Esta periodista quiere constatar algunas opiniones personales sobre uno de los líderes más populares y carismáticos del mundo. Cada lector tendrá la suya
¿Dios? ¿Quién dijo lo era? De tan terrenal, sus largos discursos me impacientaban y hasta llegué a cuestionar su resistencia ante el podio, sin beber, sin sentarse, sin ir al baño. En ocasiones subía el audio del televisor y me iba a cocinar, a limpiar. Eso sí, sin dejar de prestarle atención, pues a medida que escuchaba, aquilataba en la justa medida sus muchas enseñanzas. Es cierto, algunos proyectos al principio me parecieron descabellados…

Atada a la supervivencia diaria en el conocido Período Especial (años 90 del siglo XX) y apremiada con la crianza de dos niños pequeños, preocuparme por “algo más” escapaba al rango de prioridades. Mucho menos podía seguir siempre las intervenciones del Comandante en Jefe, pues casi nunca teníamos electricidad, siendo inútiles la existencia de los electrodomésticos. Pero al tratarse de la palabra del “Uno”, esta se esparcía cual viento. Sentada en el muro de entrada del edificio en esos largos apagones alguien trasladó la esencia de una de sus frases: En Cuba, la ciencia y las producciones emanadas de esta debían ocupar, en algún momento, el primer lugar de la economía nacional, pues sin recursos energéticos el desarrollo debía asentarse en “las producciones de la inteligencia” y ese sería nuestro lugar en el mundo; no otro. Nos pareció un ideal bello y seguimos contando estrellas.
En esa época, cuando papá –Raúl Valdés Vivó– me visitaba, también se hablaba del “Fifo”, debido a su relativa cercanía con él. En tales intercambios sentía expandir mis horizontes estrechos de “alumbrones” y niños quejosos, sin meriendas y con zapatos rotos. Sin embargo, con la siguiente anécdota toqué fondo de la incredulidad: el 5 de diciembre de 1994 (etapa aguda de nuestra crisis económica) se fundó el Centro de Inmunología Molecular, CIM.
Allí Fidel manifestó: “Es un orgullo en pleno Período Especial inaugurar este Centro que no es un lujo, es una promesa de salud para nuestro pueblo y es una promesa de ingresos para nuestra economía”. “¡Está loco!”, solo atiné a exclamar, lo cual me valió una reprimenda de papi y alrededor de 15 pesadas jornadas sin hablarme. Transcurrido el tiempo, fallecidos ambos, sobrevino la epidemia mundial de covid-19 y Fidel volvió a la carga de gigante, al dejar abierto el camino para nuestra creación de varias vacunas de altísima calidad contra la maldita epidemia. Su amplia visión de futuro nos salvaba nuevamente. Viví entonces sentimientos encontrados: empequeñecida por mis miras estrechas y orgullosa de pertenecer a una nación bien afianzada en las raíces dejadas por el líder de la Revolución Cubana. El reto sigue estando en mantener igual firmeza, sagacidad y sensibilidad humanas.
Me abro el pecho cuando admito haber exclamado: “¡Caballo, afloja, lo que dices no puede ser!”. Después de la reacción espontánea, venía la aguda introspección, porque si Fidel lo aseguraba había un alto porcentaje de certezas. Nada de mago, ni de haber pactado con el diablo, a pesar de las muchas difamaciones al respecto. Hablo de un hombre apasionado y en exceso analítico, cuyo pensamiento combinaba sentimiento y razonamiento.

Junto a él libramos muchas batallas, ganándolas; otras las perdíamos, la famosa “Zafra de los 10 millones” ha pasado al baúl de los recuerdos, o juegos de pelota contra los estadounidenses. Derrotas menores si tenemos en consideración los largos años de acompañarlo levantando las banderas de la soberanía. Fidel murió físicamente hace ocho años y el pueblo cubano lo invoca a cada rato, alguien muy cercano diría “cada dos pasos”. Seguimos contando historias donde abundan las elogiosas: ante las masas manifestó como propio el “error” de la zafra azucarera de 1970. Me gusta aquella donde, en esas aparentemente interminables alocuciones llamó a “cortarse la mano” antes que robarle la mínima ración de ron al borrachito de la esquina. Arenga recordada perfectamente, dadas varias enseñanzas medulares: ser valientes, honestos, defender la verdad ante todo, con ética y moral, cualidades intrínsecas del revolucionario cabal. Para mí, ahí radica el gran magisterio de Fidel.
¿Dios? ¿Quién dijo lo era?
Un comentario
Interesante enfoque personal desde la sinceridad. Con la infrecuente irreverencia que se anuncia en el título. A mi juicio, comunicativamente eficaz como para enganchar al lector, dejar satisfecho al habitual y motivar la reflexión del recién reclutado, sin duda sumado al homenaje a un ser extraordinario.