seis por ciento, con el consiguiente aumento del consumo interno y la sensación de real bonanza. Así, para el común de los mortales era difícil prever que la propia globalización, la sobreapreciación del dólar (con un derrame del billete verde a nivel internacional) y la política fiscal estadounidense provocarían a posteriori, en 1987, una aguda crisis del capitalismo. Por igual senda, en Reino Unido la primera ministra Margaret Thatcher privilegió a los multimillonarios en detrimento de los obreros, con lo que se agudizó la lucha de clases, neutralizada al final por la fuerza o por prebendas financieras. Cuando sale We are the World, sin embargo, la gente coreaba dichosa de sentirse magnánima con “los pobres”.
En Cuba mi generación venía de apoyar a Fidel y a la Operación Carlota (1975-1991), en la que cerca de 300 000 cubanos contribuyeron con el pueblo de Angola y, por derivación, con el de Namibia, en su liberación, e igualmente se cimentó el fin del régimen del apartheid en Sudáfrica. También fuimos hijos de un internacionalismo que se extendió a Etiopía en 1977, con la Operación Baraguá, por medio de la cual cubanos y etíopes derrotaron la agresión de Somalia, que contó con la complicidad de gobiernos reaccionarios del Cuerno de África y de varias potencias occidentales, entre ellas, Estados Unidos. La juventud cubana de 1985 sintió profunda empatía con la canción aludida, dada su innegable pegada musical y además porque el devenir histórico nos enseñó a justipreciar la valía de los africanos, que -con apoyos desinteresados- lograban “levantar cabeza”. No obstante, la diferente raíz de las motivaciones, creo que los jóvenes estadounidenses de ese momento adquirieron mayor conciencia hacia el llamado continente madre, con el mismo ímpetu con que hoy en día exigen paz para Palestina.
Contextos para el producto cinematográfico
La invitación contemporánea de Netflix de sondear dentro de un útil proyecto cultural podría reeditar similar solidaridad si su promoción fuera totalmente honesta al señalar las cosas como son y no ceñirse a contextos supuestamente idos, porque en África se sigue muriendo de hambre: el 21 por ciento de sus habitantes padece semejante flagelo, más del doble que en cualquier otra región. África sigue siendo el área con mayor pobreza del mundo. Con 13 por ciento de la población planetaria, el Continente acoge poco más de la tercera parte de los ciudadanos pobres del orbe e, incluso, un cuarto de ella sufre de desnutrición.
Por lo tanto, todo un continente merecería una canción como aquella, ahora al compás de las alarmas hechas sonar por agencias de la ONU, como el Programa Mundial de Alimentos (PAM). Un caso puntual se dio este agosto, cuando la entidad declaró situación de hambruna para 15 millones de personas en Sudán. Con vistas a poder proporcionar raciones de comidas diarias, y con las calorías requeridas, en mayo de este año el PAM ya había solicitado el soporte de 2 700 millones de dólares. Tres meses después se ha recibido menos de un tercio de esos fondos, lo que supone “enormes carencias para responder a la emergencia”, informó el servicio de noticias de la Organización de Naciones Unidas. (2)
Breve radiografía
El hostigamiento de grupos insurgentes extremistas, como Al Qaeda, dificulta el despliegue de la ayuda humanitaria de la ONU y del gobierno central de Jartún. Según estos combatientes, su lucha –que pasa por la toma del poder también en Sudán– está animada en la perfección de la ley islámica, que debe darle al necesitado todo lo que merece. Sus tácticas, adquiridas gracias al amplio tutorial de la CIA, son reprobables, pese a que -aparentemente- se escudan en aspiraciones válidas, de ahí que sus filas las engrosen los humildes. Los que no se dejan engañar ni someter por sus métodos terroristas pasan enormes privaciones y hasta mueren de hambre.
África requiere de programas de desarrollo que muchas naciones intentan llevar a cabo con cantidad de dificultades, entre otras cosas, por la falta de paz, intereses leoninos de los financistas internacionales, así como por la indiferencia y la doble moral de quienes tienen dinero a manos llenas. Esto último se pudo corroborar en el reciente encuentro de los ministros de finanzas del G20, realizado el 25 de julio en Brasil, donde, con contadas excepciones, no fue bien acogida la propuesta de gravar en dos por ciento las entradas de los 3 000 multimillonarios más encumbrados, aunque, eso sí, se “prometió” seguir pensando en la idea.
De haberse logrado tan exiguo dígito se habrían recaudado cerca de 25 000 millones de dólares al año. Con una ínfima parte de ese monto, por ejemplo, se podría auxiliar en lo inmediato a Sudán. Si al capital de 12 300 millones de dólares de Bill Gates se le quitara apenas una pizca cuánto pudiera hacerse. El multimillonario se define como un fuerte inversor “desinteresado” en África; lo cierto es que al donar algo de su riqueza se libra de impuestos. Como sea, la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen, manifestó en la cita que su país “no ve la necesidad, ni realmente piensa que sea deseable, tratar de negociar un acuerdo global sobre eso”. Oportuno sería advertirle –por si no se ha dado por enterada– que a África todavía le son imprescindibles apoyos tangibles, más allá del canto de un coro.
2 comentarios
Veraz y justa la positiva evocación del espectácular
propagandístico hit musical y la necesidad de atención efectiva al África actual, sus infinito conflictos, abusos,
desigualdades y voraz explotación capitalista
capitalista
Lindo el recuerdo de una canción inolvidable e interesante actualización de propósitos y contextos. África debiera dolernos y conmovernos a todos sus hijos, que somos la humanidad originada en ella. Este recorrido al que nos invita María Victoria por convulsos escenarios, apremiantes necesidades, propuestas de paliativos y denuncia del egoísmo y la indiferencia, contribuye a tomar mayor conciencia de la imperiosa necesidad de modificar para mejor el orden mundial. Desde la modestia, Cuba es ejemplo de consecuencia con el deber solidario para con la madre África.