Visionario de la ciencia ficción y la aventura

En el ámbito de la literatura francesa destaca indiscutiblemente Julio Verne, reconocido por sus novelas de aventuras y de augurios. Caracterizadas por una meticulosa documentación y ambientación que refleja la segunda mitad del siglo XIX, sus obras han encontrado camino en el cine, la televisión, la radio, así como en cómics, teatro, ópera, música y videojuegos.

Considerado pionero de la ciencia ficción, Verne mostró un profundo interés por la ciencia y la tecnología de su era. Esta curiosidad, junto a su rica imaginación y habilidad para anticipar eventos, le permitió prever con notable precisión descubrimientos e inventos que impactarían al mundo mucho después de su fallecimiento. Entre sus visiones se encuentran el helicóptero (en Robur el conquistador), el ascensor (La isla misteriosa), el submarino (en Veinte mil leguas de viaje submarino) y medios de transporte capaces de alcanzar 1.500 kilómetros por hora (en En el siglo XXIX: La jornada de un periodista americano en el 2889), entre otros.

Su capacidad para “predecir” futuros hallazgos y acontecimientos históricos también es notable, como se observa en Cinco semanas en globo con el descubrimiento de las fuentes del Nilo, en Las aventuras del capitán Hatteras y La esfinge de los hielos con la conquista de los polos, así como en De la Tierra a la Luna y Alrededor de la Luna con los viajes espaciales.

Con motivo del 197 aniversario de su nacimiento, acontecido el 8 de febrero de 1828, la sección Bohemia Vieja invita a explorar el artículo “La existencia pintoresca y laboriosa del célebre novelista científico francés Julio Verne”, escrito por Evelio Bernal y publicado en la edición 31, del 3 de agosto de 1952, en las páginas 12-13 y 128-130.

Este texto ofrece un recorrido exhaustivo por la vida y obra de Verne, resaltando los desafíos que enfrentó en sus inicios, los triunfos de adaptaciones teatrales como Miguel Strogoff en París y el éxito de La vuelta al mundo en ochenta días, que inspiraron a numerosos imitadores de Phileas Fogg, quienes lograron completar el trayecto en menos tiempo. También se mencionan los múltiples homenajes que recibió, además de anécdotas sobre su amor por los animales y otros temas relevantes.


LA EXISTENCIA PINTORESCA Y LABORIOSA DEL CÉLEBRE NOVELISTA CIENTÍFICO FRANCÉS JULIO VERNE

Su primera novela “Viaje en Globo al África” fue rechazada por 15 editores.

—Y al mes de publicada en folletines, la gente la devora y editores de todo el mundo ofrecen lo que pida por los derechos de traducción.

— Verne pasó una vida bohemia de privaciones en París.

—Solicitó una plaza de bombero en un teatro y le dieron la de ayudante de los apuntadores.

—Al publicar “La Vuelta al Mundo en 80 Días” surgieron varios para la prueba del viaje, triunfando Miss Bly, que lo hizo en 70 días.

—El éxito de “Veinte mil leguas de viaje submarino” superó a todo lo imaginable.

—Lo que escribía en sus novelas lo destacaba como precursor de los actuales inventos modernos incluso la bomba atómica.

— Dos tiros que un sobrino le dispara en un rapto de locura, inician su ocaso.

—Muere en 1905, dejando más de 100 novelas escritas.

Por. / Evelio Bernal

Se pretende por muchos que el siglo XX es el de Julio Verne, por más que él nació a principios del siglo anterior, en 1828, bajo el reinado de Carlos X.

Ningún autor, en ningún tiempo, despertó en los hogares tanto entusiasmo con sus novelas fantásticas, emotivas e interesantes, dentro de lo científico, sobre todo entre los niños adelantados ya, en la escuela primaria, y en los jóvenes alumnos de la segunda enseñanza; en esa edad en que las pasiones son simples y las facultades de emoción todavía están intactas y ávidas de sentir y saber.

Los manuales de literatura han subestimado a Verne, relegándole a segundo plano; pero es incontrastable verdad que sus notabilísimas obras continúan siendo las de mayor tiraje y venta en la literatura francesa, en lo cimero de los cinco autores más leídos. El orden es aún: Verne, Hugo, Merimée, Dumas y Maupassant. Los libros de él se hallan hasta en los anaqueles de las más modestas bibliotecas de la Tierra del Fuego.

Verne ha logrado que la tradición reconozca como maravilloso su siglo y que lo sea también el actual por sus predicciones, que han ido cristalizando brillantemente. No ha creado escuela literaria, propiamente dicha, pero toda la literatura moderna de sabor científico está basada en sus procedimientos.

La descendencia reconoce héroes inspirados en ella y Charcot ha confesado: “Es el capitán Hatteras quien inspiró mi vocación”.

“Sin Julio Verne, afirma el almirante Bird, yo no habría ido jamás al Polo”. Y Carteret, se bautiza a sí mismo “el sucesor del profesor Liddenbrock”.

El autogiro de La Cierva está directamente inspirado en el excelente mecanismo del aparato de “Robur el Conquistador”. George Claude, que como saben estuvo en Cuba haciendo ensayos para obtener luz en Matanzas, ha encontrado la energía térmica de los mares, una frase del capitán Nemo, del submarino “Nautilus”.

“Le Journal de Moscú” del 6 de Febrero de 1938 ha reconocido en el personaje vernesco Dr. Clawbonny al precursor del sabio soviético Papanine.

 “Verne —explica el diario ruso— presintió la llegada del tipo de sabio que es tan venerado en el país de los soviets”. Y acaso por eso es tan querido de todo lector ruso, independientemente de sus otras cualidades.

Verne, padre espiritual de toda una legión de sabios y precursores, habla el lenguaje de ellos como si fuere el suyo propio. Así, cuando Stanley halla a Livingstone, perdido en la selva de África, le saluda así:

— ¡Míster Livingstone, por supuesto! Esto es puro Julio Verne.

Conan Doyle aprendió francés en Verne también. “Esto me ha marcado», exclama. «Y puedo asegurar que mi Sherlock Holmes está inspirado en una chispeante caricatura policíaca sobre los “Hijos del Capitán Grant”.

“El barco borracho” de Rimbaud es el “Florida” de “Veinte mil leguas de viaje submarino”, derelicto que flota entre dos aguas con su armadura de nogal.

Justificada está la admiración y apasionamiento de los franceses por Verne, que ha tocado los linderos de lo deslumbrante y lo fantástico.

Cuando Miguel Strogoff fue llevado a las tablas, todo París tomó un ligero aire tártaro. Las gentes se saludaban a la rusa; las jóvenes como primer nombre, o antenombre, tomaron el de Nadia. Los vestidos eran moscovitas. No se comía caviar, sino de Iván el Terrible; helados del Beresina y pescado en salsa tártara. Y la carne tártara, absolutamente desconocida en Siberia, fue inventada e impuesta al mundo por la pluma de Julio Verne.

Cuando escribió “La Vuelta al Mundo en 80 días” y la fue publicando en folletines en “Le Temps” eran estos diariamente cablegrafiados a los principales periódicos del mundo, apareados a las informaciones más sensacionales. Gigantescas apuestas hubo sobre la posibilidad de que la hazaña o aventura pudiera traducirse en realidad.

Cuando sitúa a Phileas Fogg en New York como punto de partida para Europa, varias compañías de navegación le propusieron que situara a su protagonista en un barco de ellas, mas Verne rehusó y, con asombro de todos, lo hizo embarcar en una nave de carga.

Como él tenía que sufrir la falta de combustible durante la travesía, se vio obligado a quemar su madera, trozo por trozo, para alcanzar al fin, con gloria, la rada de Southampton hundiéndose aquí. (Este naufragio tuvo resonancia mundial).

Phileas Fogg encontró muchos imitadores: Miss Bly, de New York, imitando al libro de Verne juró batir el récord de los 80 días y dio la vuelta mundial en 77. Ella misma después batió su propio récord invirtiendo solo 70. Tras de su triunfo, visitó a Julio Verne, que la felicitó calurosamente.

Un coronel, también americano, Bertrand Campbell, utilizando el F. C. transiberiano acortó el viaje a 68 días; pero Verne protestó la hazaña. Basado en la latitud de ese ferrocarril, la vuelta no era completa.

“Veinte mil leguas de viaje submarino” despertó interés de imitar su brillante periplo, y se produjo una horrible hecatombe. Pues en 1928, un americano construyó un submarino que bautizó con el mismo nombre de “Nautilus» pretendiendo, como el capitán Nemo, cruzar los mares helados y ganar el Polo Norte. De hecho, el navío, bautizado con gran pompa por el cónsul francés en Brooklyn, avanzó varios centenares de millas bajo los hielos, pero antes de llegar al Polo debió naufragar en condiciones catastróficas.

Los amigos de Verne deslumbrados por sus éxitos quisieron elegirle senador; pues se veía en él a un futuro presidente de la República. Pero rehusó presentarse a la contienda electoral. El era hombre modesto, de estudio y de gabinete…

Y cuando él hizo un crucero, a bordo de un yacht que compró, por el Mediterráneo, se vio abrumado de honores.

En Tánger, el Cónsul de Francia le invitó a una cacería de jabalíes. En Argelia tuvo que montar en las dunas para responder a las cálidas aclamaciones de la muchedumbre. En Gibraltar, la oficialidad inglesa lo secuestró para llenarle de agasajos. Y el Rey de Túnez le envió para recibirle un tren especial con una orquesta de mil tamborileros. El Papa lo recibió en Roma en audiencia especial. Verne salió de ella emocionado y su esposa Honorina, conmovida, lloraba.

Esta agitación y batahola de la gloria, era terrible para Verne y, por el contrario, encantaba a su señora.

La asombrosa fecundidad de Julio Verne tuvo desconcertados a sus contemporáneos, al punto de que muchos desconfiaron de su existencia. Algunos atribuyeron los “Viajes extraordinarios” al sabio duque de Aumale. Otros imaginaban que su nombre era postizo, ocultando la personalidad de un inválido millonario que viajaba en su yate. Se pretendió también que era un misterioso polonés, agente secreto del Vaticano.

Aún se fantaseó más todavía. Y varios críticos italianos negaron en absoluto su existencia. El poeta y novelista Edmundo de Amicis, fue encargado de descifrar el misterio. Vino a Francia expresamente para ver a Verne; lo halló y examinó sus escritos. A su regreso a Milán honestamente declaró: “No existe la Sociedad literaria que creíamos. Pero hay un Julio Verne que es un coloso”.

Verne nació en la Isla Feydeau en Nantes. Es por ello, sin duda, el escenario de isla o islas, que aparece en varios de sus libros, constituyendo algo así como una obsesión.

Su padre era procurador y de él sin duda es que heredó el gusto por los buenos muebles y el confort, que él hace representar en el extraordinario salón de peluche del “Nautilus», y los sillones tapizados y guarnecidos de flores y bellotas con que hace amueblar el interior del obús interplanetario, en otra de sus obras.

Desde las ventanas de la mansión paterna, de niño, percibía las velas de los navíos que regresaban de las Antillas y desde la estación Dugya, próxima, veía saltar a los monos sobre las nueces de coco. Y por parte de su madre, Verne era sobrino-nieto de otro gran escritor, Chateaubriand.

Aprendió a leer y escribir en un cursillo que dirigía Madama Sanbain, excelente dama, cuyo marido, capitán de marina, llevaba ausente del hogar y de la patria más de 30 años sin enviar noticia alguna, lo que prueba que la aventura tiene también sus inconvenientes.

Si su hermano mayor Paul prefirió hacerse marino, Julio escogerá viajar en sueños sobre un sillón al calor del dulce hogar…

Fue en esa encantadora edad de la infancia en que Verne realiza de golpe una aventura de audacia y heroísmo. Es una historia prematura y ultrarromántica de amor. Se ha enamorado tercamente de una prima a la que lleva flores al pensionado donde ella estudia. Pero Carolina es coqueta y le dice un día: “Yo quiero que me traigas un collar de coral, como esos que los capitanes de barco traen de las islas”.

Y Verne se embarca clandestinamente en una nave velera “Coralie” que va a salir para las Antillas.

Su padre se entera de la fuga por un estibador salta al barco de vapor que sale de la rivera del Loire, y alcanza a la “Coralie» y rescata al hijo. Este cae desde la conquista y paraíso del amor a la terrible realidad de una azotaina que le propina el padre.

Bajo la dura mano del hombre de ley, su alma se adapta a la lógica y jura, bajo la presión del procurador, que en el futuro solo navegará en sueños.

Él siguió hasta la adolescencia enamorado de la primita y Carolina no se ocupó más de él. Tal vez por sus desengaños amorosos, es que la mujer en sus libros pasa a plano secundario y en algunos está totalmente ausente.

Más adelante, en París, funda con sus amigos un club al que bautizan con el nombre de “Club de los once sin mujer”. Escribe entonces a su madre: “Tú me dices que el celibato es triste para los hombres y las mujeres. Es cierto en cuanto a ellas, pero yo no conozco mejor estado para nosotros”.

Un año más tarde da la sorpresa a la familia casándose con una encantadora viuda, madre de dos hijos, de la que tiene uno más, Michel.

El padre le había enviado a París para estudiar y hacerse procurador y en lugar de eso se había casado, pretendiendo vivir de sus escritos, por lo que visita redacciones de diarios y revistas. Pero nadie entonces le conoce, no logrando todavía abrirse paso y sufre atroz miseria.

Comenta: “Mis medias de lana están muertas y enterradas con los honores que le son debidos; las que me pondré el próximo invierno están aún paciendo los carneros en las verdes llanuras de Berry y las de algodón que llevo encima parecen de una tela de araña que un hipopótamo hubiera usado algunas horas… La realidad me sonreirá en un futuro, pero ahora tengo los pies en la nada”.

Se alimenta estrictamente de pan y sopa de ciruelas y camina dos leguas diarias para ir a comer a la taberna más barata de París.

Es acaso en recuerdo a esta miseria o escasez sufrida que él se deleita en pintar a sus héroes comiendo opíparamente, siendo su apetito prodigioso.

Los menús son amorosa y largamente descritos.

He aquí el de la primera comida del profesor Aronax con el capitán Nemo:

Filetes de tortuga de mar.

Hígado de delfín.

Conservas de esturión.

Jarabe de foca del mar del Norte.

Crema de leche de ballena.

Confitura de anémonas.

Tras el menú se fuman exquisitos cigarros de hojas especiales de algas marinas.

Cuando Kerabán el Testarudo sale de su casa para dar la vuelta al mar Negro, deja a su cocinero el siguiente mensaje: “Tenme preparada comida a mi regreso, pero modifica el menú; sopa y leche cuajada, y costillas de carnero bien cocidas con especias”.

Una de las escenas de horror en sus obras, es un drama del hambre en la hecatombe del “Chancellor”.

Los náufragos son poco a poco invadidos por la pasión de la antropofagia. Después de comer pescados crudos, devoran a uno de los tripulantes que se había suicidado. Luego echaron la próxima víctima a la suerte. Le tocó morir a un joven y su padre se brindó en su lugar.

Verne deja la palabra a uno de los náufragos: “Esta escena espantosa fue tan rápida que casi ni me apercibí de ella. El horror me clavó en mi sitio. Yo quería arrojarme entre M. Letourner y sus verdugos, y no podía; me lo impedía una fuerza extraña. Entonces M. Letourner, de pie, expuso a los marineros que le habían arrancado parte de las ropas, desnudándole las espaldas: —Un instante— dijo en tono que acusaba gran energía —yo no quiero robaros vuestra ración; pero tampoco vosotros —-supongo— me vais a devorar todo entero.

Los marineros escucharon estupefactos y detuvieron su acción.

El extendió los brazos ofreciéndolos. Tenéis la palabra. ¿Es que mis brazos no os son suficientes? Cortadlos y mañana daré el resto de mi cuerpo.

—¡Bien!… gritó con voz terrible el carpintero Daoulas. Y rápido como el rayo, levantó el hacha”…

Lo cierto es que a poco de haberse desposado Julio Verne empezó a vencer al hambre, a la miseria y al anonimato u oscuridad. Fue como un triple milagro.

Lo más bizarro por entonces fue su encuentro con Dumas. Habían tropezado bruscamente en una escalera, por lo que se insultaron mutuamente y terminaron por hacerse amigos.

Alejandro Dumas le invitó a que le visitara y le cobró simpatía y afecto, tan luego demostró una gracia especial para preparar tortillas.

Aquel le ayudó a escribir una pieza teatral “Las pajas rotas”, que no tuvo éxito en las tablas; pero al menos ya Verne fue lanzado a la publicidad.

Un nuevo “chance” se le presentó cuando el golpe de Estado del 2 de octubre. Las gentes en tales casos cambiaban de opinión y se unían al partido vencedor. Como el caso era de obrar rápidamente, Verne se precipitó en el Teatro Lírico donde conocía vagamente al director nombrado recientemente.

Solicitó audaz la plaza de bombero; pero no tenía uniforme, ni medios de procurárselo. Y le fue dado el destino de ayudante de los apuntadores, con sueldo de 100 francos al mes. ¡Esto era la fortuna!

El tercer milagro tuvo lugar en el extraño gabinete del editor Hetzel, fundador de la revista “Le Magazin» y de la “Biblioteca de Educación y Recreo”. Verne le presentó un manuscrito en el que relataba un imaginario y pintoresco viaje en globo al centro de África. Hetzel le recibió en el lecho, luciendo una camisa color azul pálido y un gorro de dormir de algodón, en una habitación en que tenía un baturrillo de menjunjes raros, objetos de cobre labrados y raras tapicerías.

—Revise eso y vuelva dentro de quince días; díjole el editor, después que miró a la ligera las cuartillas del escritor famélico; Hetzel era el último de 16 editores a quienes Verne llevó su obra; los demás la habían rechazado.

Quince días más tarde, Hetzel autor de “Marussia”, “El diablo en París” y otras obras notables, alcanzó su mayor gloria descubriendo el genio de Verne y le propuso contrato, aceptándole dos libros por año, al precio de 10 mil francos cada uno. (O sea, el equivalente de lo que hoy valen 2 millones de francos).

La oferta o apuesta de Hetzel era tan audaz como la de Phileas Fogg. Pero fue un triunfo. El 24 de diciembre de 1862 la Francia entera se apasionaba locamente por la epopeya del “Victoria”. Y la América ofrecía un puente de oro por los derechos de traducción de “Cinco semanas en globo”. Un mes más tarde era traducida a las principales lenguas de países civilizados. Verne que estaba practicando entonces de agente de cambio, dejó la Bolsa para encerrarse en nueva jaula. Más exactamente: instaló su gabinete de trabajo en el rellano de la escalera de una vasta mansión en la torrecilla de Amiens, a donde había emigrado dos meses atrás con Honorina y tres niños; se redujo a unos metros cuadrados en donde instaló cocina de gas portátil, una caja de libros encuadernados, un sillón de cuero, una mesa y un viejo diván. Sobre la mesa de trabajo de roble claro, un portaplumas de dos sueldos (2 centavos), un tintero de forma de vaso, como los de las oficinas de correo de su época, y un raspador.

Michael Verne ha dado a conocer que su padre redactaba todos los libros así: las páginas eran primero escritas a lápiz, luego les pasaba tinta palabra por palabra. Ese era su modo de releer y corregir su labor.

El novelista de las aventuras llevaba la vida metódica y disciplinada de un funcionario; se levantaba con el alba y trabajaba hasta las once. Desayunaba de prisa y corría a la biblioteca de la Sociedad Industrial de Amiens; instalándose cerca de la columna de aire caliente que salía del calorífero. Comenzaba entonces sus viajes en sueños, apoyada su nariz en atlas multicolores.

Su esposa era la primera sorprendida del contraste entre vida tan tranquila y pasiva y su obra de aventuras tan impresionante y movida. Un día que él, acostado en un ribazo, en Crotoy, llenaba de notas su carnet, ella exclamó: Mi Julio ¿cómo puedes escribir tan lindas cosas, mirando al cielo de espaldas?

Y cuando fue condecorado con la Legión de honor, el escritor hubo de exclamar: “Acaso me han honrado tanto, porque soy el único francés que no ha subido a la torre Eiffel”.

Por las tardes él solía ir al banco de un parque y arrojaba pan a los gorriones. Adoraba a los animales y su horror por la sangre era muy intenso. Sus novelas están llenas de historias de caza, pero son postizas o imaginadas, ya que solo cazó una vez, en agosto de 1859, invitado por un amigo de Picardía.

El mismo contó esa expedición. “Después de varias horas de batidas infructuosas, cansado, extenuado, exploré un último bosque. Vi pronto una cosa negruzca con un borde plateado que se movía y un punto rojo vivo como una ciruela que parecía mirarme. Disparé entonces e hice polvo un soberbio sombrero de gendarme cuyo propietario estaba dormido. Verne sufrió por ello un proceso verbal y no cazó ya más.

Lo esencial es que los relatos de los viajes de sus libros nacieron en la manga de calor de la biblioteca de Amiens, aunque es justo reconocer que los de Matías Sandorf fueron el fruto de sus escapadas en crucero por el Mediterráneo en tres yates que sucesivamente fue adquiriendo, llamados Michel I, II y III. Los lectores se inquietaban de sus cambios, curiosos de saber hacia que parte del mundo los llevaría en su próximo libro.

El único verdadero gran viaje que realizó fue del Havre a New York, en la inauguración del trasatlántico “Great Eastern” de 20 mil toneladas, con capacidad para cinco mil pasajeros, el que era propulsado por una hélice y por una rueda de 17 metros de diámetro.

Barco que en el orden comercial fue un rotundo fracaso y que arruinó a varios armadores, hasta que lo anclaron en un puerto para exhibirlo como modelo de hermoso barco de lujo y comodidad.

El crédito de Verne es su exactitud geográfica y científica. Su exuberante fantasía no contradice la realidad; la transfigura y exalta.

A partir de las premisas científicas de su época él se adelantó bastante más de medio siglo en predicciones que se fueron confirmando.

Verne inventó teóricamente el submarino; la bomba atómica; el V 2; la espeleología; la fuerza motriz de la electricidad; la lámpara de gas en el vacío; la bomba de aire líquido; la utilización térmica del agua del mar; el micrófono y el alto-parlante; el carro de asalto; la publicidad luminosa en las nubes; la astronáutica; el helicóptero; el bombardero dirigido desde lejos; etcétera, etcétera…

Es curioso hacer notar que el propio general Eisenhower creó un servicio llamado Flanning Board, que tiene por misión, inventar cosas extravagantes que puedan realizarse en la práctica; no siendo esto absurdo, ya que así se han inventado armas nuevas.

Dijo Verne en una ocasión: “Todo lo que se ha hecho grande en el mundo, fue primero teoría, basada en exageradas esperanzas o ilusiones”.

Aclaremos ahora que el cándido y bello optimismo, que aparece en las primeras obras vernianas, fue trocándose en negro pesimismo más adelante. Seres malos, comienzan a aparecer en sus libros, sobre todo en los últimos como “Robur el Conquistador”, “El eterno Adán”, “El Amo del Mundo”, que son verdaderas novelas negras. Los sabios y la ciencia se han puesto entonces al servicio de los tiranos.

La razón de este pesimismo continuado débese, posiblemente, al drama que ensombreció los últimos años del escritor. En 1886, una noche de marzo, su sobrino Gastón en un acto súbito de locura, hasta hoy inexplicado, disparó su revólver dos veces sobre él hiriéndole en una pierna, dejándole paralítico, no pudiendo ser extraída la bala.

El no fue ya capaz de tenerse en pie en su yatch, por lo que se resignó a vendérselo al príncipe de Montenegro. Una asociación entonces, de jóvenes ingleses, le obsequió un bastón con empuñadura de oro.

Años después sufre principio de parálisis facial. Su carácter cambia radicalmente, tornándose desconfiado y sombrío. Honorina sufre en silencio. Y él, en el vano de la escalera, sigue acumulando más catástrofes en sus últimas novelas que resultan trágicas.

Si se da crédito a su sobrino, el Dr. Roger de la Fuy, Verne era en esta época extremadamente irascible para los niños, cuyos juegos, gritos y turbulencias le exasperaban. Hasta él recibió más de un bastonazo de “Tontón” Verne. Quieren por entonces elegirle concejal por la columna en blanco. Pero su parálisis doble se agrava. Está ya cansado, agotado. Había escrito su centésimo libro. Cumplida está su misión. Confiesa entonces hallarse preparado para lo que venga. Y llega su muerte, bajo la presidencia de Loubet, el 20 de marzo de 1905.

La infausta noticia apareció en la primera plana de todas las publicaciones del mundo. A las exequias, soberanos y presidentes enviaron embajadores extraordinarios. El conde Von Flotow fue el representante de S. M. el Kaiser Guillermo II.

Se hizo notar que en el cortejo, un inglés alto en demasía, con macferland y traje a cuadros, reflejaba en su faz una grave tristeza. Después de la ceremonia en el cementerio él se aleja, abstraído, flemático, sin saludar a nadie. Corrió el rumor de que era Phileas Fogg, el más famoso personaje de sus novelas…

¡Y paz al espíritu del gran novelista que deleitó intensamente a tres generaciones!

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