Bombas de racimo… o racimos de bombas

Washington insiste en desbordar la paciencia rusa


El paso está dado. Una muestra evidente de quién en Occidente es el gran orquestador, organizador y ejecutor del dislate militar contra Moscú a través de la utilización de una Ucrania bajo inclinaciones nazi-fascistas.

Se trata del aberrado y peligroso envío por los Estados Unidos de las prohibidas internacionalmente bombas de racimo a las tropas de Kiev, empeñadas en una suerte de mítica ofensiva para quebrar la Operación Militar Especial del Kremlin hacia el Oeste en defensa de un Dombás, que por voluntad popular ha decidido reinsertarse en Rusia.

Todo, frente a una OTAN que ha crecido exponencial, agresiva y peligrosamente hacia al Este, a pesar de las viejas promesas oficiales gringas a Mijaíl Gorbachov de no avanzar un milímetro hacia el oriente en pleno ocaso de la Unión Soviética.

Para tomar en cuenta

Es imprescindible advertir con celeridad y sin subterfugios que la decisión de la administración de Joe Biden de entregar las prohibidas bombas de racimo al régimen de Kiev para su uso contra Rusia no solo burla convenios internacionales y desconoce los criterios opuestos de sus propios serviles aliados otanistas.

De hecho, tales artefactos son objeto del veto mundial desde 2008, luego de haber ocasionado una alta tasa de víctimas civiles y un elevadísimo nivel de infestación letal de territorios en Indochina y otros escenarios de las agresiones militares estadounidenses.

Así, más de 120 países son signatarios del documento que rechaza el uso de semejante artefacto, aun cuando, como sucede con no pocas decisiones internacionales cruciales que no se acomodan a sus intereses, Washington optó por no suscribir el memorando. Un mensaje de que unilateralmente seguiría produciendo y usando tales contenedores de muerte por encima de cualquier consideración.

Ahora, en el caso ucraniano, uno de los aspectos más graves para muchos es que ese tipo de pretendido “socorro militar” apunta a tensar en extremo la cuerda de la paciencia de Moscú, y aboca una lógica y contundente respuesta a semejante dislate, alejando mucho más la posibilidad de una paz negociada.

Y no es raro este actuar del hegemonismo con sello Made in USA, fanáticamente creído de que custodia las llaves del planeta, y procurando guerras lo más lejos posible de sus fronteras nacionales, no importan aquellas cabezas que caigan, incluidas las de sus propios escuderos, que pueden disentir tímidamente alguna que otra vez, pero no exhiben ni tienen el coraje indispensable para plantar un NO categórico.

Los cuentos, cuentos son

Biden insiste en prolongar la guerra en Ucrania porque Rusia le incomoda. ¿Llegará acaso a la categoría nuclear? / sputnik.com

Según “justifica” el Departamento de Defensa gringo, la urgente remisión de las proscritas bombas de racimo a Ucrania intenta “apoyar” la mítica actual ofensiva de Kiev contra la operación militar especial de Moscú, dada “la carencia de proyectiles artilleros que enfrenta Kiev” a pesar (digo yo) de los cientos de miles de millones de dólares en artilugios de muerte que le ha suministrado Occidente hasta la fecha.

En otras palabras, e incluso para un rudimentario razonamiento de orden lineal, se trata de acudir a cualquier medio para lograr el final deseado (el desguace de Rusia) por muy objetivamente imposible que resulte.

De ahí que, por añadidura y otra vez según el Pentágono, si bien esos artefactos “ocasionan muchas bajas civiles”, lo peor sería que “Moscú ganase el conflicto”, y hoy “la mejor inversión que pueden hacer los Estados Unidos –enfatizan textual y cínicamente sus voceros– es eliminar a todos los rusos posibles”.

La agenda de “beneficios” de la nueva escalada incluye que el oficializado reeleccionista Joe Biden acumule méritos en su política externa de cara a los comicios presidenciales; que la Unión Europea y la OTAN, ambas bajo égida yanqui, salgan del entuerto más mansos que los corderos en que ya se han convertido en relación con la Casa Blanca; y que el complejo militar industrial y los monopolios energéticos norteamericanos incrementen todavía más la millonada que se embolsan, y a la que deben sumarse las subidas presupuestales de orden bélico planeadas por el Oeste del Viejo Continente ante la “amenaza rusa”.

Un arma netamente asesina

Las bombas de racimo fueron usadas por los Estados Unidos en Indochina en los años 60 del pasado siglo y todavía matan civiles en aquellos predios.

Prohibidas por consenso global, las bombas de racimo Made in USA se empacan no obstante con destino a Ucrania para “matar rusos”. / rt.com

Se trata de un contenedor que, en su caída libre, o luego de recorrer una buena distancia desde la boca de un cañón, esparce miniexplosivos en un espacio del tamaño de un campo de fútbol.

Algunos “balines” estallan de inmediato, si el contacto contra la superficie es suficiente para accionar sus espoletas, pero otros muchos que no explotan quedan sobre el terreno por decenios como trampas mortales.

Washington –ya lo decíamos en párrafos anteriores– no firmó el acuerdo global contra esos proyectiles, y sus socios otanistas que sí lo hicieron al menos han expresado su desacuerdo con entregarlas a Ucrania, pero –eso sí– al unísono se lavan las manos, aduciendo que se trata de “la decisión individual de un no signatario”…y no queda otra cosa que hacer para impedirlo.

Igual que el avestruz, Europa Occidental esconde la cabeza bajo la tierra y deja tronco y extremidades al aire, como si aparentar quedar bien con Dios y con el diablo le sacara los glúteos del fuego que desde allende el Atlántico le han instalado en su propia casa, y al que añade gasolina en vez de agua para gozo del incendiario mayor.

Parecería entonces –se inclina a pensar este comentarista– que tendrán que ser la aviación, la artillería y los misiles rusos los encargados de cercenar de cuajo la nueva amenaza, como ya lo hicieron con las municiones de uranio empobrecido que Londres remitió a Kiev, las lanzaderas Himars gringas, los tanques germanos Leopard, y cuanta cacharrería de la OTAN ha aparecido en el campo de batalla…y Moscú, por suerte, tiene como responder… con puntería y efectividad.

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