Toda la vida laboral de Juan Moreno transcurrió en Juventud Rebelde, ahí conoció a Fidel y se realizó profesionalmente. / Cortesía del entrevistado
Toda la vida laboral de Juan Moreno transcurrió en Juventud Rebelde, ahí conoció a Fidel y se realizó profesionalmente. / Cortesía del entrevistado

Memorias de sol y sangre

Pocas horas después de ocurrida la masacre de Cassinga, Juan Moreno Hernández presenció las horribles consecuencias y los recuerdos de ese día son para él imborrables

Por. / Flavia Hernández Pineda*


Juan Moreno Hernández fue la primera persona en tomar fotos de la masacre de Cassinga. / Flavia Hernández Pineda

Colocó la cámara Zenit y tomó la imagen, obligándose a dejar de temblar. Aún no se acostumbraba al panorama, ¿cómo aceptar que aquello era real? Los cientos de cadáveres y el olor a sangre seca y carne quemada se le quedarían grabados en la memoria con la misma fuerza de aquel sol angolano, aún radiante tras semejante tragedia. Cincuenta y cinco años después, el recuerdo continúa tan nítido como la fotografía.

“No me gusta hablar de estas cosas, me pongo mal”, advierte Juan al minuto de rememorar lo que resultó ser la masacre de Cassinga. Su mirada se pierde y el rostro ensombrece, cruzados por el pasado. Permanece en silencio y añade: “pero, bueno, voy a contarte desde el principio”.

El joven cubano Juan Moreno Hernández llegó a Luanda para combatir. Con 22 años, tenía esa convicción profunda. Entonces ya era un buen fotógrafo y trabajaba en Juventud Rebelde. Le sugirieron cubrir el conflicto como fotorreportero en la capital angolana, pero prefirió participar en la batalla. En el sur estaba el deber, junto a las armas y la guerra contra Sudáfrica.

Pronto le asignaron el campamento del 2° Grupo Táctico de soldados cubanos, en el sureño poblado de Tchamutete, un lugar con más selva que civilización.

Estuvo unos 15 meses allí; después lo trasladaron a un sitio cercano de un campamento de refugiados. En él vivían familiares de combatientes de la Organización del Pueblo de África del Sudoeste (SWAPO), de Namibia, pueblo hermano con las mismas ansias de libertad que Angola y con un enemigo común: Sudáfrica.

El Premio Nacional de Periodismo Deportivo por la Obra de la Vida se le otorgó a Moreno en abril de 2019 por su trabajo durante 52 años como fotorreportero en Juventud Rebelde. / Flavia Hernández Pineda

Niños, mujeres y ancianos. Esa era la población namibia en Cassinga. Personal civil. Inocentes con el único “pecado” de tener un hermano o un padre luchando por la independencia. El 4 de mayo de 1978 murieron 650 personas de ese campamento, tras un ataque aéreo.

Era jueves y hacía mucho sol. Al calor de aquella mañana, no imaginó Juan que en pocas horas conocería el verdadero rostro de la guerra. “Estábamos organizando la preparación combativa, como siempre, y de repente escuchamos una explosión muy fuerte, luego otra y, de pronto, vimos tres aviones Mirage por encima de nosotros”.

El primer pensamiento colectivo fue: “atacan a los namibios”. “Rápidamente, los soldados desmontaron la técnica preparada para una inspección de nuestros superiores en la unidad y esperamos la orden de ir a ayudar a los refugiados”.

Ese campamento estaba a 15 kilómetros y nuestra unidad tenía la responsabilidad de proteger a esas personas. Sin embargo, el jefe de la unidad estaba en Luango desde el 1ero de mayo, estaban en desventaja militar, pues él era el hombre que llevaba más tiempo en Angola y que mejor conocía el terreno.

El segundo al mando no conocía con claridad los caminos; por tanto, cuando recibieron la orden de contrarrestar la acción enemiga, fue difícil llegar al lugar atacado.

Les tomó un par de horas llegar. Más o menos, a las cuatro de la tarde los primeros combatientes cubanos lograron superar el fuego sudafricano y el bloqueo de las entradas para poder penetrar en el sitio de los refugiados.

En ese momento, eran muchísimas las víctimas. Al parecer, los sudafricanos tenían estudiada la locación y tiraron las bombas en puntos estratégicos que hicieron derrumbarse las construcciones del campamento, situadas todas bajo tierra.

Además, no conformes con el ataque aéreo, desembarcaron en el campamento para ametrallar a cada persona que intentaba esconderse para salvar la vida.

El archivo de Juventud Rebelde guarda las instantáneas de la masacre de Cassinga. / juventudrebelde.cu

A los cubanos les resultó muy difícil operar en el combate, tenían miedo de que resultara herido algún infante o tanquista del grupo. Pero, gracias a la firmeza de la respuesta, los sudafricanos comenzaron a irse. Dejaron muchas de sus pertenencias en el campamento para poder hacer una huída rápida.

El último soldado cubano se mantuvo en posición defensiva hasta las 7 de la noche. “Era de Ciego de Ávila, como muchos en mi unidad; producto de esa acción perdió las dos piernas y un brazo”.

Cuando entraron en contacto con las personas del campamento, vieron un grupo de niños llorando porque sus padres habían muerto. “Mamá, mamá, gritaban. Aquello partía el alma”, confiesa Juan con la voz quebrada por la evocación del recuerdo.

“Los recogimos y se quedaron en la unidad. La orden que llegó fue la completa protección de todos ellos. En el mes de mayo el frío es terrible en Angola, no es húmedo o con lluvias; es un frío seco, a pesar del sol. Nuestros abrigos se los dimos a esos niños y  jóvenes sobrevivientes. Hasta nos comunicábamos con ellos por señas para poder saber si querían comer o cualquier otra cosa porque nosotros no sabíamos inglés”.

“El alimento también lo compartimos; se les atendió sus heridas, durmieron en las camas de los soldados y se quedaron con ellos hasta que llegó la orden de Fidel para que los pequeños vinieran a estudiar a Cuba”.

“La decisión surgió tanto por el hecho de que vivieron un acto de violencia traumática, como porque era muy peligroso para ellos continuar en una zona de guerra. Algunos jóvenes de más de 15 años, por orden de Namibia, se les dio la oportunidad de escoger entre quedarse siendo combatientes o venir a hacer estudios. Muchos se hicieron médicos o ingenieros”.

Al terminar todo, a la mañana siguiente del bombardeo, hubo que buscar una buldócer para hacer una zanja dónde enterrar los cuerpos. Eran muchísimos. Los sudafricanos habían mantenido el fuego contra los refugiados durante 12 horas.

Ese mismo día, 5 de mayo, a Juan le consiguieron una cámara para fotografiar el campamento por pedido de Fidel. El Comandante necesitaba ver las fotos, pues allí no había prensa que pudiera informar nada; aquello era la selva, “la mismísima casa del Diablo”, como lo describió Juan. La prensa internacional no llegó a Cassinga hasta el 7 de mayo.

Las fotos que tomó se conservan en el archivo de Juventud Rebelde, pero a nombre de otro compañero. “Fue un error del periódico, igualmente se sabe que la obra es mía”.

“Algún tiempo después, Fidel llamó y nos felicitó por nuestra actuación en el combate; sin esa intervención probablemente no habría quedado nadie para contarla, pues la orden los sudafricanos era acabar con todos en el campamento de refugiados”.

Juan Moreno Hernández permaneció en Angola tres años más. Obtuvo el grado de capitán al término de su labor. Sin embargo, de las armas no quiere saber.

Se jubiló tras 52 años como fotógrafo del periódico de la juventud cubana. Su vida y trabajo transitaron por caminos más felices, pero nunca olvidó Cassinga.”.

“No hay quién me haga cuentos sobre guerra, yo la viví en carne propia y sigo reviviendo esos momentos. Solo puedo decir que es lo más negro que existe y lo peor por lo que he pasado”.


*Estudiante de periodismo

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