Leonardo da Vinci fue uno de los genios más destacados de la historia. Su legado se caracteriza por su actividad versátil y multifacética; además de ser reconocido como artista, fue también arquitecto, diseñador, ingeniero e inventor, entre otras facetas. Sus manuscritos revelan a un hombre apasionado por el conocimiento y la exploración, impulsado por una curiosidad insaciable, la cual también abarcó el ámbito deportivo.
En este contexto, la sección Bohemia Vieja invita a los lectores a revisar nuevamente el artículo titulado “Da Vinci en los Deportes: ¿Casualidad o coincidencia?”, publicado en la edición 17, del 23 de agosto de 2002, de la página 14 a la 16, firmado por el periodista Jorge Alfonso.
El texto analiza las observaciones, estudios y prototipos creados por Da Vinci relacionados con la aeronáutica y el vuelo controlado: las alas delta y el paracaídas piramidal… Asimismo, destacan sus innovaciones en equipos de inmersión submarina, incluyendo escafandras autónomas. Uno de los aspectos más sorprendentes es la coincidencia entre los dibujos realizados por Da Vinci en 1509 y el diseño actual de la pelota de fútbol, evidenciando así su visión adelantada a su tiempo.
DA VINCI EN LOS DEPORTES: ¿CASUALIDAD O COINCIDENCIA?[1]
Por. / Jorge Alfonso
Dentro del mundo del Renacimiento, la figura del pintor florentino Leonardo da Vinci (1452-1519) simbolizó al hombre que despertó muy pronto, mientras la inmensa mayoría de sus contemporáneos dormían en la oscuridad del medioevo. Como genio multiforme -artista, arquitecto, músico, médico, diseñador, ingeniero e inventor- consiguió fusionar en su vasta obra las ciencias y las artes.
Los manuscritos de Leonardo, conservados celosamente en el museo Clos-Luce, en Amboise, localidad francesa donde murió a la edad de 67 años, son harto reveladores de su capacidad para explotar tanto las técnicas pictóricas como las de la hidráulica, la anatomía, la escultura o la mecánica. Podemos añadir que muchos de sus ingenios necesitaron más de dos siglos antes de ser comprendidos.
Inventor de la llave de tuerca, creador del famoso cuadro Mona Lisa, padre del anemómetro o soñador del cambio de velocidad, por apenas citar una ínfima parte de cuanto aportó a la sociedad de entonces, también es posible relacionar la asombrosa analogía que guardaban algunas de sus creaciones con determinados útiles o implementos deportivos del presente.
En el año 1486, Da Vinci se sintió atraído por el vuelo de los pájaros y el resultado de las observaciones y los estudios realizados lo llevaron a esbozar los principios que rigen la aeronáutica. Más tarde, entre 1510 y 1515, intuyó el planeador, cuyas ilustraciones constituyeron la primera descripción del vuelo controlado, similar al desarrollo actual de la aviación por medio de las espectaculares alas delta.
Lejos de pensar que Leonardo hubiera volado, lo cierto es que produjo algún prototipo, como lo confirman las anotaciones siguientes: “Mañana haré la prueba” -escribió en 1496- y “El famoso pájaro levantará vuelo…” -destacó en 1505. En otro párrafo añadió: “Haz la prueba del verdadero aparato sobre el agua para no hacerte daño en la caída”.
A propósito, se conoce que el matemático Gian Battista Dentti siguió al pie de la letra el consejo del maestro y decidió lanzarse con un par de alas desde lo alto de una torre cercana a Perugia, cayó en el lago Transimeno y salió bastante bien de la osadía, pues solo se fracturó la pierna derecha.
Precursor del paracaídas
Numerosos historiadores califican al primer profeta de la era industrial como un hombre que tenía un concepto sombrío del futuro, ya que la mayor parte de sus inventos persiguieron una finalidad guerrera.
Sin embargo, cuando leemos otra de sus definiciones: “Subyugar el aire y elevarse por encima de él, con grandes alas, logrará (el hombre) vencer su resistencia”, comprendemos que el paracaídas y la máquina voladora fueron concebidos con otras miras, o sea, conseguir el viejo sueño humano de volar como los pájaros.
En uno de los salones del museo Clos-Lucé cuelga del techo el bisabuelo de todos los paracaídas, hecho de madera y tela. Tiene forma de cono y si lo comparamos con los modernos resulta fácil apreciar que al diseño de Leonardo nada más se añadieron la abertura superior y las cuerdas para dirigir la trayectoria.
Ese boceto del paracaídas piramidal, inspirado en la tienda de campaña, se encuentra en el código Atlanticus (compendio de sus diseños). En el margen del dibujo, el inventor con su escritura invertida -escribía las notas con la mano izquierda para no acostumbrar mal a la derecha, que era la destinada a la pintura- apuntó: “Por poco que tenga una tienda de tela, en la que todas las aberturas hayan sido tapadas y que ésta tenga doce brazas de diagonal (aproximadamente seis metros) por doce de alto, podrá lanzarse desde no importa qué altura sin temor a ninguna herida”.
También en las actividades acuáticas
La aplicación de algunas de las invenciones de Da Vinci en la superficie o en las profundidades marinas permite asegurar que perfeccionó equipos de inmersión con sorprendente modernismo. El propio código Atlanticus recoge desde escafandras autónomas hasta un tubo de inmersión.
Este último lo integran una cúpula flotante con varios orificios, otros tubos reforzados conducen a un sistema de válvulas que posibilitan la inspiración y la espiración. El equipo se completa con un traje de inmersión, con botas y un pantalón en el que existían precisiones para las necesidades naturales.
De idéntica forma, en el referido código aparece el diseño de un salvavidas utilizado por un individuo, quien adopta la posición de natación conocida por crawl. Esa misma página muestra unos guantes palmípedos semejantes a las patas usadas por los hombre-ranas.
La primera bicicleta
En fecha reciente, muchos dibujos y escritos del sabio florentino fueron restaurados y encuadernados. Durante ese proceso se conocieron por primera vez los reversos de numerosas páginas, en las que se representa la caricatura de un joven en traje renacentista y la sorprendente revelación de la bicicleta.
Las dos ruedas, trazadas con un compás, y las llantas de ocho radios aparecen coloreadas de marrón para imitar la madera. Posee un esqueleto horizontal con dos orquillas que alojan las ruedas. En la mitad posterior están representados los soportes de un gran sillín, el cual tiene un tercer punto de apoyo en el centro del chasis. La extraña T que une a la rueda delantera por dos tomillos es el principal elemento del diseño, que permite interpretar su funcionamiento.
En el centro del chasis se encuentra una rueda provista de gruesos dientes de madera, cúbicos y sin puntas, con dos pedales unidos mediante una cadena a otra rueda dentada de menor tamaño. Si se observa la reproducción del grabado, veremos que es una perfecta transmisión por medio de cadenas.
Sobre el balón de fútbol
Nadie puede afirmar con certeza quién fue el inventor de la pelota que desde hace varios siglos patean los futbolistas. Ahora bien, entre los dibujos que realizó Leonardo da Vinci en 1509 para ilustrar la obra De divina proportione, cuyo autor es el franciscano y matemático Luca Paciolo, se encuentran una buena cantidad de poliedros regulares e irregulares, y es destacable la coincidencia que tienen estos últimos con el actual diseño de la pelota de fútbol.
Dicho esquema, formado por 12 pentágonos y 20 hexágonos, es de los descritos como fabricado con cuero o plástico y permite, sin ser inflado, obtener una esfera casi perfecta.
¿Quién pondría en duda la hipótesis de que Leonardo conoció en Florencia los partidos de calcio -así denominaban los italianos en el siglo XV a su juego de patear el balón- en la Piazza della Signoria, jugados con una pallatone a vento (pelota de viento) que bien poco tenía de esférica?
¿Acaso sus conocimientos geométricos no le permitían proponer una forma poliédrica y con ella dar solución al problema del rodamiento?
Por supuesto, las interrogantes planteadas aún no tienen satisfactorias respuestas, pero podemos señalar que las invenciones de Leonardo Da Vinci solo necesitan el modelo para probar que funcionan. Lo que sucede es que sus cuadernos comenzaron a publicarse en los años finales del siglo XIX, cuando muchos científicos reinventaron lo que antes él había creado.
[1] Publicado en BOHEMIA, edición 17, del 23 de agosto del 2002, páginas 14-16.