Imagen. / infobae.com
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La odisea de Valentina Tereshkova

Los viajes al espacio son de las hazañas más admiradas, no solo por el sacrificio que implican, sino también por la rigurosa preparación que requieren de quienes se aventuran en esta arriesgada profesión. Este 6 de marzo celebramos el 88 cumpleaños de Valentina Tereshkova, la primera mujer cosmonauta del mundo. Con motivo de esta fecha Bohemia Vieja reproduce el artículo “Valentina Tereshkova: La hija del siglo”, originalmente publicado en una revista soviética en la edición 40, el 4 de octubre de 1963, en las páginas 38-41.

El artículo, ricamente ilustrado, ofrece un vistazo a la vida de esta héroe, quien se convirtió en la única mujer en realizar una misión espacial en solitario hasta la fecha. Su histórico vuelo a bordo de la nave Vostok 6, que tuvo lugar del 16 al 19 de junio de 1963, abarcó 70 horas y dio 48 vueltas a la Tierra. Sin embargo, como ella misma reconoció más tarde, la experiencia no fue tan placentera como se esperaba.

Tereshkova sufrió fuertes náuseas y jaquecas; no obstante, logró escribir un diario de a bordo y cumplir con todos los aspectos de la misión. Además, debió enfrentar un error en la programación de la trayectoria, lo que la llevó a ajustar manualmente el rumbo de la nave para asegurar un regreso seguro a la Tierra. Finalmente, abandonó la cápsula y descendió en paracaídas desde 6 000 metros, aterrizando en Karaganda, Kazajistán.

Este acto de valentía realza su hazaña, consagrándola como una leyenda en la historia de la aeronáutica espacial.

El artículo que reproducimos incluye un reportaje gráfico de su llegada a La Habana el 1 de octubre de 1963, donde fue recibida con entusiasmo por líderes y ciudadanos de la capital cubana.


VALENTINA TERESHKOVA: LA HIJA DEL SIGLO[1]

La presencia de un cosmonauta soviético —o dos— girando en tomo a la Tierra no era ya una sorpresa para nadie. El mundo entero se había acostumbrado tanto a las proezas que se iniciaron con Gagarin, que cuando, el viernes 14 de junio, de este año, se lanzó al espacio —para cosechar nuevos éxitos y superar las metas de sus antecesores— la nave “Vostok-5”, piloteada por el coronel Valeri Fiodorovich Bikovski, la grandeza del acontecimiento no estremeció a la opinión pública. La hazaña se medía ahora en términos numéricos.

¿CUANTAS VUELTAS DARÁ BIKOVSKI?

En eso se estaba, en el conteo: Van 9… 17… 29… 38… Eran las tres del domingo 16, hora de La Habana. De pronto la radio trasmitió una noticia sorprendente:

—El poderío coheteril de la URSS acaba de poner en órbita el “Vostok-6”, piloteado por una mujer soviética, la heroica Valentina Tereshkova…

Había ocurrido lo insólito, lo inesperado. De millones de gargantas brotó la más sincera expresión de alegría. Del sector femenino no había que hablar. Allí la jubilosa conmoción alcanzó niveles increíbles. Una mujer huésped del espacio cósmico tenía una profunda significación: era la primera cosmonauta del mundo, forjada bajo el socialismo y constituía un símbolo vigoroso de la igualdad de derechos con el hombre.

— II —

A las pocas horas de ascender en su cápsula espacial, Valia, el diminutivo en ruso de Valentina, volaba a una distancia de seis kilómetros de la otra nave comandada por Bikovski. Una nota sensacional del viaje fue el comunicado suscrito por ambos:

—Hemos comenzado a realizar —decía— nuestro vuelo espacial conjunto. Ha sido establecida una comunicación segura por radio entre nuestras naves. Estamos a corta distancia uno del otro. Todos los sistemas de las naves funcionan excelentemente. Nos sentimos bien.

Cuando el rostro de la Tereshkova se asomó a la pantalla de los televisores soviéticos, protegida su cabeza con el casco especial de los cosmonautas, Jruschov estableció comunicación con la heroína:

—Es usted la primera mujer cosmonauta del mundo —le dijo—. Buena travesía. La recibiremos con muchísimo júbilo en nuestra tierra soviética.

La Gaviota, como le dicen cordialmente, por su afición al paracaidismo y a la aviación, respondió emocionada:

—Le aseguro, querido Nikita Sergueivich, que será cumplida la honrosa tarea de la patria…

—Estoy muy contento —comentó el gran estadista—, y me enorgullezco como un padre, de que una muchacha nuestra, una joven del país soviético, sea la primera mujer del mundo que se encuentre en el espacio cósmico, dominando los aparatos más modernos. Este es un triunfo de las ideas leninistas y estamos orgullosos de que usted cubra de gloria a nuestro pueblo y a nuestra patria, a nuestro partido y a nuestras ideas…

Y agregó sonriente:

—Especialmente nuestras mujeres están trastornadas de entusiasmo. Usted sabe que en la URSS hay más mujeres que hombres. Le deseo, Chaika (Gaviota), permítame llamarla así, Valia, un viaje excelente…

—Hasta el próximo encuentro en nuestra querida tierra soviética —respondió despidiéndose la valerosa muchacha.

Al cruzar sobre América, en una de sus vueltas, Valentina Tereshkova había enviado un radiograma:

—Mi más caluroso saludo —decía su texto—, al heroico pueblo de Cuba y a las gloriosas mujeres cubanas. Deseo paz y felicidad a los pueblos de este continente.

Tres días después de su espectacular vuelo la nave “Vostok-6” aterrizaba en un lugar de la URSS previamente calculado por los técnicos. Durante ese tiempo le había dado 48 vueltas a la Tierra con un recorrido cósmico, global, de dos millones de kilómetros.

— III —

BIOGRAFÍA

Valentina Tereshkova había nacido en el año 1937 en la ciudad de Yaroslavl. En el centro escolar No. 32 del Distrito Krasnai Perekop cursó hasta el séptimo grado. Una mañana de junio de 1954 aquella muchacha de diecisiete años —cabellera rubia y ojos negros— se bajó de un ómnibus que se había detenido ante la fábrica de neumáticos del Distrito. Avanzó con paso firme, como decidida a cumplir su propósito. Estaba en el Departamento de Personal cuando apretó los labios y recordó un consejo de la madre:

—Me parece bien, hija, que quieras trabajar —le dijo—: pero no apruebo tu elección. Sería mejor que vinieras a la manufactura textil donde todos nos conocemos. Son gente buena, cordial. De no ser por ellos, acaso sin tu padre hubiéramos podido sacar adelante a los tres…

—Bah, mima, allí todos son textiles. Todos, alrededor. Los neumáticos sí que son una industria de verdad. Hay qué ir a la fábrica de neumáticos. Ahora dicen muchas cosas interesantes de la química…

Ante el jefe de personal, Valentina extendió su credencial. Ese mismo día la destinaron al montaje de armazones de cuerda, en el taller. Así comenzó su vida, como obrera, la primera cosmonauta del mundo. El amor al trabajo lo había heredado de su madre. De su padre, el mejor tractorista de la, aldea, le venía ese espíritu audaz que le caracterizó en todo momento. A la muerte del “viejo”, ocurrida al principio de la II Guerra Mundial, siguió, en 1956, otra desgracia familiar: la madre quedó paralítica, y hasta perdió la voz. No quedaron solas en su dolor, Valia y sus hermanos, Ludmila y Volodio. Sus compañeros las sacaban de apuros. En tales circunstancias, Valentina podía dedicarle tiempo, a los asuntos del Konsomol y a sus visitas a la sección de paracaidismo del aeroclub. Después que pasó a trabajar en.la industria textil, en 1960, obtuvo el diploma de tecnólogo en hilaturas dé algodón. Sus sueños, sin embargo, seguían proyectados hacia el Espacio. A cada rato se aparecía en su casa con el paracaídas, llena de contusiones:

— ¡Te vas a estrellar un día, muchacha! —le decía la bondadosa Elena Fiodorovna.

— ¡Ay, mamita, qué bien se siente una en el aire!

Nadie la pudo disuadir de que abandonara sus propósitos. Era difícil contener a Valia cuando decidía cualquier cosa. El paracaidismo constituía su vocación más honda, y a ella se entregó. Le gustaba, especialmente, dar saltos de exactitud. Bromeando con sus amigos en el club solía decirles refiriéndose al círculo hecho en el aeródromo, donde había que descender:

—Que, ¿cogeremos hoy la medallita?

— IV —

El 21 de mayo de 1959, Valentina Tereshkova dio su primer salto. El dato aparece registrado en el diario del instructor Stanislav Moroshiv: “Se ha cumplido el gráfico, pese a la lluvia y el viento. El mal tiempo no privó a Valia de la alegre sensación del primer salto. Le sedujo esa ligereza inigualable que experimenta el hombre bajo la cúpula del paracaídas”.

Como dirigente juvenil comunista, electa por sus compañeros de trabajo de la fábrica textil, Valia desplegó una actividad inusitada. Atendía los problemas de cada obrero. Comprendía y se hacía comprender. Le gustaba decir la verdad a la cara. La futura cosmonauta jamás defraudó la confianza que en ella habían depositado el Comité del Partido y los komsomoles. Cuando se discutían los errores cometidos por uno de sus compañeros de labor, Valia solía exclamar: “La culpa es mía porque no he sabido explicarle bien las cosas…”

Hacia el otoño de 1961 Valia iniciaba el camino que la conduciría definitivamente al mundo de sus sueños. Un día se presentó en el Distrito un antiguo alumno del aeroclub, Nasarov, hoy su director. Llamaron a Valia. Le preguntaron qué pensaba de su profesión. Dijo que le gustaba trabajar en la empresa textil, pero que hubiera querido dedicarse por completo a la aviación. Cuando se hallaba pasando sus vacaciones fue invitada a la capital para sufrir exámenes de selección. De Moscú regresó siendo ya miembro del glorioso destacamento de los cosmonautas…

El 6 de marzo de 1962 Valentina Tereshkova cumplía 27 años. La fecha la sorprendió en Yaroslavl. Ya había decursado el tiempo necesario para gestionar su ingreso en el Partido. La camarada Valentina Fedorovna la recomendó en estos términos: “Valia Tereshkova es una compañera trabajadora, tenaz en el logro del objetivo planteado. Es modesta. Considero que es digna de figurar en las filas del PCUS, y que cuando sea miembro de nuestro Partido no escatimaría energías para cumplir cualquier tarea del Partido Comunista de la Unión Soviética y de nuestro Gobierno”.

Había transcurrido poco más de un año. El domingo 16 de junio de 1963, Valia entraba en el espacio cósmico. Era la Hija del Siglo, una verdadera comunista que acaba de realizar una de las más gloriosas tareas del Partido y la hazaña cumbre que asombró a toda la humanidad.

— V —

En la libreta de apuntes del entrenador de los cosmonautas se hallan escritas interesantes anécdotas sobre Valentina Tereshkova. Una de ellas:

En la recta final de las pruebas en la centrífuga, los entrenadores se inquietaron mucho por el nuevo grupo de cosmonautas, particularmente por las muchachas. Pasados los exámenes preliminares llegó el momento decisivo del volteo con cargas calculadas:

—Vi a Valentina ya equipada dirigirse hacia la centrífuga en compañía del médico y del probador. Tomó asiento, comprobó el sistema de señales y adoptando una postura cómoda quedó inmóvil.

  • ¿Está todo en orden, Valentina?

Oí la voz cariñosa pero previsora del médico.

—Hay que reconcentrarse.

— ¡Lista!

— ¡Atención! ¡En marcha!

La centrífuga fue girando cada vez a mayor velocidad. Las sobrecargas aumentaban inadvertidamente: dos… tres… cuatro… ocho… La máquina giraba vertiginosamente… Todos quedaron suspensos:

— ¡Alto!

Una sonrisa de alegría iluminó los rostros.

— ¡Victoria! ¡Otra meta alcanzada!

Valentina estaba especialmente contenta. Ese día era su cumpleaños. Aún seguía en el sillón. La centrífuga giraba por inercia, pero los amigos le enviaban felicitaciones y saludos. Desde la pantalla del televisor Valia sonreía agradecida. En cuanto la desprendieron del casco, cayó en brazos de sus compañeros. Por la tarde, a la hora del té, había una gran torta “cósmica”.

Al regreso feliz del vuelo espacial; Valia se enfrentó a los periodistas:

—Como pasamos muchas horas —dijo— en los aparatos, de entrenamiento, me sentía muy segura en el viaje. De acuerdo con la tarea tenía que orientar la nave usando la dirección manual. La puse en funcionamiento. Anoté la presión inicial en los balones y eché a andar el secundómetro. Noté con alegría que la nave era muy obediente y se manejaba con facilidad… Aguanté muy bien el estado de imponderabilidad. Resultaba un poco raro dormir con los brazos ingrávidos, pero aprovechando la experiencia de Germán Titov, durante el sueño, los metía debajo del sistema de suspensión.

—Cuando conversábamos con Valeri por el canal de onda corta, tuve la sensación de que estábamos sentados en la misma habitación, charlando de espaldas. ¡Un verdadero efecto de presencia! A veces parecía que junto con las radio-ondas penetraba energía en la nave y aumentaban las fuerzas y mejoraba mi estado de ánimo. Sentí esto singularmente cuando hablé con Nikita Jrushchov. Dicho sea de paso, Nikita Sergueivich es ahora un magnífico radio telegrafista. Conversábamos con él ateniéndonos a todas las reglas de radioenlace: aprovechamos las notas de sintonía; escuchábamos el éter y terminábamos la frase con la palabra “recepción”.

—Me siento feliz —terminó diciendo Valia—. Todo lo que hay de bueno en mí se lo debo a nuestro Partido Comunista y al Konsomol. Como miembro del PCUS estoy siempre dispuesta a cumplir cualquier misión del Partido y del Gobierno.

Sobre el pecho de “La Gaviota”, la maravillosa hija del siglo, quedó prendida la medalla de oro Tsiolkovsky, el primer hombre que señaló a la humanidad el caminó del Cosmos.


[1] Versión de O.O.C. Publicado en BOHEMIA, edición 40, del 4 de octubre de 1963, páginas 38-41.

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