La segunda deportación de Martí

Siempre se ha dicho que la detención y posterior destierro de José Martí en 1879 se debió a una delación. Investigaciones realizadas por el escritor y periodista Luis Toledo Sande deja en entredicho esa versión y arroja nuevas luces al respecto.

Por. / Pedro Antonio García*


Tras poco más de siete años de exilio, José Martí regresó a Cuba el 31 de agosto de 1878. A su parecer, el puerto de La Habana había cambiado poco desde su partida en 1871. La ciudad, como el resto del país, parecía adormilada con la paz pactada en el Zanjón, sin embargo los diálogos en voz baja, los silencios frecuentes ante la llegada de desconocidos, las hojas clandestinas compartidas de mano en mano, presagiaban que el espíritu independentista del pueblo cubano se mantenía vivo.

El Apóstol y su hijo José Francisco, 1879. / Autor no identificado

A pocos días de su arribo, el recién llegado solicitó ante la Audiencia su habilitación para ejercer como abogado. Al efecto presentó un certificado acreditativo de haber culminado su carrera pero al no poseer el título (no lo había podido tramitar por carecer del dinero necesario) su solicitud no fue aprobada. Rápidamente contactaron con el joven Pepe los patriotas captados por el Comité Revolucionario Cubano radicado en Nueva York, quienes le impusieron de los planes conspirativos con vistas al estallido de una nueva gesta emancipadora.

El 22 de noviembre su esposa, Carmen Zayas Bazán, dio a luz a su hijo José Francisco. El estrenado papá comenzó a trabajar como pasante del abogado Nicolás Azcárate; como este se preocupaba más de la literatura que de los asuntos jurídicos, se vio obligado a simultanear labores en el bufete de Miguel Viondi, aparte de impartir clases en un colegio de la calle San Ignacio.

También por aquellos días conoció mediante Nicolás Azcárate a Juan Gualberto Gómez, un joven y talentoso periodista hijo de antiguos esclavos. Una sola conversación les unió en una definitiva amistad.

El conspirador

Ya en 1879 los patriotas independentistas liderados por el coronel mambí Pedro Martínez Freyre constituyeron el Club Central Revolucionario de La Habana. A Martí lo eligieron vicepresidente. El joven pasante comenzó a utilizar las oficinas del bufete de Miguel Viondi para sus afanes conspirativos junto con Juan Gualberto, ante la risueña complicidad del propietario, quien nunca les reprochó nada.

Al oír sus disertaciones en los liceos capitalinos y tertulias literarias, los autonomistas trataron de sumarlo a su causa y le ofrecieron una candidatura a diputado en las Cortes españolas. Pepe les respondió aceptarla solo “para defender lo único que a mi juicio puede defender allí un cubano sensato: la independencia de Cuba”. En el banquete ofrecido por los afiliados de ese Partido al periodista Adolfo Márquez Sterling, reiteró su opinión sobre tal ideología: “Los derechos se toman, no se piden, se arrancan, no se mendigan […] Si hemos de ser, más que voces de la Patria, disfraces de nosotros mismos […] entonces quiebro mi copa, no brindo por la política cubana” y uniendo el gesto a la palabra hizo añicos el vaso contra el piso.

Antiguo Liceo de Guanabacoa, hoy Casa de la Cultura Rita Montaner. Aquí Martí pronunció su célebre discurso en presencia del Capitán General Ramón Blanco. / Autor no identificado

Esta intervención fue publicada al día siguiente por el dirio La discusión. No es de extrañar que al Capitán General Ramón Blanco le interesara mucho asistir al homenaje del Liceo de Guanabacoa al violinista cubano Rafael Díaz Albertini en donde estaba anunciado el futuro Apóstol como orador. En un discurso improvisado, el autor de Abdala argumentó la aspiración cubana a la independencia. “Quiero olvidar lo que he oído y pensar que es un loco el que en mi presencia ha dicho cosas tan censurables”, afirmó el militar español al finalizar el acto. Y añadió a continuación, como hablando consigo mismo: “Un loco muy peligroso”.

La detención

El 24 de agosto de 1879 estalló la segunda gesta independentista cubana, conocida como la Guerra Chiquita. Los patriotas habaneros no secundaron de inmediato la insurrección pues carecían aún de medios suficientes. El plan concebido por Martí, Juan Gualberto y sus compañeros era levantarse en armas al sur de Güines, una vez llegado del exterior un cargamento de armas y pertrechos. Como buen conspirador, el joven Pepe siguió su vida normal en los bufetes, asistió a veladas y tertulias, y anunció a un periódico local que en septiembre impartiría una serie de conferencias sobre América en el Ateneo capitalino.

Bufete de Miguel Viondi, donde el joven Pepe trabajó como pasante, tal como se conserva en la actualidad. / Autor no identificado

El 17 de septiembre de 1879, luego de un delicioso almuerzo, Juan Gualberto Gómez y José Martí saboreaban el café preparado por Carmita Zayas Bazán cuando tocaron con fuerza a la puerta de la casa. Era la soldadesca española con la orden de detener al Apóstol.

Después de calmar a Carmita, quien solo atinaba a decir: “Se lo llevan Juan, se llevan preso a Pepe”, el amigo salió a la calle y con mucho cuidado, siguió al detenido y sus celadores hasta la Jefatura de Policía. Una vez conocido el destino de Martí, fue a ver a Nicolás Azcárate y le comunicó la noticia. Este partió a hacer gestiones ante las autoridades coloniales. Miguel Viondi se dirigió a su bufete para destruir los papeles comprometedores que el joven Pepe ocultaba allí.

Las gestiones de Azcárate fructificaron y le suspendieron al Héroe Nacional cubano la incomunicación. El Capitán General dispuso su deportación sin que se le instruyera causa ni le celebraran juicio. Se cuenta del intento de un funcionario español de comprar la traición del joven pasante. La respuesta fue contundente: “Dígale al general que Martí no es de raza vendible”. El 25 de septiembre, en el vapor correo Alfonso XII, partió hacia su segunda deportación.

Pronto Juan Gualberto Gómez, igualmente detenido y luego deportado, seguiría su rumbo.

Dos aclaraciones importantes

Siempre se ha dicho que la detención y posterior destierro de José Martí en 1879 se debió a la delación de un traidor al servicio de la Inteligencia española, infiltrado entre los conspiradores. Investigaciones realizadas por el escritor y periodista Luis Toledo Sande, uno de los biógrafos más relevantes del Apóstol, deja en entredicho esa versión y arroja nuevas luces al respecto.

Según este autor, basándose en referencias testimoniales del propio Héroe Nacional, denuncias hechas públicas por él provocaron la animadversión de las autoridades colonialistas sobre su persona. Explica Toledo Sande: “Se le encarceló y deportó luego porque había descubierto planes del Capitán General –el mismo que fue a escucharlo al Liceo de Guanabacoa– para azuzar a los cubanos negros contra los cubanos blancos y crear así un caos racial que distorsionara la índole nacional de la rebelión”.

Una sola conversación con Juan Gualberto Gómez, un joven y talentoso periodista hijo de antiguos esclavos, les unió en una definitiva amistad. / Ilustración: Aurelio

Muchos se preguntan hoy día por qué si Martí iba deportado a Ceuta, en la costa de África, lo mandaron a Europa en un vapor correo sin planes de navegar por el Mediterráneo y siempre puso proa rumbo al mar Cantábrico. ¿Tenía Ramón Blanco tantos deseos de deshacerse del joven pasante al montarlo en la primera nave que partía de La Habana hacia la península?

Tras desembarcar el cubano en el puerto de Santander el 11 de octubre, otro pasajero del Alfonso XII, Ladislao Setién, diputado a las Cortes españolas, supo de su caso y le disgustó mucho su deportación sin instrucción de causa ni juicio. Dos días después el político ibérico consiguió la libertad bajo fianza del desterrado, quien obtuvo autorización de trasladarse a Madrid el 23 de ese mes.

Ya a mediados de noviembre el gobierno español anuló la disposición de deportarlo a Ceuta. El Apóstol pudo entonces asistir al teatro, visitar el Museo del Prado e incluso presenciar varios debates parlamentarios donde algunos diputados solicitaron infructuosamente la adopción de una política más liberal de la metrópoli con Cuba

A modo de epílogo

En un día de diciembre de 1879, aun no precisado por la historiografía, Martí abandonó clandestinamente España y se refugió en Francia. El 4 de enero de 1880 llegó a Nueva York. El Comité Revolucionario Cubano (CRC), centro organizador y coordinador del movimiento insurreccional, contactó rápidamente con él y lo designó uno de sus vocales. A finales de enero pronunció su primer discurso en la sala de conferencias Steck Hall con lo que comenzó una intensa labor de propaganda y de forja de la unidad en la emigración revolucionaria.

Cuando Calixto García partió hacia Cuba a incorporarse a la Guerra Chiquita, al joven Pepe lo designaron presidente interino del CRC, responsabilidad asumida hasta mediados de junio. Pero ya la gesta independentista agonizaba y en octubre el Héroe Nacional le envió al general Emilio Núñez la célebre carta donde le aconsejaba deponer las armas pues ya no había posibilidades de continuar la lucha y la patria lo necesitaba vivo para las futuras contiendas por la independencia.

La Guerra Chiquita elevó a Martí a la categoría de dirigente nacional. Él se percató como ningún otro líder revolucionario de los errores y desaciertos cometidos, y halló las soluciones correctas para enmendarlos. A partir de 1880 desarrolló una labor paciente de aunar voluntades. En 1895 la espada dejada caer en el Zanjón volvió a alzarse refulgente en la manigua cubana.

*Periodista y profesor universitario. Premio Nacional de Periodismo Histórico por la obra de la vida 2021.

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Fuentes consultadas

Los libros Martí, el Apóstol, de Jorge Mañach; Cesto de llamas, de Luis Toledo Sande; Por Cuba libre, de Juan Gualberto Gómez, y José Martí, 1853-1895. Cronología, de Ibrahím Hidalgo.

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