Foto. / Archivo de BOHEMIA
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Cómo Frank País definió la cobardía

A 90 de su nacimiento, apuntes sobre el jefe nacional de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio y conductor del histórico alzamiento armado en Santiago de Cuba el 30 de noviembre de 1956, en apoyo al desembarco del yate Granma encabezado por Fidel


Cuando Fulgencio Batista dio el golpe de Estado en 1952, Frank País tenía 17 años: había nacido en Santiago de Cuba el 7 de diciembre de 1934.

Aunque muy joven, aquel zarpazo batistiano a espaldas del pueblo impactó en sus conceptos de honradez y justicia social a él transmitidos por sus padres, Francisco País Pesqueira y Rosario García Calviño, oriundos del poblado gallego de Marín, en la provincia española de Pontevedra, residentes ya algún tiempo en tierras de Oriente.

Ante esa triste realidad, empezó a comprender la necesidad de fundar una organización revolucionaria para enfrentarla a la cruel dictadura instaurada en la tierra de Martí y Maceo.

Alumno de la Escuela Normal para Maestros de Santiago, estuvo rodeado de jóvenes valientes y decididos que comenzaron a lanzarse a las calles en manifestaciones masivas destinadas a protestar por la barbarie de aquel régimen.

Todavía el futuro maestro era un joven muy noble y tranquilo, sumamente religioso. Sus condiscípulos lo veían como un compañero callado, aplicado y estudioso, respetuoso, soñador, amante de la poesía y del piano, del deporte, sosegado, pacífico e introvertido. Pero ante la situación del país, gradualmente comenzó un cambio hasta convertirse en dirigente de la Asociación de Alumnos del centro, y se le vio dispuesto a todo.

Realmente era Frank País el casi perfecto arquetipo poco frecuente entre los jóvenes cubanos de la época en medio de una tiranía brutal.

Cómo cambió su conducta cotidiana

El proceso de transformación de Frank, en su actuar cotidiano y en su conducta revolucionaria, poco a poco se volvió un hombre de acción, decidido a gestar en su tierra santiaguera las condiciones propicias de clandestinidad con doble maestría: la docente y la combativa.

Sus compañeros de estudio, colaboradores, amigos íntimos, como Pepito Tey, Otto Parellada, Vilma Espín y otros de esa misma calidad y valentía, adivinaron en él al más claro y puro sentimiento rebelde y patriótico, como posible dirigente futuro de la lucha de liberación no solo en Oriente, sino también en todo el archipiélago.

La primera organización que fundó Frank se llamó Decisión Guiteras. Pues la figura de Antonio Guiteras Holmes despertó en él una elevada admiración y confianza, al extremo de considerarlo paradigma de la lucha y el pensamiento revolucionarios. Logró agrupar a un nutrido grupo de jóvenes en ese importante destacamento.

De ese modo comenzó a dedicarse por completo a la idea de la Revolución con un ímpetu no habitual en él, enfrentando decisivamente los obstáculos y cumpliendo las tareas más necesarias y útiles, adelantándose en ello a los demás.

Teniendo en cuenta sus dudas acerca del verdadero sentir antibatistiano de algunos de los integrantes de la organización Acción Libertadora, y otras surgidas en esa etapa, en cierto sentido conformadas por politiqueros demagogos, le preguntaron con quién estaba por fin y respondió: “Estamos donde nos den armas para luchar contra Batista, porque determinados dirigentes de tales grupos no van a hacer nada para tumbar a la dictadura”.

Su proceder estuvo inspirado originalmente en sus lecturas de la obra martiana. Su sentimiento de repudio ante la actuación, la insensibilidad y la indiferencia de varios oportunistas de aquellas organizaciones, completamente distintas al sentimiento de los verdaderos patriotas dispuestos a pelear, se manifestó con suma evidencia, de manera más firme, en el discurso pronunciado por él el 28 de enero de 1953 en la conmemoración del natalicio de Martí.

Del Apóstol expresó: “José Martí era un hombre ante el cual se presentaron las mismas y aún mayores dificultades, pruebas amargas y sufrimientos superiores a los nuestros, y venció todo con un amor grande, marcado por enormes sacrificios, perseverancia, fervor ardiente y siempre la esperanza de una patria con todos y para el bien de todos”.

El Moncada y Fidel completaron su cambio

No negamos la firme participación de Frank en diferentes acciones, búsqueda de armas, explosivos, sabotajes y enfrentamiento con la policía; sin embargo, el acontecimiento generador de su mayor transformación ideológica y política, la impulsó y fundamentó el asalto al Moncada por Fidel y sus compañeros.

El pacífico dirigente estudiantil se convirtió en el jefe del alzamiento del 30 de noviembre de 1956 en Santiago. / Autor no identificado

Tal suceso de combate armado lo empujó a pensar profundamente en un modelo de lucha como aquel, de mayor eficacia, para materializar sus sueños rumbo a un porvenir diferente.

Al sentir él los disparos de aquel heroico enfrentamiento y conocer lo que en realidad pasaba, se dirigió hacia allí con Pepito Tey y otros hermanos clandestinos, con el ánimo de conseguir armas adecuadas y sumarse a la lucha. No llegaron a consumar la idea por los tiros constantes del ejército. Fracasado aquel intento fidelista anduvieron todo el día buscando fusiles dejadas por los soldados o por los propios moncadistas.

Aquí vemos algo esencial: el primer grupo de cubanos que se aprestó a secundar el asalto al Moncada estuvo dirigido por el joven de 18 años Frank País García. Él y Pepito Tey, consternados al enterarse de los viles crímenes contra jóvenes asaltantes heridos o prisioneros, escribieron un manifiesto denominado “Asesinato”, publicado en la revista de la Escuela de Comercio.

Frank estuvo presente en un fórum de la FEU santiaguera donde, entre otras cuestiones, se debatió la opinión de los estudiantes en torno a precisar lo más apremiante para los campesinos en aquel momento histórico: si llevar escuelas y maestros a cada rincón del país o realizar la reforma agraria. Aquella discusión lo llevó a zapatear, en unión de otros cuatro clandestinos, guardarrayas y lugares abruptos hasta llegar al célebre Realengo 18 descrito como nadie había hecho por Pablo de la Torriente Brau y recoger testimonios de los pobres campesinos.

Nació entonces un artículo bajo el título de “Cinco estudiantes y el monte”, dado a conocer gracias a la imprenta del también luchador clandestino Ángel Martínez Pinillos.

En el texto declaró valientemente: “Y dos lágrimas surgieron de nuestros ojos al contemplar la miseria del guajiro, su espíritu hidalgo y el trato como perro recibido por el latifundio y la Guardia Rural de la tiranía. Qué triste la esperanza de Cuba cuando hay tantos y tantos hombres muriendo en la ansiedad de cada día, sufriendo el dolor de ella, la burla, la traición y el desespero”.

Y lo concluía con el siguiente testimonio de uno de los campesinos entrevistados: “No tenemos otra esperanza que morir esperando a alguien con corazón de pueblo, alma de poeta y sentimientos de hombre, no de hiena llegado al campo a pedir voto, sino a brindar amor de humanos; no penando en cómo engañar al pobre guajiro, sino en que el futuro de Cuba está en el monte. No lo olviden”.

Junto a otros jóvenes fundó Acción Revolucionaria Oriental (ARO) en 1954. Ya existía la organización creada por Rafael García Bárcena: MNR, Movimiento Nacional Revolucionario; poco tiempo después, Frank creó la agrupación de lucha, Acción Nacional Revolucionaria (ANR). Aunque al mes de la partida de Fidel rumbo a México, tras reunirse por segunda vez con Pedro Miret Prieto, se sumó al Movimiento 26 de Julio con sus compañeros más confiables y entusiastas.

Ya estaba convencido totalmente de las potencialidades de la guerrilla fidelista para vencer al ejército batistiano y envió hacia la Sierra Maestra un contingente de 53 combatientes con las mejores armas que consiguieron en la ciudad.

El impresionante título de otro artículo suyo

Para empujar al estudiantado normalista de Santiago de Cuba a una toma de partido, publicó reveladores criterios íntimos y le puso por título “Cobardía”, en la revista El Mentor. Lo hizo porque los discípulos del último curso de la carrera magisterial se habían opuesto a la participación de la Asociación de Alumnos en protestas del estudiantado santiaguero en aquellos días, creyendo ellos que tal proceder afectaría la graduación.

Fue asesinado el 30 de julio de 1957 en el Callejón del Muro. Su entierro movió casi a un pueblo entero y esa fecha se señala como el Día de los Mártires de la Revolución Cubana. / Archivo de BOHEMIA

Entre otras ideas, Frank decía en aquel texto: “Dolor. Pena. Vergüenza. Cuando miro a mis compañeros en quienes fijo mis esperanzas, en quienes pongo mi fe y mi cariño, experimento fuertes sensaciones: parece mentira. Estamos a pocos días de terminar nuestro cuarto curso y saldremos maestros. No se ven por ninguna parte ni los ideales, ni la pureza, ni los nobles sentimientos del magisterio y de la pedagogía”.

Entonces agregó: “Se creen mis compañeros que se debe enseñar Matemática, Gramática y otras asignaturas solamente, dejando a un lado la formación de ciudadanos cívicos con cariño para la patria y responsabilidad en su futuro. De seguro yo no vacilaría en incluir esto último, porque ¿de qué sirve la cultura humana cuando se es traidor? Prefiero la sencillez cuando es seria, respetuosa, leal. Perder el curso dicen que es el miedo que reina. Perder la dignidad y el honor, como se está perdiendo, debía ser el verdadero miedo”.

Este comentario, que fustiga el individualismo y el egoísmo de sus condiscípulos, recuerda uno de los primeros discursos de Martí en los cuales flagelaba la debilidad culpable de los cubanos desterrados que daban sus espaldas a los proyectos revolucionarios que forjaban los patriotas de la emigración. Con aquel escrito Frank País sacudía la conciencia de algunos descaminados y contribuía a reafirmar las convicciones de los revolucionarios clandestinos frente a la indiferencia e inconciencia imperantes en ciertos grupos de estudiantes de la burguesía oriental.

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Fuentes consultadas:

Versión libre y reducida a grandes saltos del documentado ensayo “Frank País y los orígenes del movimiento revolucionario en Santiago de Cuba”, de Jorge Ibarra Cuesta, en el libro Memorias de la Revolución I,  

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