Contra la “cultura” del destrozo

Entre los propósitos para 2025 debiera incluirse el hacer mucho más para sensibilizar a los cubanos sobre la necesidad de preservar sus sitios patrimoniales e históricos


Visitantes y naturales de la urbe coinciden en que el Prado de Cienfuegos es un paseo inolvidable. A lo largo de sus dos kilómetros de extensión lo flanquean hermosas construcciones con disímiles estilos arquitectónicos; los árboles aportan sombra al caminante, que puede observar obras de arte relacionadas con la historia local.

Lamentablemente, a mediados de 2024 una de ellas quedó incompleta: el conjunto dedicado a Justo Ceferino Antonio Méndez Aguirre, cienfueguero respetado en el siglo XX por sus aportes al desarrollo del territorio. El mármol de Carrara fue golpeado y las figuras mutiladas.

Ojalá se tratara de un caso aislado, pero numerosos han sido en Cuba los desmanes contra los sitios públicos (comenzando por los parques, cuyos bancos a menudo son destruidos o hurtados) y monumentos. No me referiré aquí a los impulsados por motivos supuestamente políticos o ideológicos, como los perpetrados contra bustos de José Martí en La Habana en 2020, sino a aquellos nacidos de la incultura.

El artista crea […] lo creado pasa a ser patrimonio y, por lo tanto, responsabilidad del pueblo. (María Félix)

Por mencionar solo algunos ejemplos de lo acaecido durante las dos últimas décadas: en 2015 un hombre en estado de embriaguez atentó contra el principal monumento erigido en Camagüey en homenaje al patriota Ignacio Agramonte; de acuerdo con la información publicada entonces, el hecho preocupaba “a los moradores de esta villa, pues no resulta el primero desde que se escogiera esta zona como área pública para la conexión a Internet por wi-fi”.

Foto. / letranueva.wordpress.com

Un reportaje del periódico 5 de septiembre alertaba en 2017 que “al menos una agresión al patrimonio local se detecta cada semana, según especialistas de la Oficina del Conservador de Cienfuegos”; entre los objetos y sitios afectados se encontraban las tarjas, el edificio La Catalana, el hotel La Suiza, el Rincón Martiano.

Cuatro años antes una brigada de cuentapropistas sin la experiencia necesaria, mientras pretendía restaurarla, había dañado la escultura de José Martí en el matancero Parque de La Libertad. Y en 2018 Juventud Rebelde explicaba por qué era necesario rodear ese conjunto escultórico con una cerca: en más de una oportunidad se habían robado el asta de la bandera, los niños se encaramaban y comían sobre las figuras.

Por esa misma fecha Cubahora organizó un foro online para debatir si los cubanos cuidamos nuestros monumentos. Un participante lamentaba que en el holguinero parque Calixto García el consagrado a “este heroico mambí sirve de rampa para impulsar patines, carriolas o de muro de escalamiento para variar; no he conocido a nadie que los requiera por eso”. Asimismo, un vecino de Las Tunas se dolía de los desafueros contra “el monumento al General Antonio Maceo en el parque del mismo nombre”.

El monumento al cienfueguero Justo Ceferino Antonio Méndez Aguirre ha sido vandalizado en más de una ocasión. / 5septiembre.cu
En Sancti Spíritus un infortunado afán de diversión llevó a maltratar la escultura de Francisquito. / escambray.cu

La escultura de Francisquito, un personaje popular en Sancti Spíritus, fue ultrajada en 2020. La periodista Lisandra Gómez reflexionaba en su comentario: “¿Qué causas pueden justificar que se le ponga merengue en el rostro a una obra de arte o se le añadan cigarros o botellas de ron? […] La denuncia del artista espirituano Félix Madrigal, autor de la escultura, en la red social Facebook hizo saltar las alarmas […] Otras voces alertaron de una situación tan preocupante como la propia agresión: la impunidad en ese tipo de hechos, sobre todo en un área como el bulevar, con varios custodios y cámaras de seguridad”.

Más difícil de evitar fue el estropicio ocasionado a la cueva Solapa 2 (ubicada en un área oficialmente protegida en Guantánamo), donde múltiples rayaduras deformaron un petroglifo en 2022, “apenas semanas después de aprobada, en mayo pasado, la Ley General de Protección al Patrimonio Cultural y al Patrimonio Natural de la República de Cuba por la Asamblea Nacional del Poder Popular”, puntualizaba Orfilio Peláez en Cubadebate.

Con la anterior relación no se pretende marcar con el dedo acusatorio a esas localidades, pues actos similares acontecen en el resto del país, aunque no se expongan en los medios de comunicación.

¿Podrá la citada Ley cambiar el escenario? Ninguna legislación transforma la realidad si no se aplica con firmeza y no recibe el apoyo cotidiano de la sociedad en general.

Si bien se divulgan las sanciones tomadas contra los vándalos que actúan para crear malestar contra el gobierno cubano, no sucede con igual constancia cuando el destrozo se debe a la desidia, un equivocado sentido de la diversión y el desconocimiento de los valores patrimoniales. Como si las implicaciones negativas para el ornato, la historia y la identidad de las ciudades no fuesen las mismas en ambos casos.

Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia. (José Saramago)

Diversos textos publicados por la prensa nacional, incluida BOHEMIA, han abogado por acciones punitivas. Y sí, es preciso una actuación más contundente de las autoridades. Sin embargo, las medidas penales tampoco por sí solas resolverán el problema. Como también han señalado varios colegas, sin educación, compromiso y hasta la devoción de los ciudadanos, las áreas públicas, patrimoniales e históricas no se mantendrán a salvo.

Vale recalcar –¿cuánto se habrá dicho?– que la educación comienza en la niñez, en el seno de la familia y de la escuela. Salvo excepciones, hoy ambas fallan en inculcar respeto generalizado y perdurable por los valores arquitectónicos, urbanísticos y arqueológicos de nuestras regiones.

Arte rupestre dañado (como evidencia la imagen de la derecha) en Guantánamo. / cubadebate.cu

Dentro del Ministerio de Educación surgen estrategias bien elaboradas, investigaciones académicas, propuestas metodológicas, que en la práctica parecen no concretarse en todas partes como debieran.

¿Suelen los profesores llevar periódicamente a sus alumnos a conocer los monumentos y exponentes de la memoria histórica? ¿Les hablan a menudo sobre estos con emotividad y sentido de pertenencia? ¿Proponen tareas y concursos al respecto? ¿Se implican las instituciones docentes en el cuidado y apadrinamiento de tales lugares? ¿Son suficientes los vínculos de los organismos dedicados a orientar la conservación del patrimonio con los centros educacionales? ¿Se sostienen a lo largo del tiempo proyectos que en ciertos barrios y momentos han sido exitosos? Si hiciéramos una encuesta en el país, no pocas veces las respuestas a estas interrogantes serían negativas.

Indicar, tutelar, no es lo mismo que sensibilizar. Lo último conlleva cercanía con quienes aplicarán la política, y trabajo a largo plazo. Pensar a nivel macro, actuar en el pequeño espacio.

Urge potenciar el aprecio por nuestro patrimonio y desbancar a la “cultura” del destrozo. Según investigaciones sociológicas y psicológicas, habituarnos a ese modo de vivir tiene un alto costo, no solo económico, igualmente nos exponemos al incremento de la ansiedad y la depresión, a dificultades para seguir planes de vida provechosos, a la pérdida de la autoestima.

Además, si el vandalismo o la aceptación es el resultado de la ignorancia, quedamos a merced de quien quiera despojarnos de aquello no bien valorado. Porque lo desconocido quizás se anhela, pero jamás, por muy valioso que sea, podrá amarse ni cuidarse ni defenderse.

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