A propósito del centenario de Abelardo Estorino López, BOHEMIA le rinde homenaje
“No tengo a mano la prueba del tiempo, pero sospecho que los personajes de Abelardo Estorino y las situaciones que los convocan pervivirán […]. Dicho de modo más preciso, personajes y situaciones cumplen con una doble condición. […] Evitan el teatro-noticia de periódico, que al nacer es viejo. Y […] Evitan el guiñol-metafísico que nace muerto”.
Leo y releo, una y otra vez, al dramaturgo Reinaldo Montero en su ensayo Abelardo Estorino y la condición suficiente, las certezas acompañan todo juicio sobre una obra de elevada excelencia y no dan lugar a dudas.

Lo más valioso de sus puestas en escena y por decantación de sus textos, es la vigencia para adentrarse en problemáticas latentes hasta hoy, tal si se hubiera escrito ahora mismo. Esa es la genuina esencia de toda la creación dramática de Abelardo Estorino López (1925-2013).
Oriundo del matancero municipio de Unión de Reyes, este dramaturgo, crítico, escritor y director teatral cubano escudriñó exhaustivamente en la naturaleza humana y develó la excelsitud y transparencia de la palabra que pervive en sus piezas.
Fue un renovador en los estilos, las formas literarias y teatrales. Sus partituras dramáticas se centraron en el lector que habita tras cada espectador; de modo que con expresa intencionalidad, escribió para que sus obras suscitaran el mismo goce al ser leídas y también, representadas.
“He defendido siempre el teatro como literatura y me interesa cuidar mis textos tanto como cuida los suyos un poeta”, reveló en cierta oportunidad este hombre que hizo del verbo una pieza de orfebrería. Sus historias, narradas y recreadas desde las dinámicas que movilizan la acción teatral, lo convirtieron durante varios lustros en el único dramaturgo, que al mismo tiempo, ostentó los premios nacionales de Literatura (1992) y de Teatro (2002).
Como filosofía de vida y aliento espiritual, Abelardo Estorino eligió la literatura, aun cuando se graduó de cirugía dental y la ejerció entre 1954 y 1957. No obstante, todavía andaba en las lides de la odontología cuando debutó como dramaturgo. En aquellos años verían la luz textos realistas, de evidente matiz costumbrista: Hay un muerto en la calle (1954), le seguiría El peine y el espejo (1956) y unos años después El robo del cochino (1961): marcarían un lenguaje que lo singularizó por siempre.
Una vida, una obra…
La Revolución Cubana definió su existencia como creador de manera definitiva y lo convirtió en figura clave del teatro cubano, al asumir una dramaturgia que se sumerge en las transformaciones sociales y culturales. “El proceso revolucionario me permitió ser artista. De otra manera, creo que no hubiera podido serlo”, confesó en entrevista concedida a Opus Habana en 2007.
El compromiso con el proyecto social y político, fraguado desde 1959, se aprecia en las temáticas elegidas y la concepción de los personajes. Con frecuencia le da cuerpo y vida a caracterizaciones que intentan romper con un pasado de falsedades, sobre la base de asumir una nueva realidad. Obras como El robo del cochino (1961) y La casa vieja (1964, mención del Premio Casa de las Américas de ese año), se apropian de elementos que evidencian los ideales revolucionarios y, a la vez, ofrecen una mirada descolonizadora de la realidad, pues critica, cuestiona, polemiza en torno a estructuras de poder precedentes que lamentablemente persisten.
A lo largo de su trayectoria creativa Estorino iría renovando sus métodos, técnicas, recursos dramáticos. Incursionaría en la adaptación de textos como lo hizo en la antológica novela de Miguel de Carrión Las impuras (1962) o crearía la primera comedia musical cubana: Las vacas gordas (1962).
Desde entonces, e incluso desde antes, ya se apreciaba su preocupación por indagar sobre la sociedad cubana, a partir de una postura cuestionadora que, sin apartarse de los contextos sociales y políticos, toma a la familia y los conflictos que emanan de ella como eje central para visibilizar prejuicios morales, estilos de comportamientos vinculados con la mediocridad, el machismo, el conformismo.
En La dolorosa historia del amor secreto de Don José Jacinto Milanés (1973) se adentra en una investigación histórica, sustentada en la profundidad emocional del propio autor sobre la figura del poeta matancero. Esta fascinación la retomaría otra vez en Vagos rumores (1990) con un peculiar estilo de asumir el hecho teatral y una escalada diferente de reinterpretar a Milanés.
La racialidad, la identidad nacional y nuevamente la familia son las temáticas que privilegia en Parece blanca (1994), que -además de caracterizar las raíces cubanas- cuestiona la doble moral, la fuerza de las apariencias, en contraposición con los deseos individuales como un fenómeno impuesto que lacera a la sociedad en su conjunto. Sin duda, deviene una exploración de las complejidades de una cultura marcada por los prejuicios heredados de la ascendencia colonial.
En Las penas saben nadar (1989), escrita especialmente para la cubana Adria Santana, actriz fetiche de Estorino, indaga en torno a las frustraciones y el desencanto. A partir de la vida de una actriz alcohólica y en crisis existencial, el dramaturgo plantea una reflexión sobre la maternidad y el rol de la mujer en la familia, también sobre las problemáticas de género en Cuba. Propone aquí un juego del teatro dentro del teatro que evidencia cómo el arte llega a ser refugio, pero, a la vez, pudiera convertirse en fuente de pesadumbres y desengaños.

El artista que soñó ser
La obra de Estorino bebió de diversas influencias. Su carácter innovador, transformador, se aprecia en toda su literatura. Los textos de la primera etapa asumieron una perspectiva realista y costumbrista, asociada al teatro europeo en autores como Henrik Ibsen y Anton Chéjov, desde quienes aprehendió resortes estilísticos para explorar la vida cotidiana y los conflictos sociales.
En su evolución hacia obras más abstracta se vislumbra la huella de teatro del absurdo. Por supuesto, resultan evidentes las trazas de Virgilio Piñera, Samuel Beckett y Eugène Ionesco. Morir del cuento (1983) y Vagos rumores (1996), los títulos más representativos en este ámbito, desfiguran el tiempo y el espacio que retan la lógica convencional.
En Bertolt Brecht tuvo Estorino una influencia crucial que se aprecia de manera más sutil en sus primeras obras y se torna evidente en creaciones posteriores. En ellas adopta técnicas brechtianas que fomentan la crítica sobre nuestra sociedad, mediante el empleo del distanciamiento para cuestionar las realidades propuestas en escena.
Muchas de sus piezas se apegaron a relaciones transtextuales, desde el profundo interés de establecer un dialogo entre géneros para reconfigurar narrativas clásicas en el contexto cubano contemporáneo.
A lo largo de su carrera desarrolló lo que denominó “teatro imaginativo”, en el cual combinaba elementos realistas con técnicas novedosas que significaron un desafío en cuanto a los cánones teatrales tradicionales. Desde esa estética, indagó esferas complejas y hasta veladas de la identidad cubana. Con el acierto de su ingenio, legó creaciones sobresalientes, esas que parecen haberse escrito ahora mismo.