Foto: bnjm.cu
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Una “aventura editorial” osada

Cuando se solía decir que en Cuba solo a una minoría de personas les atraía la lectura, imprimir y poner a la venta 250 000 ejemplares de obras cuyos autores representaban a la narrativa y la poesía nacionales no debió ser una decisión sencilla


El 16 de septiembre de 1959 un anuncio aparecía en las principales publicaciones del país: esa mañana, en La Habana y Santiago, comenzaba el . Seis puntos de venta se habían habilitado en la capital, el principal –por la habitual afluencia de personas– radicaba en los portales de la tienda El Encanto. La Plaza Céspedes y la esquina de Enramada y San Félix, de la mayor ciudad oriental, acogían igualmente a 10 títulos que podían adquirirse, en conjunto, “por el precio de uno”.

Así se promovió el Festival, en los principales medios de comunicación impresos. / Archivo de BOHEMIA

Alejo Carpentier (la foto que precede a estas líneas lo muestra en la Biblioteca Nacional José Martí cuando observa las obras impresas para la ocasión) era el organizador general del evento, mientras que otro respetado intelectual, José A. Portuondo, había asumido la dirección en la urbe santiaguera. A las novelas, relatos, poemas, literatura costumbrista y ensayos, concebidos por José Martí, Cirilo Villaverde, Álvaro de la Iglesia, Nicolás Guillén, Enrique Labrador Ruiz, Félix Lizaso y el propio Carpentier, se sumaban antologías dedicadas a los mejores cuentistas y poetas de la nación.

De acuerdo con lo narrado por los periodistas del diario Revolución (en el reportaje “Diez libros invaden la capital”), los quioscos abrieron en cuanto salió el sol. Ya a esa hora aguardaban los compradores, algunos de ellos apurados por llegar a sus centros de trabajo o realizar diversas gestiones. A las 10 de la mañana empezó a llover a cántaros. Numerosos lectores no se amilanaron. Al mediodía incluso aumentó su número. Varios pidieron más de una colección. ¿Los destinatarios? Sus amigos, familiares, colegas.

No se trataba de la primera feria literaria efectuada en Cuba, desde hacía dos décadas las sucesivas direcciones de Cultura, vinculadas con el Ministerio de Educación, se ocupaban de prepararlas cada cierto tiempo, especialmente para los habaneros. Sin embargo, esta vez presentaba peculiaridades: precios económicos, diversidad de espacios, la selección cuidadosa de las obras, impresiones masivas (cada título contó con 25 000 copias) y tener como antecedente una iniciativa surgida en Perú. 

Al respecto, en su artículo Manuel Scorza, un invasor armado de… libros (17 de septiembre, segunda página del periódico Revolución), el literato y pintor Fayad Jamís explicó que ese poeta se propuso organizar en su país un festival con las mencionadas características, de modo que los volúmenes quedaran liberados “del claustro de las librerías […] asaltando al posible lector”. Obtuvo “un éxito rotundo. Cien mil ejemplares fueron prácticamente arrebatados por el público en solo unos días”. Su fórmula revolucionaria, seguida en otras naciones latinoamericanas, propiciaba ahora en la mayor de las Antillas que, por ejemplo, Cecilia Valdés, “novela de la que todos hemos oído hablar, pero […] muy pocos hemos leído, circulara por todas partes”.

En este reportaje se mencionan a trabajadores, amas de casa, jóvenes y hasta a un guagüero que interrumpió sus recorridos para comprar varias colecciones. / bnjm.cu

Nuevas planas ocupó el tema durante las jornadas posteriores. En el citado rotativo, el viernes 18 se informaba que Armando Hart, entonces ministro de Educación, visitó uno de los estanquillos, atendió a los compradores y autografió los textos. Asimismo, declaró que la entidad a su cargo adquiriría 1 600 colecciones y las entregaría a las escuelas de enseñanza secundaria.

En similar fecha el órgano noticioso del Partido Comunista, Noticias de Hoy, presentó una nota en la cual resaltaba el apoyo brindado por los estudiantes universitarios a esa “noble tarea de llevar la cultura a grandes masas de la población”.

También el Diario de la Marina alabó el empeño y sus resultados. Además de alguna referencia breve en anteriores ediciones, en la del domingo 20 le otorgó amplio espacio. Por su reportaje sabemos disímiles detalles: Manuel Scorza participó en el festival cubano; en apenas tres días se habían vendido más de 150 000 ejemplares; a partir del lunes siguiente varias librerías de La Habana Vieja y el Vedado se incorporarían al circuito de comercialización; no solo Hart ayudó a los vendedores, asimismo lo hicieron otras “figuras cimeras de la intelectualidad y de la Revolución”.

Los libreros y editores, “sin excepción alguna”, respaldaron la iniciativa, la cual sentó “las bases para proyectos de mayor envergadura encaminados a la consecución de que en cada hogar haya una biblioteca básica que sea orientación y guía del pensamiento nacional”. En representación de los bibliotecarios, el respetado Fermín Peraza ponderó a Carpentier e instó a seguir su ejemplo, como “provechosa orientación para ganar el lugar que merece el libro cubano”.

El ministro de Educación, Armando Hart (en el centro de la imagen, con saco y corbata), visitó el quiosco ubicado en los portales de la tienda El Encanto. / bnjm.cu

Sendos comentarios se insertaron luego, en la página cuatro (destinada a los géneros de opinión) de los números correspondientes al 23 y 24 de ese mes. El primero, “Sucedió en La Habana”, lo firmó Rafael Suárez Solís; de acuerdo con sus palabras, el clima político propició el “milagro” de que incluso personas con escasos recursos monetarios decidieran obtener la colección.

Para el veterano intelectual José María Chacón y Calvo, autor de la segunda reflexión (publicada en la columna de Hechos y Comentarios), aunque en la antología faltaban algunos poetas notables, no cabía la menor duda acerca de la relevancia del festival y del “vivísimo interés popular” despertado por sus propuestas.

Como cierre de nuestra remembranza vayamos a la crónica de un escritor no fácil de contentar, Virgilio Piñera; transcurridos 10 días de actividades, recalcaba en Revolución el triunfo logrado y lo “bien planeada” que había sido “esta aventura editorial”, a partir de recursos publicitarios infalibles. Bajo el título de “Libros a granel”, El Escriba (tal fue su seudónimo) relataba lo presenciado junto al stand de Cuatro Caminos, escogido por él para “escuchar el idioma directo” del pueblo, en lugar del discurso culto que predominó en la esquina de Galiano y San Rafael.

Caricatura publicada en el periódico Revolución. / bnjm.cu

Veamos un fragmento de su desinhibida prosa. Dos mujeres, de piel negra, conversan: “’Vieja, pero compra Cecilia’… ‘Quién es Cecilia’ –dijo la otra. ‘¡Mira a esta niña! No sabe quién es Cecilia. Pero vieja, Cecilia fue mulata del otro tiempo’”.

Dejando a un lado el costumbrismo, Virgilio optó por la más absoluta seriedad y un énfasis premonitorio al resumir sus vivencias. “Estas Ferias, si no interrumpen su continuidad, llegarán a crear en el pueblo el hábito de la lectura, es decir que en un momento dado comprar un libro y leerlo esté comprendido en el presupuesto de la familia y en el tiempo de que se dispone para los quehaceres de la jornada diaria”.

Así ocurrió después, a lo largo de décadas, en Cuba. Lamentablemente, si bien esa práctica no ha desaparecido, el contexto tecnológico y económico actual pone en jaque su persistencia. Ojalá los organizadores de las próximas citas literarias puedan dotarlas de incentivos suficientes para continuar atrayendo a los lectores.

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