Los gatos, esos adorables y enigmáticos compañeros, son celebrados en tres fechas distintas a nivel mundial, lo que nos invita a reflexionar sobre su papel en nuestras vidas, impacto cultural e importancia de cuidarlos.
Desde 2009, el 22 de febrero se conmemora en los Estados Unidos, en honor a Socks, el famoso gato de la familia Clinton. En Japón también se rinde homenaje a estos felinos en ese mes, mientras que en Rusia la festividad tiene lugar en marzo.
El 8 de agosto fue designado por el Fondo Internacional para el Bienestar Animal (IFAW) como el Día Internacional del Gato, coincidiendo con la época de mayor fertilidad en el hemisferio norte. A diferencia del Día del Perro, que se celebra el 26 de agosto, esta fecha no promueve la adopción de gatos.
Por otro lado, el 29 de octubre se celebra, igualmente en los Estados Unidos, el Día Nacional del Gato, una iniciativa de la activista Colleen Paige, quien busca crear conciencia acerca de la cantidad de estos animales abandonados en las calles.
En Cuba, la Asociación Cubana de Aficionados a los Gatos (ACAG) también celebra a estos felinos en octubre con exposiciones, competencias y premios.
Los gatos, con su naturaleza independiente y su carácter cariñoso, se han convertido en una de las mascotas más queridas del mundo, y algunos estudios demuestran que pueden reducir el estrés y mejorar la salud cardiovascular de sus dueños.
La sección Bohemia Vieja aprovecha la primera conmemoración del año para presentar el reportaje “Una cita con el Gato”, escrito por Mario G. del Cueto. Este texto, ricamente ilustrado, explora la historia de los gatos en la civilización humana, desde su veneración en el Antiguo Egipto hasta su simbolismo en el
cristianismo e islamismo.
Igualmente se abordan las persecuciones que sufrieron durante la Edad Media, relacionadas con la propagación de enfermedades, así como rasgos psicológicos y otras características únicas de estos fascinantes animales. Además, se incluyen refranes y frases populares que los mencionan, presentados como textos independientes.
UNA CITA CON EL GATO[1]
“La mujer es más hermosa cuanto más se parece a una gata”, afirmaban los egipcios. ¿Por qué el gato no aparece acompañando a ningún santo? “Los dictadores odian a los gatos” —dice una americana. El gato: símbolo del amor y del adulterio. La nota musical “mi” es afrodisíaca para el gato. En la charada no hay otro animal con más números que el gato. Orgullo y aristocracia: características de los gatos. El animal más limpio de la creación
Sobre los gatos se han escrito centenares de libros, artículos, reportajes y numerosos trabajos literarios. El misterioso animal ha sido incorporado al refranero popular, en tal abundancia de expresiones, como ninguna otra de las especies zoológicas inferiores al hombre. Su historia, su psicología, sus costumbres, y el rico anecdotario en el que figura como protagonista, mantienen aún vivo el interés por su enigmática vida. Cuando para unos es la perfidia lo que caracteriza al gato —en oposición al perro—, para otros el extraño felino es objeto de la más profunda admiración. Se “es astuto y sagaz como un gato”; se dice que “hay gato encerrado” cuando se quiere mencionar la existencia de una razón oculta; y para aludir a lo riesgoso de una empresa, ¿no es acaso frecuente el empleo de esta expresión familiar; “sí, pero, quién le pone el cascabel al gato?”.
Historia
En la antigüedad el pueblo egipcio divinizó al gato. Bast era el nombre de la diosa a la que estaba consagrado. En el panteón egipcio ella personificaba —con cabeza de gata— el calor bienhechor, fecundante y vivificante del sol. Fue adorada en el bajo Egipto por toda una dinastía faraónica —la XXII— ocho siglos antes de Cristo.
Cuenta la historia que una vez los arqueólogos hallaron más de 180,000 momias de gatos en el templo de la Gruta de Diana cerca de la ciudad de Beni Hassan, posiblemente donde hoy se encuentra Tell Basta. Un egiptólogo eminente, el alemán Jorge Moritz Ebers, advirtió que el gato era el más sagrado de los muchos animales que adoraban los egipcios, puesto que su imagen se veneraba en todas las comarcas del país. En algunas inscripciones, un arqueólogo francés, Champollión el joven, —descubridor de las momias citadas— encontró que la palabra gato correspondía en lenguaje egipcio de la época a la palabra miau que aludía a la onomatopeya gatuna del maullido.
El glosario teosófico de Blavastsky señala que Bubasté, una ciudad egipcia, estaba consagrada a los gatos y que estos ejemplares de la raza felina lo mismo se ofrecían a la diosa Isis, que simbolizaba la luna —en cuyos templos los sacerdotes profetizaban según las posturas y movimientos del animal—, que a la diosa Bast (Osiris), destructora de los enemigos del sol. Esta doble característica, la de representar factores tan excluyentes como el sol y la luna, hacen más contradictoria e indescifrable la “personalidad” del gato.
En su novela histórica “José en Egipto”, el novelista germano Thomas Mann sitúa al bíblico personaje en la ciudad de los gatos, durante un día de fiesta. “Flotaba allí —dice el inolvidable autor— tan persistente olor a valeriana que el extranjero, aun poco habituado, sentíase casi molesto, siendo este olor odioso a toda criatura viva, salvo a la bestia sagrada de Bastet, el Gato, que, como nadie lo ignora siente por él una particular predilección. En el santuario de Bastet, que constituía el más importante edificio de la ciudad, manteníanse numerosas muestras de la raza gatuna, negros, blancos, coloridos. Con esa gracia flexible y silenciosa que les pertenece, se paseaban por sobre los muros y por los patios, entre los fieles, y todos rivalizaban en ofrecerles la planta repugnante”.
Ya el sabio naturalista Linneo había observado, hace dos siglos, la relación asociativa entre la raíz de la valeriana y el gato; pero aún hoy resulta inexplicable el fenómeno. Lo cierto es que para “amarrar” a un gato a la casa, el penetrante olor de la valeriana es el procedimiento que se emplea habitualmente.
Algunos documentos egipcios señalan que el pueblo del Nilo tenía gran veneración a un dios de la música, y a una diosa del amor, ambos representados con cabeza de gato, y que en Memfis, la antigua capital, una mujer que aspiraba en un concurso de belleza, ganaba más títulos para ser hermosa cuanto más se pareciese a una gata.
Otro testimonio de la época revela que los niños consagrados a Bast —la diosa con cabeza de gato— usaban una medalla con la esfigie [sic] gatuna y que por la muerte llorada de un felino, las gentes asistían a los funerales del gato embalsamado, con las cejas afeitadas en señal de luto, según cuenta el historiador griego Herodoto.
Diodoro de Sicilia, un historiador romano muy bien informado, contemporáneo de Julio César, escribió que en el Egipto antiguo los gatos vivían “a cuerpo de Faraón” (a cuerpo de Rey) porque se les alimentaba con pan migado en leche y con pescado del río Nilo. Según el autor de la “Biblioteca Histórica”, el que maltratara a un gato, recibía castigos corporales.
Sobre este aspecto, el Diccionario Infernal del francés Jacobo Collin de Plancy recuerda el episodio en que un soldado romano fue muerto por la furia popular, a pesar de las gestiones del Faraón, porque inadvertidamente había matado a un gato cuando patrullaba las calles durante la ocupación extranjera en el Egipto antiguo. El rey Persa Cambises, cuando declaró la guerra a los egipcios 520 años antes de Cristo, ocupó Peluse, una ciudad enemiga, mediante una hábil estratagema: delante de sus tropas colocó a un pelotón de gatos y le dio a cada uno de sus soldados y oficiales un gato por escudo. Los egipcios, que no quisieron matar, por miedo, a sus animales favoritos, se rindieron rápidamente a las huestes del conquistador persa.
¿Qué razones tenían los egipcios para considerar como dioses a los gatos? Aunque algunas civilizaciones preincaicas, en la América del Sur, tenían parecida veneración por los gatos —si nos atenemos al juicio del novelista francés Paul Morand—, ningún otro pueblo hizo del incomprensible animal un culto tan profundamente religioso. La explicación de este fenómeno se pierde en la noche de los tiempos. Una opinión racional, bastante difundida, enseña que los egipcios divinizaron al gato porque era un gran defensor de sus graneros. Egipto, desarrollado principalmente en las márgenes del Nilo, era un país eminentemente agrícola y sus cosechas, atacadas continuamente por distintas plagas, entre ellas los ratones, encontraban su máximo protector en el gato, enemigo tradicional del voraz roedor. De ahí que lo elevaran al sitio prominente de las deidades. De todos modos, ¿por qué la palabra gato servía en el egipcio antiguo para dar nombre a la belleza; y por qué según un papiro ptolomeico “Dios hizo el gato para que los hombres tuvieran el placer de acariciar un tigre”?
Anecdotario
En el Diccionario Infernal nos tropezamos con un episodio histórico en la vida del gato. Dícese allí que Mahoma, fundador de la religión musulmana, le tenía muchas consideraciones al suyo. Tantas, que un día porque el felino se le quedó dormido en la ancha manga de su atuendo de profeta, optó por cortarla para no molestar al animal, cuando se vio obligado a asistir urgentemente a una ceremonia islámica. A su regreso, Mahoma no pudo reprimir su asombro: el gato salía de su extática modorra con los movimientos perezosos que le son característicos en este trance; enderezó la cola y arqueó su espinazo en ademán de respeto. Mahoma lo interpretó como una reverencia, y desde entonces el gato ocupa un puesto en el paraíso musulmán. También le imprimió la virtud de no caer jamás sino de patas. De ahí el refrán: “cayó de pie; como los gatos”.
En la Edad Media, el gato es considerado como la forma visible del demonio. Con las Cruzadas reaparece en Europa para acabar con los ratones. Los cruzados, después de fatigosas jornadas para reconquistar el santo sepulcro, llegaban a sus respectivos países cargados de ratas. El gato era, entonces, un animal útil. En inventarios y testamentos de la época el gato se dejaba como una valiosa herencia. Un conocido cuento de Perrault habla del hijo de un molinero que por toda herencia sólo recibió un gato. Alberto de Wallenstein, el famoso militar germano, daba órdenes de encerrar a todos los perros cada vez que tomaba una ciudad. Con ello permitía que su gato favorito se paseara libremente por todas las calles. Por allá, por el año 1630, cuando tuvo que guerrear contra los suecos, le hicieron prisionero al gato… No tardó mucho en cambiarlo por tres generales enemigos. El almirante Nelson estuvo a punto de perder la vida porque volvió al escenario de un naufragio para rescatar a su gato.
Si en el siglo XIII un edicto inglés ordenó la destrucción de todos los gatos del reino, en Alemania, en cambio, se le menciona, por la misma época, como “un ganado de gran valor” en los inventarios y transacciones mercantiles. El vulgo de la Edad Media asociaba el gato con las brujas y el demonio. En casi todos los tratados de Demonología o Demonomancia (adivinación por medio de los demonios) el gato forma parte de la utilería clásica al lado de las brujas —cabalgando sobre ellas—-, de las escobas y de las lechuzas.
En la hechicería y la magia, el gato cuenta con un largo capítulo. La ciudad francesa de Metz fue testigo hasta muy adentro del siglo XVIII de incineraciones públicas de gatos, en autos de fe, para la extinción de la hechicería. Ciertos aldeanos de Hungría creen que las brujas se transforman en gatos negros. Sir James George Frazer, autor de un monumental tratado de magia y religión, expone en exhaustivos capítulos lo que él califica de “espíritu del grano como gato”. En algunos lugares de Francia, “ponen un gato vivo debajo del último haz de mies y al trillarlo matan al gato a golpes de mayal. Después el domingo lo asan y se lo comen como plato de día festivo”.
Grandes figuras de la historia sentían permanente admiración por los gatos. Otras, los repudiaban. Entre los primeros se cuentan Mahoma, Martín Lutero, Leonardo da Vinci, Víctor Hugo y Nelson. El cardenal Richelieu tenía una excelente colección de gatos persas, de angora y birmanos, cuyos nombres pasaron a la historia. Lenin, el mago de la revolución rusa, gobernaba desde el Kremlin con un hermoso gato tendido en su regazo; Baudelaire, el poeta francés, lo hizo tema de maravillosos sonetos; la mascota de Clemenceau se llamaba Prudencia y Rudyard Kipling volcó en un cuento de fina visión antropológica —“El gato que va solo a todas partes”— sus ideas sobre el mágico felino. Entre los segundos —los que repudiaron a los gatos— pueden nombrarse a Julio César y al conquistador asiático Gengis Khan.
Una especialista en psicología gatuna, la norteamericana Margaret Cooper Gay, ha llegado a afirmar que los dictadores odian a los gatos. Según ella, amaron al gato Thomas Jefferson, Jorge Washington y Abraham Lincoln. Dictadores como Hitler, Julio César y Mussolini no le dedicaron nunca la menor atención.
La devoción por el gato llegó en Inglaterra hasta la fundación de un club en 1887, el National Cat Club. Dice Paul Morand que un restaurant, instalado en el barrio de Westminster, de Londres, reserva mesas a gatos pensionistas inscriptos que concurren al festión [sic] con una medalla colgada al cuello.
Seguimos al novelista francés: “París honra a los gatos. Esta raza felina, la más nerviosa del globo, tan potentemente vital, eléctrica, caprichosa e inspirada, organizada para gozar y sufrir hasta el paroxismo, femenina ante todo, con la gracia de las mujeres, poseyendo una inaudita resistencia a la muerte, merecía, mucho mejor que la galera insumergible, encarnar en su total y más completa esencia, París… En francés, la palabra gato (chat) está impregnada de la imagen misma del animal: suave, silencioso, recogido”.
Es curioso: ¿tendrá algo de satánico el gato? Marcelo Uzé hace esta observación atinada: “Es perfectamente injusto que San Roque y San Bernardo tengan un perro entre sus emblemas: San Humberto, un ciervo; San Marcelo, un asno, animal discreto, fiel e ignorado; San Enrique, un gamo; San Gil, una cierva; Santa Escolástica, una paloma; San Agustín, un cerdo, y que el gato no acompañe a ningún santo en la iconografía. Sin embargo, el papa Gregorio I, que fue canonizado, tuvo como íntimo amigo a un gato. ¡San Gregorio, tened compasión de los gatitos que no han cometido pecado original y que no se comían a los pajaritos en aquel paraíso terrenal donde todos los animales vivían en paz!”
Tal vez en el gato se oculta el misterio de la creación. En alguna parte leemos que el gato tenía la virtud de espantar al ofidio, a la serpiente; que, perfumado, se le instalaba en lujosas camas y que, en los festines y bacanales orientales, se le situaba en un lugar de honor. Homero, el cantor griego de la Ilíada y la Odisea, lo trata con respeto; las tribus bárbaras de la Germania lo habían convertido en símbolo del adulterio y de la libertad. La Edad Media elevó al felino a la categoría de demonio, pero, en cambio, los escandinavos lo erigieron en emblema de amor. “Todo esto —se pregunta Morand— libertad, adulterio, pecado, amor, son cosas muy relacionadas entre sí; son las diversas facetas del mismo misterio”.
Psicología
El gato es un animal altanero, orgulloso y aristocrático. Es enigmático y voluptuoso. Cuando nos roza las piernas no es para acariciarnos, sino para acariciarse él. Frente a un persa azul o un angora blanco, Morand ha dicho: ‘‘No conozco una mirada humana más rica en matices”. El gato ha tenido detractores y defensores. El naturalista Buffon le ha puesto esta etiqueta: “El gato es un doméstico infiel al que se conserva por necesidad… Malicia innata, carácter falso, natural perverso. Dócil y adulador como los bribones. No tiene más que la apariencia del apego (…) Jamás mira de frente a la persona querida. El gato es bonito, ligero, limpio, hábil y voluptuoso, gusta de comodidades, busca los muebles más blandos para descansar y recrearse en ellos… No puede decirse que los gatos, aunque inquilinos de nuestras casas, sean animales enteramente domésticos; aquellos más domésticos no son por eso más sumisos; puede decirse que son enteramente libres y que no hacen sino lo que quieren”.
El gato parece ser un animal inconquistable. No se domestica, se amansa. El perro se somete al hombre; el gato no, por eso nunca pierde su personalidad. “Es el único animal domesticado cuya morfología y comportamiento no han sufrido modificación”.
Dice Bernard Grozimek: ¿“Lograremos jamás penetrar el misterio del gato? ¿Cómo ese animal, aparentemente tan suave y acariciador, puede revelarse como el más cruel de todos los carnívoros? Es difícil imaginar espectáculo más penoso que el de un gato que ha cazado un ratón. Es la tortura por la esperanza, todo un arte de verdugo que consiste en otorgarle la libertad a la víctima cuando se siente perdida para volver a apresarla entre las garras cuando se cree salvada. Es un juego que el tigre, por ejemplo, desconoce”.
Todo en el gato parece ser instintivo, no adquirido. Así lo revelan las últimas investigaciones. Ese mismo juego cruel es una de sus manifestaciones instintivas. La limpieza es la otra: el gato es uno de los animales más limpios de la creación. Es limpio por naturaleza. En cada lamida higiénica a su lustroso pelambre hay una actitud ancestral: el gato se limpia para impedir que sus enemigos lo persigan por el olor; sabe ocultar sus deyecciones para borrar las huellas ante la posibilidad de una agresión.
Afirmase que el gato —un terciopelo montado en cuatro patas— tiene los sentidos muy desarrollados. La vista y el tacto son los de mayor perfección. El olfato no aventaja al del perro; pero su sensibilidad epidérmica es extrema: su piel se estremece al menor contacto. Sus patas son maravillosos instrumentos que parecen conocer el principio del radar. Ven con igual intensidad lo mismo de día que de noche, fenómeno que no ocurre con otros animales. Los que han visto en película lenta la gran variedad de sus movimientos se habrán percatado que en este sentido es un animal único: hay que verlo, en una caída de gran altura, como adopta la posición ideal para caer en cuatro patas. Puede hablarse de una sensualidad auditiva en el gato, ya que recientes pruebas de laboratorio han demostrado que la nota mi ejerce sobre el pequeño felino un poder afrodisíaco. El escándalo de su ardor genésico —“el gato empuja su instinto de tejado en tejado”, como diría Guillermo Villarronda— es para algunos más publicidad que méritos. Hemos leído en algún texto de zoología que el trajín amoroso del gato — ¡ah, esas noches de enero con luna llena o en el mes de julio, épocas del celo!— resulta extremadamente angustioso porque el aparato reproductor del macho presenta una estructura espinosa. (El maullido del gato se produce, en la forma que solemos escucharlo, por la conformación del hueso hioides. En el gato, este hueso -que sostiene la lengua, situado entre ésta y la laringe, está unido directamente al cráneo, de ahí el sonido peculiar. No todos los felinos tienen igual sonido. Esto se debe a la conformación del hioides: el tigre, el leopardo y el león, rugen: el gato y el puma, maúllan).
El gato no tiene la variedad del perro. Conserva más que éste su formación originaria, es decir, no se cruza con la facilidad con que lo hace el perro. Los gatos persas o de angora que tienen a veces el sedoso pelo largo con los colores más atractivos, tienen en el mercado un elevado precio. El siamés, con todos los extremos de su cuerpo “tratados en color más oscuro” (color de foca) parece ser una raza de ejemplares inteligentes. El birmano, con una raya dorsal de distinto color al resto del cuerpo, es otra especie vistosa. En el archipiélago británico existe una clase, los de la isla de Man, que no tienen rabo. (No se les podrá conocer cuándo están molestos: el perro mueve la cola en gesto de entusiasmo; el gato agita el rabo para mostrar su indignación).
Clausuremos con Morand esta entusiasta aventura por el mundo felino. Dice el novelista francés en un finísimo ensayo: “Los gatos pueden ser feos —afirmaba mi padre— pero no son jamás vulgares”. Buffon, el naturalista, agregaba que los gatos sólo mostraban afecto aparentemente. Esto lo decía Buffon, que conocía a los animales; pero debió haber dicho lo contrario, pues bajo una apariencia de frialdad indiferente, el gato es un animal capaz de sentir un afecto profundo. Lo que ocurre es que es un oriental, y por eso muy preocupado por no “perder la cara”. ¿Es él quien vendrá hacia nosotros? No, nos deja venir. “No nos acaricia, se acaricia con nosotros”, decía Rivarol; pero los misóginos dicen lo mismo y, también injustamente, de las mujeres… Como la mujer, el gato nos atrae sin darlo a entender, y nos espera; pero es siempre él —ella— quien nos escoge…”
El gato en el refranero popular
(Algunos de los refranes que se emplean en Cuba).
Solo había cuatro gatos. Expresión que se usa, despectivamente, para indicar que había poca gente y sin importancia.
Aquí hay gato encerrado. Refrán popular que alude a la existencia de una causa o razón oculta o secreta; o a manejos ocultos.
Hijo de gato, caza ratón. Este es un refrán que enseña que los hijos heredan la índole y costumbre de sus padres.
Buscarle los 3 pies al gato: tentar la paciencia a uno con riesgo de irritarle, o empeñarse tesoneramente en cosas imposibles.
Te dieron gato por liebre: engañar a uno dándole calidad de una cosa por medio de otra inferior que se le asemeja.
¿Quién se lleva el gato al agua?: el que pretende superar alguna dificultad o el que arrostra el riesgo de una empresa.
Tener siete vidas como los gatos o tener más vida que un gato: salir bien repetidamente de cualquier peligro.
Tirarse un lavado de gato: expresión familiar que quiere decir mojarse uno apenas, y especialmente hacerlo pasándose por la cara un paño mojado.
Eso lo saben hasta los gatos: por ser tan simple una cosa, cualquiera la conoce.
No faltó o no quedó ni el gato: que no faltó ó quedó nadie de la familia, por ejemplo.
¿Quién le pone el cascabel al gato?: alude al peligro de una empresa. Es de la famosa fábula en verso. Un grupo de ratones se reunieron para librarse del gato, pero como uno de ellos propusiera que debía ponerse un cascabel al gato para que los avisara del peligro, un ratón preguntó: “¿quién de todos ha de ser, el que se atreva a poner ese cascabel al gato?”.
Fulano es un gato: (que es un ladrón o un tipo astuto).
Gato de azotea: en México, es persona muy flaca, que pasa hambre.
Gato fino, gato boca, gato tigre: son el 20, el 4 y el 14 en la charada.
“P’al gato”: exclamación que indica el desprecio que nos inspira alguna cosa.
Defenderse como gato boca arriba: Según el refrán, dícese del que hace muchos esfuerzos por defenderse de su adversario.
Se llevan como el perro y el gato: La estampa no responde al dicho popular. Aquí el felino se reconcilia con el perro, su enemigo tradicional, pero en términos generales, “llevarse como el perro y el gato” es, precisamente, lo contrario: NO LLEVARSE.
[1] Un reportaje de Mario G. del Cueto con la cámara de Panchito Cano. Publicado en la edición 8, del 20 de febrero de 1955, páginas 66-68, 100-101, sección Divulgaciones.
Un comentario
Excelente trabajo, muy bien hecho, muy conseguidas referencias, muy ocurrente en ciertos caso, y el refranero muy interesante y completo. Mi enhorabuena.