Foto. / www.cubatesoro.com
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Virgilio Piñera, irreverente genio de “cabeza negadora”

“Ya en La Habana empezó en forma mi eterno combate contra la escritura. Porque no se lucha por la escritura sino en su contra […] obtener esa alquimia de entrarla en la corriente sanguínea de nuestro cuerpo, es el combate que todo escritor debe plantearse […] Cada uno dirá lo que quiera respecto a la escritura, pero en lo que a mí se refiere puedo afirmar que su sola presencia angustia mi ser hasta la náusea”, confesaría en su autobiografía inconclusa sobre esa relación pasión-aversión que mediara en su casi innato oficio del escriba.

Irreverente, lúcido y dotado de una honda energía creativa, este poeta, dramaturgo, narrador, crítico y traductor cubano anduvo a contracorriente con su singular y original estética.

Virgilio Piñera Llera (4 de agosto de 1912 – 18 de octubre de 1979) redactaba a mano los originales, luego mecanografiaba; así irrumpió en todos los géneros literarios, a los cuales en diversas ocasiones les imprimió un estilo sarcástico y delirante.

Aun cuando objetó el esforzado acto de escribir, lo cautivó hasta la saciedad construir y deconstruir ideas, juicios, conceptos, historias, desde el embrujo de las palabras; y tanto se afanó en este empeño que es reconocido como una de las figuras más notables de las letras cubanas e hispanoamericanas.

Su vida fue agitada y tremebunda por la miseria material y, no pocas veces, por la existencial. Los constantes viajes desde la niñez y en toda su existencia, así como el desasosiego por no traicionarse a sí mismo como creador, lo convirtieron en un ser humano incomprendido y muchas veces litigante.

“Poseía una personalidad contradictoria. Fue una persona noble, bastante ingenua, que no tiene mucho que ver con ese personaje terrible y diabólico que muchos han querido presentar”, revelaría el poeta y novelista Pablo Armando Fernández, en uno de los testimonios incluidos en el volumen Virgilio Piñera en persona, de Carlos Espinosa.

El grito mudo es el paradójico título del primer poema suyo, editado en una antología (La poesía cubana en 1936) preparada por el bardo español Juan Ramón Jiménez. Clamor en el penal fue su pieza teatral primigenia, la cual nunca se llevó a escena y solo se publicó un fragmento de ella en una revista literaria de 1937.

Lezama y Piñera se profesaron mutuamente un raro sentimiento de amistad. / kachumbambeteatro.com

Solicito las Furias/ que por la noche olvidan/ la feroz existencia del recuerdo/ y este remordimiento de morirnos/ con la cuerda de mimbre del pecado. Estos versos pertenecen a Las Furias (1941), del volumen homónimo, a partir del cual su obra comenzaría a ganar resonancia y el elogio de sobresalientes intelectuales de aquella etapa.

Le seguiría el cuento El conflicto, sugestiva reflexión filosófica sobre la potestad humana para redefinir el destino, cuya edición príncipe vería la luz en Espuela de Plata, predecesora de la revista Orígenes y, por supuesto, del grupo fundado por José Lezama Lima, escritor y poeta con quien Virgilio Piñera entablara una rara relación de amor-odio. Sobre esta Antón Arrufat ha expresado: “tuvieron amistad y enemistades, grandes disgustos y solemnes reconciliaciones, largas separaciones y duraderas concordias”.

La isla en peso, Poesía y prosa; las novelas La carne de René, Presiones y diamantes, Pequeñas maniobras; los textos teatrales Los siervos, Aire frío, son algunas de las creaciones que engrosan el largo currículo de Piñera.

Renovador de la escena cubana

Sin embargo, más que exponer en estas glosas su excelsa y extensa trayectoria, vale resaltar que fue un precursor en varios aspectos, en particular en su trabajo para las tablas.

El estreno mundial de Electra Garrigó ocurrió en 23 de octubre de 1948 y contó con la puesta en escena de Francisco Morín, para el grupo Prometeo. / caratula.net

Con su Electra Garrigó nuestro teatro inauguró la modernidad. A partir del mito helénico, la obra piñeriana se reconfiguró y demostró su valía al combinar coherentemente lo culto y lo popular. Si bien resultó incomprendida por la crítica de entonces, en el decurso demostró cómo a golpe de sabiduría teatral desdibujó los anquilosados patrones del naturalismo y la frivolidad de las comedias de salón que abundaban en el período.

Falsa alarma, concebida en un solo acto, se ha representado en diferentes momentos de la historia escénica insular. En la actualidad, es considerada como la pionera del teatro del absurdo en Hispanoamérica.

A medio andar entre el absurdo y lo grotesco, esta obra propone el diálogo inverosímil de una pareja, donde existir y morir se alteran de modo paradójico. /Fotocopia: goodreads.com

Las referencias cronológicas la ubican antes de que el término tomara alcance global: su estreno mundial ocurrió el 28 de junio de 1957, siete años después de debutar en la escena parisina La soprano calva (1950), de Eugène Ionesco, el más conocido exponente de teatro del absurdo; pero ya en 1949 la revista Orígenes, en los números 21 y 22, había publicado la partitura dramática del cubano de “oscura cabeza negadora”, como calificara a Virgilio Piñera, su antagonista por antonomasia y paradójicamente amigo, José Lezama Lima.

Al autor del poemario La vida entera (1969), también se le reconoce como un ferviente innovador teatral por introducir en la escena cubana elementos de fuerte sentido grotesco vinculados con las concepciones del teatro de la crueldad, desarrolladas por el francés Antonin Artaud.

Piezas como La boda, El flaco y el gordo, o Dos viejos pánicos, esta última laureada con el Premio Casa de las Américas en 1968, son representativas de esta tendencia que desplegó con realce e ingenio.

En El trac (1974), monólogo magistralmente interpretado desde la década de los 90 por Alexis Díaz de Villegas, recientemente fallecido, “lleva a límites insospechados el lenguaje y el movimiento corporal del actor”, ha señalado el investigador y ensayista cubano David Leyva González, en Órbita de Virgilio Piñera.

No solo literato, también crítico

Varias publicaciones acogieron sus colaboraciones literarias, entre ellas, Grafos, Clavileño, Ultra, Gaceta del Caribe, Lyceum; las argentinas Sur, Hoy, Realidad, Mundo Argentino y Anales de Buenos Aires; las francesas Lettres Nouvelles y Les Temps Modernes.

A partir de 1959 trabajó en el periódico Revolución y en su suplemento Lunes de Revolución, donde por primera vez percibió un salario fijo luego de que se graduara en la Universidad de La Habana en 1940.

En 1961 junto a sus colegas del equipo de Lunes de Revolución. De izquierda a derecha: Isabel Monal, Gilda Hernández, Virgilio Piñera, Adolfo de Luis, Antón Arrufat y Pablo Armando Fernández. / ecured.cu

Allí, por los prejuicios heredados de la República, firmaba con el seudónimo de El Escriba; según Arrufat, se debía a la homofobia de la época, en la cual no se admitía tal “manifestación de debilidad” en un hombre que laboraba para la prensa revolucionaria.

Durante el período muchos de sus textos hallaron destino en las revistas La Gaceta de Cuba y Unión.

A pesar de que la crítica no ha sido su faceta creativa mejor difundida, la ejerció de manera vehemente y ejemplar, tanto para publicaciones especializadas y periódicas como en un plano de más sosegada intimidad en su prolífico epistolario.

Escribió incansablemente, muestra de ello es la profusa cantidad de textos, entre poemas inéditos, relatos, artículos, que concibió en la etapa postrera de su vida y se editaron póstumamente.

“No fueron nada buenos sus últimos años. No podían serlos para un escritor cuyas obras no se estrenaban ni publicaban y cuyo nombre ni se podía citar. Ya a partir de 1977 comenzó a darle vueltas la idea de la muerte. Se preparaba para ella”, relataría un entrañable amigo, el también narrador, poeta y dramaturgo Abilio Estévez. No obstante, el acto de morir se asomaba en su literatura desde mucho antes, con títulos como La caída o El que vino a salvarme.

El último año de la década de los 70 lo sorprendió con ciertas ganas renovadas por la escritura; la idea de la muerte seguía merodeándolo mientras le daba cuerpo a la pieza teatral ¿Un pico o una pala?, texto que dejó inconcluso cuando, víctima de un infarto cardíaco, falleció el 18 de octubre de 1979.

Virgilio Piñera Llera se abrió al mundo sin medias tintas, con una libertad expresiva solo atribuida a los grandes maestros. Sus obras nacen y renacen cada vez que son descubiertas y redescubiertas, sin silencios ni ismos porque este hombre fantasioso, de sencillez meridiana, e iracundo a veces, nunca renunció a ser él mismo, con sus virtudes, defectos y desvaríos, como su Solo de piano (1967):

El solo de piano/ no es un solo de piano,/ no es tampoco un solo/ ni asimismo un piano./ No es ningún piasolo,/ ni siquiera un sopiano,/ muchísimo menos/ un sopia de loso/ y tremendamente lejos de un loso de piano.

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