Aunque el decomiso de las armas por la Aduana yanqui pospuso el inicio del levantamiento, este al final se produjo por voluntad de los patriotas residentes en Cuba
La cobardía y la maldad de un mal cubano habían asestado un duro golpe a la causa independentista. El destino de dos de los barcos que formaban parte de la expedición formidable organizada por José Martí para iniciar la insurrección en 1895, había sido delatado a las autoridades yanquis, las cuales comenzaron a adoptar las medidas pertinentes.
Funcionarios de la Aduana estadounidense impidieron partir del puerto floridano de Fernandina al yate Lagonda, cumpliendo una orden del departamento de Hacienda. Luego el buque Baracoa sufrió igual trato, pero al no hallarse material comprometedor alguno, se dejó sin efecto su detención. Refugiado en la casa del doctor Ramón Miranda para eludir la persecución policiaca, Martí le había avisado mediante un cablegrama a Máximo Gómez de la imposibilidad de continuar con el plan expedicionario. En ese hogar supo el 15 de enero de 1895 de la retención de la nave Amadís en Savannah, Georgia. Al día siguiente barco y tripulación quedaron en libertad.
En carta a Juan Gualberto Gómez, fechada el 17 de enero, el Delegado explicaría lo sucedido: “No emplearé palabra innecesaria para las amargas noticias que tengo que comunicarle […] Sustituiré el lamento inútil con la declaración de que renuevo inmediatamente, por distinto rumbo, la labor que la cobardía de un hombre ha asesinado […].
”Tres vapores, con cargo amplio y excelente, iban a caer a la vez sobre la Isla. Al salir el primero, se echan sobre él, y se pierde la quinta parte del armamento total, cuyo resto parece hasta hoy salvado […] un coronel cubano escogido por un grupo de expedicionarios para conducirlos, se negó, ya en los días mismos de salir, a hacerlo en las condiciones aceptadas por las cabezas de los demás grupos”.
En realidad, según contaban sus coetáneos, Fernando López de Queralta -como se llamaba el traidor- rebosaba ira por no haber podido lograr para sí la comisión de la última compra de armas ni estaba de acuerdo con quedarse en Cuba e incorporarse a la insurrección una vez desembarcado el grupo al cual iba a guiar. Depositario de una parte de las armas desde hacía más de un año, este coronel del 68, cuando las envió a la Fernandina lo hizo rotulándolas como “artículos militares” y con cajas de cápsulas mal cerradas (por esa causa varias se abrieron), a pesar de las instrucciones expresas de Martí, ante lo cual se vieron precisados a recoger el cargamento a toda prisa y enviarlo entonces, con 11 días de pérdida, a un almacén del puerto floridano a finales de 1894. El Delegado entonces destituyó a Queralta de sus funciones. Y una denuncia llegó a manos de la secretaría de Hacienda.

El Plan de Martí

El Apóstol había ideado toda una estrategia para hacer una “guerra breve” encaminada a acabar con la dominación española sobre Cuba. Una de las expediciones vendría bajo el mando de los generales Antonio Maceo y Flor Crombet con unos 200 hombres en el vapor Lagonda (inicialmente se había previsto el Amadís para esa encomienda). El barco recogería al Titán y sus hombres en Costa Rica y los desembarcaría en la provincia de Oriente.
Un segundo contingente con otros 200 hombres navegaría bajo el mando de los mayores generales Carlos Roloff y Serafín Sánchez en el vapor Amadís -en un principio se había pensado en el Lagonda, además recogería patriotas en Cayo Hueso, Florida, y los desembarcaría en Las Villas. La tercera expedición vendría, bajo el mando del mayor general Máximo Gómez y del propio Martí, con unos 300 hombres en el vapor Baracoa, el cual zarparía con el Apóstol, el coronel José Mayía Rodríguez y el comandante Enrique Collazo desde los Estados Unidos y recogería a Gómez y sus hombres en República Dominicana, y luego los desembarcaría en los alrededores de Santa Cruz del Sur, Camagüey.
Cada contingente, aparte del armamento portado por los propios expedicionarios, trasladaría armas, municiones y cuantiosos pertrechos para abastecer a más de 400 hombres. Varios historiadores coinciden en afirmar que entre lo ocupado en los almacenes de Fernandina por las autoridades aduaneras yanquis había 300 rifles Winchester, 300 de repetición Remington, cien revólveres Colt, abundantes municiones, varios cientos de machetes Collins, cantinas, cinturones, mochilas, hules, frazadas y gorras, así como los prácticos necesarios para un desembarco.
Y el revés devino victoria
A partir de documentos desclasificados por la secretaría de Hacienda y la Aduana yanquis, así como de los almacenes radicados en el puerto de Fernandina, algunos historiadores de origen cubano han intentado exonerar a López de Queralta -solo admiten “indiscreciones suyas”- y pretender recaer, en el colmo del absurdo, toda la responsabilidad sobre supuestos malos manejos de José Martí. Si bien tras el análisis de tales documentos se refieren algunas indiscreciones entre los patriotas cubanos y comentarios infelices de trabajadores de los almacenes del puerto floridano, nada de lo mostrado en los archivos desclasificados aporta evidencias para eximir al coronel del 68 de los cargos de traición. Y su comportamiento posterior reafirmó más la hipótesis de su deserción.
En enero de 1895 la corona española cometió un gravísimo error. Con el fin de desmoralizar a los independentistas, armó un revuelo mediático para divulgar el fracaso mambí y sacó la equivocada conclusión de que les sería imposible reponerse. En realidad, este revuelo trajo un efecto totalmente distinto: los patriotas en Cuba, que conocían muy poco al Apóstol, quedaron impresionados con la formidable expedición en preparación por “el poeta” y comenzaron a confiar en él.
Martí no se amilanó con el revés. A su llamado -las arcas del Partido Revolucionario Cubano (PRC) estaban exhaustas-, la emigración ya se había desprendido de sus ahorros para financiar la expedición abortada e hizo un nuevo sacrificio y comenzó a recoger otra vez centavo a centavo, dólar a dólar, el dinero necesario para apoyar el reinicio de la insurrección. Un rico empresario patriota, cuenta la tradición —por fortuna los hubo en el 95—, retó a sus empleados a que la misma cantidad recogida por ellos, él la doblaría de su propio peculio. Así el Delegado pudo disponer de una cuantiosa suma para financiar las futuras expediciones de Duaba y Playitas.
Se vieron hermanados en recolectar dinero para la causa independentista a Fernando Figueredo, veterano del 68 y Baraguá, junto con las jóvenes hijas de Ramón Leocadio Bonachea, al marxista Carlos Baliño y al pastor metodista Manuel Deulofeu, a obreros como Ramón Rivero, y a ricos propietarios como Hidalgo Gato y los O’Halloran.
Por encomienda de Martí, el abogado Horacio Rubens entabló un proceso legal a fin de recuperar las armas incautadas (muchas de ellas las enviaría a Cuba meses después el departamento de Expediciones del PRC). Entre el 12 y el 31 de enero, redactó 33 cartas y mensajes cablegráficos. Envió al diario La Lucha, de La Habana, una información de lo sucedido. La censura española permitió su publicación, una decisión calificada de errónea por historiadores peninsulares años después.


A Juan Gualberto Gómez escribiría Martí: “Es mi primer pensamiento el de redimir a la Isla de toda obligación de sujetar sus movimientos a los que de afuera no han de cesar”. Si los mambises en Cuba estiman poder empezar la guerra, subrayaba, con probabilidades de éxito sin aguardar a la dirección militar (Gómez, los Maceo, Flor, Serafín) “cumpla el país su voluntad, que mi puesto no es mandar sino servir”. Occidente jamás debía alzarse, expresó su opinión personal, “sin connivencia previa” de Oriente y “alguna sólida conexión” en Las Villas, “cuyo consejo indispensablemente habrán ustedes de demandar”.
El 29 de enero de 1895 se reunió Martí con Mayía Rodríguez, quien tenía autoridad y poder expreso del Generalísimo, y Enrique Collazo, representante de los mambises residentes en Cuba. Los tres patriotas suscribieron la orden para “el alzamiento simultáneo o con la mayor simultaneidad posible de las regiones comprometidas”, el cual debería ocurrir “en la segunda quincena, no antes, del mes de febrero”.
Fueron los destinatarios de esta Orden de Alzamiento, el representante del Delegado en Cuba, Juan Gualberto Gómez (La Habana), Guillermón Moncada (Santiago de Cuba), Bartolomé Masó (Manzanillo), Salvador Cisneros Betancourt (Camagüey) y Francisco Carrillo (Las Villas). Las copias del documento para cada uno de ellos las trajo Juan de Dios Barrios desde Key West a la capital cubana.
Se acordó por los jefes mambises presentes en el país producir el levantamiento el último domingo del mes y primer día de carnaval, el 24 de febrero. Y ese día, patriotas de 35 localidades se lanzaron a la manigua. En la campiña cubana se volvía a batir el cobre.
- Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021
Fuentes consultadas
Los libros Martí el Apóstol, de Jorge Mañach, Memorias de la guerra de Enrique Loynaz del Castillo, Cesto de llamas, de Luis Toledo Sande, y La forja de una nación, de Rolando Rodríguez. El Epistolario de José Martí. La Historia Militar de Cuba, del Minfar, y el Diccionario Enciclopédico de de Historia Militar de Cuba.