A ti regreso, mar

Hoy es uno de esos días en que parecía tener todo el peso la tempestad. En el malecón habanero, las olas se alzaban como titanes indomables, golpeando la costa con una rabia que conectaba con la esencia de la naturaleza misma. 

Ya lo dijo Pablo Neruda, «necesito del mar porque me enseña». Ante el océano embravecido, quien lo contempla puede sentir el susurrar de secretos antiguos. En su furia, el mar nos canta su música, y yo siento envidia de la inmensidad que se aprisiona en cada estallido de espuma.

Porque hay algo profundamente humano en esa conexión. «No sé si aprendo música o conciencia», pienso otra vez en versos y en la fragilidad de nuestros propios momentos. 

En esta mirada al abismo de azar y agonía, de sueños y lluvia, de poca y mucha fe, de cantar bien adentro, con sabor a agua salada, voy y regreso serena, quizás resurgiendo de un hondo pesar, viajando a través del sonido de relojes y heridas, de nostalgias infinitas, pero de brotes verdes.

Espérame, porque volveré. «Tu caos es mi calma».

A ti regreso, mar, al sabor fuerte
De la sal que el viento trae hasta mi boca,
A tu claridad, a esta suerte
Que me fue dada de olvidar la muerte
Aun sabiendo que la vida es poca.

A ti regreso, mar, cuerpo tendido,
A tu poder de paz y tempestad,
A tu clamor de dios encadenado,
De tierra femenina rodeado,
Cautivo de la propia libertad.

A ti regreso, mar, como quien sabe
De esa tu lección sacar provecho.
Y antes de que la vida se me acabe,
De toda el agua que en la tierra cabe,
En voluntad tornada, armaré el pecho.


Si no es el mar, sí es su imagen, / su estampa, vuelta, en el cielo. / Si no es el mar, sí es su voz / delgada, a través del ancho mundo, / en altavoz, por los aires.

No me ahoga tanta inmensidad.

Conserva sólo mis recuerdos,

que desde aquí yo los cuido

mientras te prometo que volveré.


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