El Templete: Arquitectura y memoria

El Templete se erige como uno de los emblemas más significativos de La Habana, que influyó notablemente en la evolución de la arquitectura en Cuba. Su imponente presencia en la Plaza de Armas fue fundamental para la transición del “barroco cubano” hacia formas neoclásicas durante el siglo XIX, tendencias que alcanzaron su máxima expresión en las quintas suburbanas del Cerro y Marianao.

Este edificio conmemorativo, concebido desde una estructura arquitectónica y no simplemente como un monumento, rinde homenaje a la reina Josefa Amalia de Sajonia. Con el tiempo, albergó las cenizas del pintor francés Jean Baptiste Vermay de Beaumé y su esposa, las que se colocaron en una urna de mármol situada en el centro del salón.

Con motivo del 197 aniversario de su inauguración (19 de marzo de 1828), la sección Bohemia Vieja propone la lectura del artículo “El Templete, Vives y las tres bes”, escrito por Alcides Iznaga y publicado en la sección Esta es la historia de la edición 15 del 11 de abril de 1972, en las páginas 102 y 103.

El texto ofrece un breve repaso sobre la historia, los pormenores de su apertura y las verdaderas motivaciones que rodearon su construcción: una estrategia del Capitán General de la Isla de Cuba frente a los movimientos independentistas de la época.

Para complementar el artículo se incluye la contraportada de la edición 46 del 12 de noviembre de 1976, en la que se puede observar el uso de la Plaza de Armas como estacionamiento de automóviles.


EL TEMPLETE, VIVES Y LAS TRES BES[1]

Para conmemorar el primer cabildo y misa de la primitiva y trasladada población de La Habana, construyó el gobernador Cagigal en 1754 una columna de piedra en el sitio que ocupara la ceiba bajo cuyo techo vegetal, dice la tradición capitalina que se llevaron a cabo esos acontecimientos.

Casi dos centurias después el capitán general don Francisco Dionisio Vives y Planes, “deseando” magnificar aquellos hechos históricos, ideó la erección de un monumento, imprimiendo a la obra la necesaria premura para que su inauguración coincidiera con él cumpleaños de su majestad doña Josefa Amalia de Sajorna, esposa de Fernando VII, a la que dedicaba dicha inauguración.

Para el coste del monumento, el gobernador recabó la colaboración “voluntaria” de la gente adinerada y del vecindario, para sumarla al insuficiente aporte del “Excmo. Ayuntamiento”. El plano, de “noble arquitectura”, es del coronel ingeniero don Antonio María de la Torre.

Enseguida, el 21 de noviembre de 1827 se inician los trabajos, cavándose los cimientos. El 14 de marzo de 1828, es decir, menos de cuatro meses después, el sobrestante o encargado de la construcción, regidor don José Francisco Rodríguez Cabrera, informa, con evidente regocijo, su terminación al capitán general, no sin hacerle saber que “no se creyó, que en tan corto tiempo se acabase, quizás, porque los que así pensaron, no tuvieron presente que todo está sujeto, al hombre, cuando le impulsa la voluntad”… Rodríguez Cabrera se había entregado en cuerpo y alma a la edificación del Templete para concluirlo dentro del plazo deseado por Vives, relegando todos sus asuntos particulares.

Según cuentas que se llevaron, implicó una inversión de $29 693 uno y medio reales.

COMO ES EL MONUMENTO

Forma un rectángulo de 32 varas de largo y 12 de ancho, rodeado por una verja de hierro en la que se intercalan 18 pilares, con gran portada que da a la Plaza de Armas. Dentro de este recinto se alzan, delante, la restaurada columna de Cagigal, y, al fondo, El Templete, con su pórtico de seis columnas con capitel dórico. En las metopas de su friso aparecen, sucesivamente, en relieve, las iniciales del soberano Fernando VII: Fº 7º; la figura de dos mundos unidos y una corona “que los abraza”; y carcaj y flechas, atributos de la Orden americana de Isabel la Católica, para simbolizar la “íntima y fiel unión con la madre patria”.

En el tímpano del frontón se fijó una lápida con leyenda alusiva al Templete. Este sólido monumento de cantería, pavimentado de mármol, con grada al frente y lateralmente, se levanta a una altura de once varas, con doce de frente y ocho y media en sus flancos. La azotea es de hormigón; el techo, de cedro y ácana, es un buen trabajo del carpintero don Cayetano Blanco; lo mismo que el cielo raso, de yeso, construido en ocho días por los presidiarios Manuel y Antonio Armario.

En el saloncillo del templo, con un busto de Colón, se muestran dos óleos de Vermay que representan la primer misa y cabildo, respectivamente. Más tarde, el pintor que presenció la ceremonia inaugural, dio una versión plástica, o documental, de ella: es el tercer cuadro.

INAUGURACION Y JOLGORIO

Al acto inaugurativo y bendición, en la mañana del 19 de marzo de 1828, impartió Vives todo el aparato que pudo. Estaban presentes las personalidades, cabildo y público, y desde luego, el capitán general. Ofició la misa y pronunció un sermón “erudito” el obispo Espada.

Para celebrar esta inauguración, Vives promulgó tres días de fiesta en la ciudad. Se engalanaron ventanas y balcones y se iluminaron fachadas de edificios. En torno de la Plaza de Armas se colocaron puestos para la venta de bebidas, refrescos, etc. Dos bandas de música alternaron sus audiciones. El aeronauta Eugene Robertson realizó una ascensión en globo sobre la capital. Hubo bailes públicos y particulares. También en el Palacio de Gobierno y en un navío del general de la marina, Laborde.

En fin, a partir del 19, los habaneros festejaron alegremente hasta final de marzo. “Vives —dice Álvaro de la Iglesia— prestó gran atención a estas tres bases infalibles de la política colonial: baile, baraja y bebida… Fue lo que se llamó la política de “las tres bes”.

FINAL

Nueve días después de la inauguración del Templete, Vives informa de ello a la Corona, en términos que traslucen sus intenciones nada “conmemorativas”, sino de otra especie, bien acorde con su taimada política corruptora. Dice —entre otras cosas—… “Han sido días de júbilo en esta ciudad… reinaba en todas partes la mayor alegría y entusiasmo… En las circunstancias del día, es muy conveniente en política aprovechar las ocasiones para que sensiblemente puedan comparar los habitantes de esta Isla feliz (bajo el gobierno de las facultades omnímodas y con miles de hombres y mujeres esclavos) su suerte con la de las provincias rebeldes: (América Latina que acaba de liberarse de la opresión hispana) mientras que el continente arde en partidos, facciones y persecuciones… los fieles cubanos (que ya conspiraban en 1821) ven seguras sus fortunas… semejante paralelo debe necesariamente producir los mejores frutos… y no dejarán de hacer (los ricachos y privilegiados) tan justas reflexiones”…


[1] Publicado en BOHEMIA, edición 15, del 11 de abril de 1972, páginas 102-103, sección Esta es la historia.

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