Foto. / cubaenresumen.org
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Ala y raíz

María Zambrano y Jorge Mañach meditan sobre una figura entrañable: el Héroe Nacional de Cuba


“Martí no podía dejar de ser universal, de sentir universalmente el trozo de historia que le tocó vivir […] Dejó esta acta de nacimiento a la Nación Cubana: haber nacido, no de una ambición partidaria y particularista –de un afán de escisión–, sino de un anhelo de integrarse en la Historia Universal”.

María Zambrano afirma que el diario de Martí es un testimonio precioso y raro, por “su tono y una específica calidad como de misterioso temblor del alma”. / upf.edu

Tal afirma María Zambrano en el artículo Martí camino de su muerte. Lo publicó BOHEMIA el 1º de febrero de 1953, como parte de una edición especial por el centenario del Apóstol. Con frases hermosas, cálidas, elocuentes y a la vez comedidas, la ensayista española alude sobre todo al sentido del sacrificio y cómo este se trasluce en el diario que el patriota escribiera desde que saliera de Cabo Haitiano, para tomar las armas por la libertad de su tierra natal, hasta Dos Ríos; interpreta lo que esas páginas sugieren acerca del estado psicológico, emocional, de su autor en los días previos a la caída en combate.

Otro artículo sobre el mismo tema: Pasión y muerte de Martí se incluyó en un número posterior del semanario (2 de agosto de 1953). Lo redactó el destacado intelectual cubano Jorge Mañach. Retoma la idea de la abnegación. Su estilo es elegante, preciso.

“Una de las señales de la grandeza moral de Martí fue que nunca, mientras entregaba su vida a la liberación de su patria, esperó cosechar de ese esfuerzo fruto personal alguno […] El que predicaba el desinterés como una de las normas ennoblecedoras de la conducta, hizo así de la suya propia un ejemplo magnífico de desprendimiento”.

Cada trabajo complementa, refuerza, al otro. “Nacido poeta tuvo que ser hombre de acción”. Se impuso un deber y cumplió “como en sacrificio ritual de la virilidad, el entrar en la violencia”. Carecía de “vocación guerrera y fue a la guerra […] en contra de sí, de sus gustos. Por amor a la libertad vivió en una absoluta obediencia. Y eso es el modo más alto y noble de ser hombre”, pondera la filósofa.

¿Cautela o presagio?

“No parece haber huella de presentimiento, ni la más leve preocupación ante la muerte”, en el citado diario. “Quizás él no imaginaba que iba hacia su fin, o quizás no quiso transcribirlo”, conjetura Zambrano.

Asimismo, considera que Martí “no dudaba del triunfo de la causa a que se había entregado; lo sabía cierto, inevitablemente cierto, más allá de los combates que faltaran por dar, cierto en virtud de la necesidad histórica”.

En lugar de desalentarse por el fracaso del Plan de Fernandina, el Apóstol “llamó a las armas, desató la revolución en su momento más desesperado”, subraya Jorge Mañach. / Archivo de BOHEMIA

Aunque tampoco Mañach advierte incertidumbre en este aspecto, sí aprecia en diversos textos martianos la premonición de su fallecimiento temprano. Tal convencimiento “de lo breve que estaba llamada a ser su existencia no se tradujo nunca en ñoñería o conmiseración de sí mismo. Lejos de mermarle entereza o entusiasmo, pareció espolearle la voluntad y la impaciencia creadora”.

Igualmente, el ensayista detecta, en disímiles escritos, comprensión acerca de las ingentes dificultades alzadas ante los independentistas y las futuras. Sabe el héroe que la contienda impulsada por él todavía “estaba por comenzar […] había que organizarla, alimentarla, pelearla y hasta justificarla en su momento de concreta violencia. Esa doble convicción –la de haber hecho ya todo lo suyo y la de reconocer que aún faltaba lo decisivo– comunica a los últimos meses de su vida, que fueron los primeros del año 95, un peculiar dramatismo.

[…] “en todas sus últimas cartas se percibe un acento final y como de despedida, un celo de dejar la obra en buenas manos, que les dan solemnidad testamentaria. A sus colaboradores civiles más próximos en la emigración, a Gonzalo de Quesada y a Benjamín Guerra, por ejemplo, no se cansa de puntualizarles las grandes consignas de la Revolución […] Se le ve el empeño de asegurar con el pensamiento lo que acaso él no esté ya presente para asegurar con la voluntad”.

Según Mañach, no debemos pensar en un agotamiento, porque en una misiva a Serafín Sánchez el Apóstol recalca: “Haré en cada momento lo que deba […] Para mí no hay derrota. Prudencia y sacrificio y martirio, sí; derrota, no”.

Regocijo, contrariedades

Al referirse al estado anímico de Martí en aquel mayo de 1895, Zambrano resalta su dicha y su tranquilidad de espíritu por estar en tierra cubana, entre quienes luchan para alcanzar la soberanía. Al decir de la intelectual hispana, “se estaba despidiendo ‘sin saberlo’, con una ‘paz profunda’.

“Es lo que el ‘Diario de Cabo Haitiano’ de José Martí trasmite a quien lo lee: va desnudo […] viva, sin defensa alguna, toda su sensibilidad, que recoge la imagen de cada árbol, de cada mata, de cada gesto y figura viviente: la jutía degollada para el condumio, la taza de café con que les acogen los amigos y seguidores. Y aquellos forajidos, fusilado el uno, salvados por él los otros dos –‘aconsejé y obtuve el perdón’. Percibe la diferente forma que el terror toma en cada uno de ellos. Nada se le escapa, ni el color de unas flores ni las nubes que pasan por el cielo, ni el vestido de una niña, ni la acción remisa de algunos hombres esclavos del salario”.

Sin dejar de coincidir con el parlamento precedente, Mañach ofrece un cuadro más amplio sobre esas jornadas en el campo insurrecto: “La presencia en Cuba […] levanta su alma a un nivel gozoso, de euforia vital. Parece como si […] todo se llenase de luz”.

El patriota escribe a sus seres queridos que siente una felicidad muy grande. “Lo que le exalta es, a la vez, el espectáculo de la naturaleza y el de los hombres de ‘Cuba Libre’. Con qué éxtasis, con qué escueta precisión, con qué delicia de lenguaje, hondo y húmedo como una raíz, pinta Martí los paisajes de Cuba […] Jamás se había descrito con esa fidelidad y deleite de amor el campo cubano, y sus costumbres y recursos, su jutía y su miel, y su naranja agria.

“¿Y los hombres? […] Se siente pequeño ante aquellos bravos, ante los más humildes sobre todo”.

Ambos textos insisten en el desinterés y sacrificio de quien colocara la libertad de Cuba como objetivo supremo de su existencia. / Archivo de BOHEMIA

En las cartas que envía por esos días a Gonzalo de Quesada y a Guerra destaca la unidad que observa en quienes le rodean. En la misiva dirigida el 2 de mayo al director del New York Herald evoca los esfuerzos realizados durante años para lograr la independencia y se refiere con orgullo a la calidad de los compatriotas.

Sin embargo –prosigue, analítico y a la vez con delicadeza poética, Mañach–, su visión no se limita a sublimar cuanto le rodea, pronto aflora otra cualidad suya: “además del ala, tenía la raíz, además de la capacidad de idealización, la de enfrentarse con la realidad” y actuar en consecuencia.

Por ello, en el “Diario de la manigua, las siluetas están buriladas con emoción […] entrañable […] Pero el trato, que quisiera ser siempre exaltador y tierno va cobrando un acento crítico, como si le fallase a la realidad la medida de la idealización. En aquel desfile hay hombres grandes, pero también hombres pequeños y hasta hombres torvos, como los que el General Gómez manda someter sin contemplaciones a la justicia de guerra”.

Con el transcurrir de las semanas afloran contradicciones, cuya máxima expresión es lo ocurrido en el encuentro de La Mejorana (5 de mayo), entre el Delegado, Gómez y Maceo; es decir, las discrepancias en torno al equilibrio de los poderes militar y civil dentro de la contienda. En el citado diario, Martí se muestra dolido por la postura del tercero, su tono suspicaz y cortante.

Esa misma noche el Apóstol y el Generalísimo prosiguen su marcha, acompañados por una pequeña escolta. Deben encontrarse con las tropas de Masó. Soportan lluvia, fango, el cambio constante de campamento. El 10 de mayo, junto al río Cauto crecido, los “barrancos de las laderas han hecho pensar a Martí ‘en las pasiones bajas y feroces del hombre’”, señala Mañach.

A María Zambrano le conmueve la descripción que hiciera, el día 13, del lugar donde le esperaba la muerte: “El bello estribo de copudo verdor, donde con un ancho recodo al frente se encuentran los dos ríos: el Contramaestre le entra allí al Cauto. Allí [hay] arboleda oscura y una gran ceiba”.

Del 14 al 17 de ese mes Martí continúa relatando los encuentros con los lugareños y anécdotas contadas por ellos, los movimientos de Gómez para hostigar a un convoy enemigo, la llegada de suministros y nuevos mambises. Además, escribe instrucciones para los jefes y oficiales; reflexiona sobre cómo debía proceder, personalmente, en lo adelante.

“Valentín, el cubano humilde […] le trae […] ‘un jarro hervido en dulce, con hojas de higo’. Son las últimas imágenes del Diario”, asevera Mañach antes de avanzar en el tiempo hacia la jornada fatídica, el 19 de mayo, en que, con su entrada en combate, José Martí desmiente a quienes no le suponían valor para morir por la patria.

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