“Hasta acá llegué”, dijo Pepe Mujica a principios de enero, y completó su partida el martes 13 de mayo de 2025. / elpais.com
“Hasta acá llegué”, dijo Pepe Mujica a principios de enero, y completó su partida el martes 13 de mayo de 2025. / elpais.com

Guerrero de la humildad

Murió Pepe Mujica, símbolo de la izquierda ética. De tupamaro a presidente, dejó un legado de humildad, lucha democrática y coherencia sin claudicar


José “Pepe” Mujica no fue un político tradicional. Fue un hombre que transformó el sufrimiento en sabiduría y la prisión en escuela. Su vida encarna una síntesis entre la lucha armada y la construcción democrática, una travesía que lo llevó de guerrillero tupamaro a presidente de Uruguay.

Falleció el 13 de mayo de 2025, a los 89 años, a pocos días de cumplir 90, víctima de un cáncer de esófago que se extendió al hígado. Murió como vivió: sencillez, coherencia y una fidelidad inquebrantable a sus principios.

Legado nacido de la resistencia

Encarnó la resistencia durante la dictadura uruguaya (1973-1985), cuando fue encarcelado por más de una década en condiciones inhumanas. Fue rehén del régimen y sobreviviente del aislamiento más extremo de 10 años, del que emergió con una visión transformadora. “Si no puedes ser feliz con pocas cosas, no vas a ser feliz con muchas”, repetía.

Su voz no cargaba resentimiento, sino un mensaje de reconciliación y libertad interior. A pesar de las heridas –literalmente, siete balazos, pérdida del bazo, un pulmón atrofiado–, Mujica supo transitar de la clandestinidad al Parlamento, del fusil a la tribuna democrática.

En ese proceso no renunció a su ética: donó casi el 90 por ciento de su salario presidencial, vivió en su modesta chacra, manejó su viejo “escarabajo” y convirtió su vida en un símbolo político contra el consumismo y la arrogancia del poder.

Ética de la sencillez

Mujica lideró a Uruguay entre 2010 y 2015, con un enfoque profundamente progresista. Legalizó el matrimonio igualitario y el aborto, y reguló el uso del cannabis. Fundó programas sociales importantes y su presidencia no fue un fin en sí mismo, más bien una extensión de sus ideales de igualdad, justicia social y fraternidad.

“Soy feliz porque cuando mis brazos se vayan, habrá miles de brazos en la lucha”, dijo en uno de sus últimos discursos. Así veía su papel en la historia, no como caudillo, acaso como eslabón de una cadena colectiva. Rechazaba los privilegios, los honores y los aplausos vacíos. Prefería cultivar flores y reflexionar sobre el sentido de la vida: “La vida no es solo trabajar. Hay que dejarle un buen capítulo para la locura que tenga cada uno”.

Mujica no fue un revolucionario dogmático. Fue un pensador libre que criticó los errores de la izquierda latinoamericana, su incapacidad de articular proyectos comunes, de construir instituciones sostenibles y de actuar coordinadamente.

Denunció la fragmentación de las universidades, el fracaso de UNASUR y la miopía política frente a desafíos globales. No por nostalgia, si por responsabilidad intergeneracional: “Hay que aprender de los errores que cometimos nosotros”, advertía a los nuevos liderazgos.

A lo largo de su trayectoria, Pepe Mujica mantuvo una relación fraternal con figuras emblemáticas de la izquierda latinoamericana, entre ellas, Fidel Castro y Hugo Chávez. Nunca ocultó su admiración por el papel histórico de la Revolución Cubana y con su líder histórico compartió extensas conversaciones, intercambios epistolares y un profundo respeto por el compromiso social. “Fidel fue un iluminado, yo soy un paisano con suerte”, decía humildemente.

Con Hugo Chávez cultivó una relación política cercana en el contexto del impulso a la integración regional a través de la Celac y Unasur.

Pepe Mujica visitó Cuba en varias ocasiones, siempre en actitud de respeto y diálogo fraterno, tanto con el pueblo como con sus dirigentes. Su primer viaje oficial como presidente tuvo lugar en enero de 2013, cuando fue recibido por Raúl Castro y rindió homenaje a José Martí en la Plaza de la Revolución.

Durante esa visita, elogió la resistencia del pueblo cubano frente al bloqueo económico y destacó sus logros sociales en materia de educación y salud. También llamó a repensar los modelos de desarrollo desde la autocrítica.

En ese viaje, tuvo un encuentro memorable con Fidel, con quien conversó largamente sobre política, historia y el destino de América Latina. En sus memorias relató aquel diálogo como uno de los momentos más intensos de su vida política.

Años más tarde, tras la muerte del Comandante en Jefe, en 2016, expresó su pesar y lo calificó como «uno de los grandes forjadores de dignidad para América Latina». Su vínculo con Cuba se mantuvo más allá de los cargos, desde la militancia y el afecto, en un plano donde lo ideológico no anulaba lo humano.

Un adiós desde la dignidad

La enfermedad no le robó la dignidad. En abril de 2024 anunció que padecía cáncer de esófago. Luego de varios tratamientos, el mal avanzó.

A comienzos de 2025 confirmó que el mal se había diseminado al hígado y que no resistiría más terapias: “Estoy condenado. Hasta acá llegué”. Renunció a tratamientos invasivos y eligió despedirse en paz, en su casa de siempre, con su compañera de lucha y de vida, Lucía Topolansky.

No quiso lágrimas. “Lo inevitable no se lloriquea, hay que afrontarlo”, decía con realismo estoico. Desde la intimidad de su chacra, pidió no ser molestado. “El guerrero tiene derecho a su descanso”, declaró. Y así partió, sin espectáculo, sin homenajes rimbombantes, pero dejando tras de sí una estela luminosa de coherencia, honestidad y humildad.

El féretro del expresidente uruguayo es trasladado des-de el Palacio Presidencial a la Asamblea Nacional en Montevideo. / lavanguardia.com

Condolencias que atraviesan fronteras

La muerte de Pepe Mujica no fue solo un duelo para Uruguay. Fue un momento de recogimiento para toda América Latina. Entre los mensajes más sentidos figuró el del presidente Miguel Díaz-Canel, quien expresó sus condolencias con estas palabras: “A nombre de Cuba, de su pueblo y del mío, envío nuestro pesar por la muerte de un imprescindible. Mujica vivirá en la memoria colectiva de los pueblos que luchan por la justicia social”.

La nación caribeña, que compartió con Mujica afinidades ideológicas, reconoció su ejemplo como un faro para las causas emancipadoras de la región.

El presidente Yamandú Orsi, su sucesor político y compañero del Frente Amplio, escribió: “Gracias por todo lo que nos diste y por tu profundo amor por tu pueblo. Te vamos a extrañar mucho, viejo querido”. Las palabras no eran un protocolo. Eran el eco sincero del sentimiento popular.

Desde Brasil hasta México, desde las calles de Montevideo hasta los rincones rurales del continente, se multiplicaron los homenajes espontáneos, los mensajes de gratitud, los abrazos en su nombre. Porque Pepe Mujica trascendió los cargos: fue maestro, símbolo, conciencia.

Una historia que no muere

El 20 de mayo, cuando habría cumplido 90 años, Uruguay lo recordará con serenidad y orgullo. Mujica no pretendió nunca la inmortalidad, pero la conquistó con su ejemplo.

Su frase más potente quizás no esté en sus discursos oficiales, sino en su modo de vivir: “No me puedo quejar. Con la vida que tuve, llegar a los 90 es un milagro”. Esa gratitud vital resume su grandeza.

Pepe Mujica deja un vacío, sí, pero también una guía. Nos enseñó que se puede hacer política con ética, que la austeridad no es miseria, que la rebeldía puede ser serena, que el poder es un medio, no un destino. Y, sobre todo, que la lucha continúa. Porque como él mismo dijo: “cuando mis brazos se vayan, habrá miles sustituyendo la lucha”.

A metros del río de la Plata, entre caballos negros y banderas desplegadas al viento, el pueblo uruguayo despidió a José “Pepe” Mujica como se despide a los imprescindibles: amor, respeto y lucha. El silencio fue roto por el clamor colectivo que coreaba su nombre mientras su ataúd ingresaba en la Plaza de la Independencia, envuelto en la bandera nacional y la del Frente Amplio, la coalición que lo abrazó tras los años de mazmorra.

Su compañera, Lucía Topolansky, y el presidente Yamandú Orsi encabezaron la ceremonia, pero el verdadero tributo lo ofrecieron los cientos de militantes que, entre lágrimas, portaban en su espalda su último mensaje: “No me voy, estoy llegando”.

Ese es Pepe: el que vuelve en cada bandera roja, en cada causa justa, en cada joven que sueña con un mundo más igualitario. Hoy descansa, según su voluntad, en la chacra donde vivió humildemente, junto a su querida perra Manuela, una mestiza de tres patas que lo acompañó durante años y a la que amaba como parte de su familia.

“Mi destino está ahí, donde está enterrada Manuela”, había dicho. A través de ese gesto, Mujica selló su unión definitiva con la tierra, y la sencillez y la coherencia que lo definieron.

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