Alejo Carpentier responde un cuestionario en la redac-ción de Bohemia, el 20 de diciembre de 1974. / Archivo de Bohemia/ José Rivas
Alejo Carpentier responde un cuestionario en la redac-ción de Bohemia, el 20 de diciembre de 1974. / Archivo de Bohemia/ José Rivas

Por siempre un escritor vivo

A propósito del aniversario 120 de uno de los más trascendentales escritores cubanos y del mundo, BOHEMIA rinde homenaje

Este texto forma parte del dosier Carpentier en su 120 aniversario 


Locuaz e impenitente conocedor de las artes, Alejo Carpentier Valmont (26 de diciembre de 1904-25 de abril de 1980) legó una obra abarcadora y raigal que desconoció ismos y moldes. Devino figura prominente de la vanguardia estética y el pensamiento en la mayor isla de las Antillas desde una cosmovisión que asimiló y enalteció las culturas cubana, caribeña y latinoamericana.

Reconocido primer cubano en conquistar en 1977 el Premio Miguel de Cervantes, el más importante lauro literario de la lengua castellana, Carpentier descolló como acrisolado musicólogo, promotor cultural, gestor de proyectos editoriales, plásticos y musicales.

Si bien nació en Lausana, Suiza, según consta en varios documentos oficiales, siempre se consideró cubano hasta la médula. Se dice que, en algún momento de su vida, se proclamó oriundo de La Habana, declaración que se presume un ardid para eludir la represión machadista, por la cual podría ser deportado como extranjero no grato.     

Fue el primogénito del arquitecto francés Georges Julien Carpentier y la profesora rusa Catherine Balmont o Blagoobrasoff, cuyo apellido en el decurso derivó en el conocido Valmont.  Entre los años 1908 y 1909, el matrimonio se instaló en La Habana, pero pocos años después viajó por Francia, Austria y Bélgica; de modo que los primeros estímulos culturales del niño alternaron entre Cuba y Europa.

De sus progenitores recibió una dedicada educación bilingüe (español y francés), esencialmente libresca y orientada hacia la música, la literatura que incentivaron en el retoño su ulterior avidez y afición por las artes en general.

Con solo 7 años ya interpretaba al piano composiciones de Chopin; apenas un adolescente leía a  clásicos del relieve de Honorato de Balzac, Emilio Zola y Gustavo Flaubert, entre otros, y a los 13 era capaz de escribir novelas y cuentos, influenciado por las lecturas de Emilio Salgari y Anatole France.

A principios de la década del 20, del pasado siglo, matriculó la carrera de Arquitectura en la universidad de La Habana para continuar el camino profesional de su padre, pero debió abandonarla para buscar empleo y contribuir a sostener el hogar. Entonces vivía en una finca en Loma de Tierra, actual municipio habanero del Cotorro.

Por aquella época, vieron la luz artículos suyos en la prensa local bajo el seudónimo de Lina Valmont. No obstante, a finales de 1922 empezó a firmar con su nombre y sus trabajos se publicaron en el periódico habanero La Discusión, donde inició su célebre sección Obras famosas, que perduraría en el tiempo hasta su muerte, pues el último artículo lo redactó para la revista gala Le Nouvel Observateur en la mañana del fatídico día.    

Colaboró con distintas publicaciones habaneras y extranjeras como El Universal, El Diario de la Marina, El Heraldo de Cuba, Social, El País, Revista Avance, Musicalia, Le Cahier, BOHEMIA, Orígenes, Nuestro Tiempo, entre otras; y llegó a destacarse como jefe de redacción en Hispania, Carteles y Tiempo Nuevo.

“El periodista es en sí un historiador, él es el cronista de su tiempo; y el que anima con sus crónicas la gran novela del futuro”, sentenció en una entrevista concedida al periódico Granma en 1976, el autor de novelas tan notables como ¡Ecue-Yamba-O! (1934), El siglo de las luces (1962), Concierto Barroco (1974), El recurso del método (1974), esta última llevada al cine por el realizador chileno Miguel Littín.

Y es que este novelista excelso, además de consagrarse con gloria a la narrativa –en la que se le considera artífice de su renovación en el continente- incursionó con similar resonancia en el ensayo y la crítica cultural periodística, a partir de los cuales disertó en torno a todas las manifestaciones artísticas.

Concibió más de 4000 artículos, en los cuales igualmente exhibió profunda erudición en tópicos vinculados con la historia, arquitectura, geografía, filosofía, política y ramas afines con estas temáticas. Textos suyos fueron musicalizados y se convirtió en libretista de varias cantatas y piezas coreográficas en las que enlazó la exuberancia de sus saberes con la de prestigiosos creadores cubanos y foráneos.  

“Alejo no solo nos mantuvo siempre en comunicación con medios culturales extranjeros al nuestro, sino que halló a toda hora el modo de divulgarlos, como un infatigable animador. (…) Fue siempre un vínculo claro y esclarecedor de las novedades vigentes o iniciales en otros mundos bien alejados del nuestro”, expresaría el Poeta Nacional de Cuba Nicolás Guillén sobre la agitada y entusiasta labor de difusión cultural.

Tras la publicación de El reino de este mundo, las novelas de Carpentier fueron traducidas a distintos idiomas, algunas en diferentes ediciones.

Esencia de un pensador

Fue un teórico excelso, de postura radical, progresista, revolucionaria y antimperialista que desbordó los límites de su tiempo. Desde muy joven se integró al Grupo Minorista (1923-1927) y fue firmante de su Manifiesto en contra del atraso cultural en que se hallaba sumida Cuba.

Por ello sufrió persecución, como los demás jóvenes del grupo, hasta que resultó apresado y acusado de comunista. Cuando se decretó la libertad bajo fianza para los cubanos, se negó a pagarla y continuó recluido, declarándose “cubano por nacimiento”. Mientras, redactaba la versión preliminar de su primera novela ¡Ecue-Yamba-O! (1934).

Dos lustros después de aquellos acontecimientos el destacado intelectual Juan Marinello, uno de los minoristas de entonces,  resumiría sobre el actuar del escritor en aquellos años: “lo criollo le atrajo poderosamente; sintió de cerca lo africano trasplantado a la Isla, el son del mulato, el tono coloquial”.

“Su obra escrita y su conducta, perdurarían más que ningún otro símbolo”, calificó el líder histórico de la Revolución Cubana al más universal de los escritores cubanos. / radioenciclopedia.cu

Tras ser excarcelado por gestiones de Emilio Roig de Leuchsenring, permaneció cerca de un año en La Habana y luego emigró a Francia donde vivió durante más de una década. Allí se afilió al movimiento surrealista y colaboró en la revista La Revolution Surrealista junto al escritor galo André Breton.

Viajó, asimismo, por España y México. Se afincó durante un tiempo en Venezuela donde publicó una de sus más notables novelas: El reino de este mundo (1949), con la cual refrendaría el significado de la lucha por la libertad para los esclavizados, sometidos y/o marginados, como modelo de transformación real, genuino para nuestras sociedades, incluso, en la contemporaneidad.

“A cada paso hallaba lo real maravilloso. Pero pensaba, además, que esa presencia y vigencia de lo real maravilloso no era privilegio único de Haití, sino patrimonio de la América entera”, sentenciaría el propio Carpentier en el prólogo de este texto que compendiaría la consistencia de sus principios, enlazados a la creación literaria y su existencia misma.

Aunque tuvo una instrucción de ascendencia europea, supo con magistral donaire impregnarse de la espiritualidad, las raíces y la sabiduría de nuestros pueblos originarios para aprehender el concepto de lo “real maravilloso” que singularizó su creación toda y movilizó la reflexión artística de sus contemporáneos sobre nuestras culturas e identidades mestizas. 

“Pocos artistas han logrado estructurar, partiendo de su sensibilidad y pensamiento estético, una categoría cultural de tan vasto alcance. Lo barroco americano y lo real maravilloso dan una imagen de tal complejidad y belleza que solo puede ser entendida por los hombres que perciben las contradicciones, paradojas, contrastes y antagonismos de la vida cultural y política del continente como algo cotidiano”, significó el doctor Armando Hart Dávalos en uno de sus artículos para el diario digital ¡Por esto!

Al triunfo de enero de 1959 regresó a Cuba y se integró al naciente proceso social. Fue director Ejecutivo de la Editorial Nacional de Cuba; impartió clases de Historia de la Cultura en la Universidad de La Habana. Junto con Nicolás Guillén y Roberto Fernández Retamar llevó adelante la revista Unión. La mayoría de sus novelas, los relatos como El arpa y la sombra, los dos volúmenes de Crónicas se publicaron durante el período revolucionario.

Fue acreedor de distintos galardones y distinciones a lo largo de su trayectoria creadora, entre los más significativos estuvieron los premios Alfonso Reyes en Ciencias y Literatura (1975), conferido por México; el Medicis Extranjero (1979), máximo reconocimiento francés para escritores foráneos; la Orden José Joaquín Palma, de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), por sus cincuenta y tres años de trabajo ininterrumpido como periodista.

Graziella Pogolotti, en entrevista concedida al colega Yuris Nórido en 2020, autenticaría la trascendencia y universalidad de este intelectual excepcional, cuando declaró:

“Él sigue siendo un escritor vivo. Su obra se publica cada vez más en el mundo. En todas partes existen investigadores que le dedican libros, tesis de doctorado y estudios académicos. La obra de Carpentier sigue teniendo muchos misterios que vale la pena explorar”.


Comparte en redes sociales:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.

Te Recomendamos