Calificado como “el bardo científico de la fauna cubana”, se le considera el naturalista más eminente de Cuba y de América Latina durante el siglo XIX y la personalidad que en la época colonial vivió con mayor ahínco la esperanza de dar vida a una ciencia nacional
Según consenso de académicos cubanos, José Antonio Saco, entre los discípulos del presbítero Félix Varela, es el gran político, sociólogo e historiador; José de la Luz y Caballero, el filósofo y educador; y Felipe Poey, el gran científico. Pero como todas las verdades que presumen de absolutas, en el caso de don Felipe peca por omisión.
Si bien es cierto que “el ingenioso naturalista” –como le llamó Mary Cruz, una de sus biógrafas–, hizo indiscutibles aportes en la Ictiología y otras áreas de la Zoología, además tuvo exitosas incursiones en el campo de la poesía e incluso, fue un precursor en la enseñanza de la Geografía, aparte de destacarse como profesor, tanto en el nivel medio como en el universitario, no solo en esa materia sino también en otras de la esfera de las ciencias, en cuya facultad asumió como decano.
Personalidad controvertida y subversiva para la sociedad colonial en la que vivió, Poey (La Habana, 26 de mayo de 1799-28 de enero de 1891) se atrevió a desafiar a mojigatos y puritanos al declarar públicamente: “Me hicieron cristiano sin consultármelo; la razón y la filosofía me han hecho materialista. No creo en Dios”. En su lecho de muerte se negó a recibir los últimos sacramentos. “Quiero morir sin escándalo […] Si Dios existe, me juzgará por mis obras, no por mis ideas”, dijo.
Quienes le conocieron, testimoniaron que era de estatura mayor que la mediana, tez blanca y pelo castaño, de muy buen carácter, sencillo en el trato y excelente conversador. Cuando el naturalista estadounidense David Starr Jordan recorría mercados y sitios de pesca habaneros en busca de ejemplares exóticos, los lobos de mar le aconsejaron: “Vea a don Felipe, él sabe de peces cuanto hay que saber”.
Años después el ictiólogo norteño escribiría: “Todos los pescadores de La Habana lo miran como su amigo personal. Figúrense que la fama alcanzada por los trabajos del sabio les toca también a ellos, en cierto modo […] Ellos me dijeron que don Felipe estuvo yendo a verlos, día tras día, por espacio de veinte años”.
El ingenioso naturalista
Poey cursó inicialmente la carrera de Derecho, primero en su ciudad natal y luego en Madrid. Se estableció en Francia en 1826 y se relacionó con las más grandes personalidades de la ciencia en ese país, quienes lo estimularon a dedicarse a la Zoología y la Ictiología. Allí publicó la Centuria de Lepidópteros de la Isla de Cuba (1832). Ese año estuvo entre los fundadores de la Sociedad Entomológica de París
De regreso a La Habana impartió Geografía de Cuba y Geografía Moderna en el Colegio de San Cristóbal de Carraguao. Al impartir clases no priorizaba en sus descripciones y análisis la realidad física y humana de España y el continente europeo, como era habitual en la enseñanza de la época, sino la de Cuba, fundamentalmente, y la de América, Asia y África.
Sus concepciones como profesor de esa materia las reflejó en su Cartilla Geográfica (1839), cuya segunda edición (1855) estuvo acompañada de un Compendio de Geografía de la Isla de Cuba, primer manual de su tipo escrito e impreso en el país. Al siguiente año publicó el Compendio de Geografía Moderna, devenido libro de texto en colegios y escuelas de enseñanza media, para el cual su hijo Andrés confeccionó un Atlas.
Con la secularización de la enseñanza en Cuba (1842) asumió como catedrático en Zoología, Anatomía, Botánica y Mineralogía en la Real y Literaria Universidad de La Habana para la que redactó manuales y libros de texto. Miembro fundador de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, presidió durante un tiempo la Sociedad Antropológica de la Isla de Cuba en la que mantuvo hasta su muerte la condición de numerario. Abogó siempre en esas instituciones por el estudio de las riquezas naturales de nuestro país.
Su labor en el magisterio y la academia no le impidió ser un asiduo colaborador como divulgador científico en los principales periódicos y revistas de su época, donde aparecieron artículos propios y traducciones. Publicó por propia iniciativa Memorias sobre la historia natural de la isla de Cuba en dos volúmenes (1851, 1856-1858), en las que incluyó sus investigaciones zoológicas acompañadas por láminas ilustrativas, sumarios latinos y extractos en francés.
Entre 1865 y 1868 recogió en los dos tomos del Repertorio físico-natural de la Isla de Cuba trabajos de muchos científicos cubanos y extranjeros que revelaban descubrimientos de las principales especies zoológicas del país y aclaraban las dificultades en la determinación de las poco conocidas o dudosas. En 1883 la Exposición Colonial de Amsterdam premió con una Medalla de Oro y un Diploma de Honor su texto Ictiología Cubana, fruto de su trabajo de más de 50 años.
Fue depositada en la Biblioteca del Museo de Historia Natural de Madrid; sin embargo, en poder de Poey permaneció otra versión manuscrita de la obra, la cual enriqueció el sabio con anotaciones y descubrimientos hasta poco antes de morir. No fue hasta el año 1955 en que se editó una parte del texto existente en Cuba sin incluir los dibujos de su Atlas. Luego de permanecer por más de un siglo casi totalmente inédita, la Ictiología Cubana se publicó íntegramente (2000) gracias al empeño de varias instituciones encabezadas por la Casa de Altos Estudios Don Fernando Ortíz de la Universidad de La Habana.
¿El poeta olvidado?
Sabemos que don Felipe ya componía poemas en sus tiempos de bachiller en el Seminario de San Carlos. Algunos de esos versos, dedicados a su esposa María de Jesús Aguirre, aparecieron en la Revista Bimestre Cubana, en 1833. José Lezama Lima, muy parco en prodigar elogios, llegó a decir sobre el sabio: “En cuantos informes rinde en la academia de ciencias, se esmera siempre en conseguir un lenguaje correcto, preciso y elegante”.
Lezamaincluyó en su icónica Antología de la poesía cubana la pieza de Poey El Arroyo, donde en su opinión el sabio “revela la fineza de su sensibilidad para acercarse a la naturaleza”. En este poema, añade, “lo idílico de la naturaleza cubana aparece captado con una sensibilidad que la disciplina estudiosa no disminuye sino acendra […] El mundo vegetal, entrelazado con los peces que se van deslizando en el arroyo, es tratado con una verdadera precisión deliciosa”.
Destaca el autor de Paradiso cómo el ingenioso naturalista describe “los insectos, la extracción alimenticia del seno de la flor, las guabinas, el camarón, el cangrejo, la libélula, surgiendo de una naturaleza fácil y regalada, donde jamás aparece la serpiente colérica ni el tigre”. Se refiere, obviamente, a la parte en que Poey subraya cómo en las aguas del arroyo “la Inocencia está segura/ y duerme descuidada. / Ni escorpión amenaza muerte dura/ ni serpiente irritada. / No se ve de las fieras perseguido/ su reposo halagüeño, / ni del tigre feroz el cruel rugido/ interrumpe su sueño”.
Poco conocida es la labor de don Felipe como promotor de la cultura literaria. Anfitrión de tertulias, fue asiduo asistente de otras tan renombradas en la época como las del abogado Nicolás Azcárate. Entre 1858 y 1862 presidió la Sección de Literatura del Liceo de La Habana y en ese período el Liceo de Guanabacoa, donde disertó conferencias y declamó poemas, lo destacó como Socio de Honor.
Sus Obras Literarias, una compilación de sus colaboraciones en revistas y periódicos, se publicaron en 1888. Además, Poey realizó un encomiable trabajo como traductor –dominaba a la perfección el latín, el inglés y el francés–, y en esa labor puso a disposición de los hispanoparlantes La Historia de los imperios de Asiria (1847), de Burette, y la Égloga Primera, de Virgilio, entre otros títulos.
Retrospectiva desde 2024
Muchos académicos coinciden hoy día con el historiador Eduardo Torres Cuevas, quien ha calificado a Poey como “el naturalista más eminente de Cuba y, posiblemente, también de América Latina durante el siglo XIX”. Científico riguroso –subraya este acucioso investigador–, descubridor de la naturaleza cubana, don Felipe fue la personalidad durante la época colonial que con mayor ahínco vivió la esperanza de dar vida a una ciencia nacional.
Para Torres Cuevas, la gran significación del ingenioso naturalista reside en que supo contemplar el mundo desde Cuba: “desde donde somos y a partir de la importancia que debe tener para nosotros la comprensión de nuestro medio […] Sus reflexiones, sus acercamientos a las nuevas teorías, la actitud intelectual, la capacidad para corregir y reconocer errores propios, la magnitud increíble de los resultados, aparecen en la lógica que explica una vida y la trascendencia de una obra: amor, sensibilidad, inteligencia, sencillez, honradez”.
No solo era el científico y naturalista brillante, el que sabía de peces cuanto hay que saber. Como aseveraba el patriota y pensador Enrique José Varona: “Poey era un sabio muy literato, tan amigo de Couvier como de Virgilio, y muy capaz de preferir el Bufón escritor al bufón naturalista. No por gusto uno de los más grandes conocedores de su obra, el académico Pedro M. Pruna, lo llamó “el bardo científico de la fauna cubana”’.
Y fue también un grande del profesorado cubano, que supo ejercer el magisterio por mano de la bondad, al decir de un alumno suyo, Juan Vilaró Díaz, ictiólogo como él. Para este discípulo, era un ser benevolente “sin más linde que el deber elevado y culto: inteligencia de sabio y corazón juvenil siempre y todo coronado de una modestia inagotable”.
Uno de sus biógrafos así lo describía en el momento de impartir una clase: “Nada de barbas venerables ni bigotes profusamente doctos para provocar fanatismo de la ciencia difusa. Desde la base del conocimiento científico, se dejaba oír su voz en el aula”.
*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.
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Fuentes consultadas
Los libros Obras de Felipe Poey y Aloy (prólogo de Eduardo Torres Cuevas y Ensayo introductorio, compilación y notas por Rosa María González López) y El ingenioso naturalista don Felipe de La Habana, de Mary Cruz. El artículo Felipe Poey y Aloy, de la Red Cubana de la Ciencia