En el siglo XVII soldados croatas usaron un accesorio que trascendería los campos de batalla
Pañuelos atados al cuello, no solo como distintivo militar, sino también para protegerse del frío, emplearon militares croatas que luchaban al servicio de la monarquía francesa. Impresionado por su porte, se cuenta que el monarca francés adoptó esta prenda dándole un toque refinado, catapultándola a la moda cortesana como la “cravate”, derivada del término croata que, según se recoge, constituye la referencia más cercana al surgimiento de la corbata actual.
Sin embargo, otras fuentes históricas refieren sus orígenes antes de nuestra era por soldados chinos y romanos, quienes portaban en sus cuellos una tela amarrada, ya sea como adorno o protección al polvo, al viento, al clima…
No obstante, una vez que se popularizó en los campos de batallas europeos durante la guerra de los Treinta Años, rápidamente se transformó en un accesorio de alta sociedad.
Durante el siglo XVIII, los hombres occidentales compitieron en la creación de intrincados nudos y diseños extravagantes, a menudo reflejo de su estatus social. Este periodo marcó la aparición del arte del “nudo de corbata”, una habilidad que denotaba sofisticación.
Ajuste al contexto
La Revolución Industrial del siglo XIX representó un cambio en su diseño y propósito. La vida laboral exigía ropa práctica, y las corbatas se simplificaron en forma y estilo. Surgió la “four-in-hand”, una versión más estrecha y funcional que facilitaba la rutina diaria de los trabajadores. Este modelo sentó las bases del diseño moderno, manteniendo un equilibrio entre la practicidad y la moda.
El siglo XX vio esta pieza adaptarse a una sociedad en constante evolución. Desde las delgadas corbatas del estilo Mod en los años 60 hasta las anchas y llamativas de los 70, este accesorio siguió los vaivenes de las tendencias culturales. En la década de 1980, las grandes corporaciones consolidaron su uso como un emblema de profesionalismo, en tanto movimientos contraculturales experimentaron con diseños más audaces.
En los días de hoy, la prenda vive una dualidad fascinante. Para algunos, es un accesorio obsoleto, relegado a ceremonias formales o reuniones de alto nivel. Para otros, constituye una herramienta de autoexpresión, con colores y patrones que cuentan historias personales.
Modistas contemporáneos la renuevan frecuentemente, introduciendo materiales ecológicos en su confección y modelos híbridos que difuminan las líneas entre lo clásico y lo vanguardista.
El auge del teletrabajo durante la pandemia de la Covid-19 también la colocó en una encrucijada. Mientras las reuniones virtuales restaron protagonismo a la etiqueta tradicional, surgieron versiones más casuales: corbatas tejidas o de corte minimalista, para adaptarse a la comodidad del hogar sin perder estilo. Su funcionalidad y relevancia fueron cuestionadas, pero su capacidad de reinventarse continúa demostrando su resistencia.
Identidad cultural
En Europa, la corbata tradicional, angosta o de corte clásico, sigue siendo un símbolo de profesionalismo y elegancia. Italia, conocida por su alta costura, lidera la producción de corbatas de seda fina. En Francia, su uso en eventos formales es casi obligatorio y, en Inglaterra, aquellas con rayas diagonales identifican a los clubes exclusivos, escuelas o instituciones.
En los Estados Unidos podemos apreciar la clásica “power tie”, de colores sólidos y vibrantes, que se difundió como un símbolo de autoridad en el mundo empresarial, especialmente en la política y los negocios. Igualmente se han adoptado versiones más informales: las tejidas o de materiales sintéticos.
En América Latina tiene un carácter dual. En contextos urbanos y corporativos, su uso sigue las normas occidentales. Pero, en regiones rurales, ha sido adaptada para eventos tradicionales, combinándola con trajes folclóricos. En México, por ejemplo, el “moño charro”, una variante de corbata ancha y ornamentada, es parte del traje típico y significa la conexión con las raíces culturales.
En Asia también ha encontrado un lugar peculiar. En Japón es común en ambientes corporativos, con diseños minimalistas que reflejan la estética japonesa. En se China se prefieren los diseños rojos, asociados a la buena suerte, especialmente en eventos especiales. Curiosamente, en la India su empleo es bien limitado, asociado a las élites urbanas, pues aún es vista como un accesorio más occidental que local.
En países como Sudáfrica, las corbatas coloridas y con patrones étnicos han ganado popularidad, fusionando tradición con modernidad. En el Medio Oriente, aunque no es común en el atuendo tradicional, su introducción en ambientes formales es un poco más notable.
¿Para mujeres también?
Más allá de la moda, la pieza ha cruzado fronteras culturales y de género. Las mujeres comenzaron a incorporarla en el siglo XX, desafiando normas de vestimenta y creando un poderoso símbolo de empoderamiento. Actualmente se considera una prenda unisex, consolidándola como un ícono de estilo global.
Así, la corbata, una vez simple trozo de tela alrededor del cuello de un soldado, se ha convertido en un emblema de identidad y expresión, con siglos de historia a sus espaldas.