Ilustración. / Liliam Durán Ballesteros (especial para Bohemia)
Ilustración. / Liliam Durán Ballesteros (especial para Bohemia)

Pugilismo de guante blanco

Amigo de escuchar a los demás y razonar, Carpentier supo al mismo tiempo defender con pasión las opiniones que consideraba justas

Este texto forma parte del dosier Carpentier en su 120 aniversario


El 13 de julio de 1947 (p. 45) la sección En Cuba, de BOHEMIA, con voz indignada alertaba: “¡Esto…no puede suceder!” y explicaba que la Orquesta Filarmónica de La Habana se hallaba en peligro de desaparecer por falta de recursos. Luego, aludía a una polémica aún fresca, pues apenas cuatro meses antes captó la atención de los interesados en la buena salud de la música sinfónica en el país.

Fotografía realizada en La Habana, en 1943. De izquierda a derecha: Carpentier, Kleiber y el pintor Wifredo Lam. / habanaradio.cu

“Alejo Carpentier y José Aixalá cruzaron sus frases envueltas en curare, aquel desde Caracas y el cervecero ripostando desde Cuba”, recordaba Enrique de la Osa, redactor de la sección, cuyas críticas se dirigían contra el segundo de los contendientes.

Razones no le faltaban y estas las había resumido en una información comentada que incluyera en el número del 30 de marzo: “Como resultado aparente de un largo conflicto entre la devoción artística y la frivolidad social, del que salió gananciosa esta última, acaba de despedirse de sus admiradores cubanos el director de la Orquesta Filarmónica Erich Kleiber”, quien había logrado elevarla a una de las primeras de América.

De penoso calificaba el periodista el desenlace y responsabilizaba a Aixalá, presidente del Patronato Pro Música Sinfónica, cuyos gustos al parecer se limitaban a las piezas ligeras; a la par, desdeñaba las composiciones de autores cubanos, entre ellos Amadeo Roldán.

Parto dificultoso

Refiere el investigador Leonardo Depestre que, contratado por dicho Patronato, “Erich Kleiber dio su primer concierto en esta ciudad el 25 de marzo de 1943, en el teatro Auditórium”. A propuesta suya, “el 19 de noviembre de 1944 […] se iniciaron los llamados ‘conciertos populares’ de los domingos, dirigidos a estimular el disfrute de la música entre un número creciente de espectadores.

“Entre 1943 y el 24 de marzo de 1947 Kleiber dirigió 80 conciertos al frente de la Orquesta Filarmónica de La Habana, de ellos 40 fueron primeras audiciones o estrenos. Bajo su batuta se ejecutaron obras de los autores clásicos, aunque además de compositores nacionales, como José Ardévol y Alejandro García Caturla. También desfilaron por la orquesta notables solistas invitados, entre ellos el violinista Yehudi Menuhin y el pianista José Echániz, muy famosos ambos por entonces”.

Según expone Enrique Río Prado, en su artículo El “caso Kleiber”. Polémica cubana entorno a una figura universal, durante su estancia en Cuba el virtuoso se propuso “trabajar para una audiencia inclusiva de todas las capas sociales”. Con una perspectiva amplia, reorganizó la agrupación y “logró en el conjunto un empaste, una expresividad, un conocimiento de las obras y los estilos interpretados dignos de cualquier institución sinfónica europea”.

Tamaña labor no se concretó sin conflictos. A finales “de 1945 Agustín Batista es sustituido en la presidencia del Patronato por Pepito Aixalá […] y de inmediato surgen entre Kleiber y la institución rectora algunos enfrentamientos por desacuerdos en la selección de obras programadas, que amenazan con deteriorar las hasta ahora excelentes relaciones entre ambos. Salen a relucir los gustos de los socios […] por las fáciles melodías de Strauss, de las operetas y los valses”.

Al clímax llegó el desacuerdo cuando le exigieron al músico sustituir la presentación de la ópera Don Giovanni, de Mozart, por Rigoletto (una pieza de Verdi ya representada en La Habana varias veces). “El maestro vienés, enojado, se negó a dirigir y fue traído para sustituirlo al director del Metropolitan neoyorquino, Fausto Cleva. Se acercaba el final de temporada y Kleiber anunció su renuncia y partida definitiva de Cuba”.

Como sustrato, las raíces del diferendo tenían, además, el rechazo de parte del público a las tendencias nacionales más innovadoras. Río Prado puntualiza: “La producción de los compositores cubanos de vanguardia [emprendida en los años 30 del siglo XX] fue siempre música selecta de minorías, dirigida a los oídos de especialistas iniciados y algún que otro esnob o familiar de los compositores”.

Sin cortapisas, Alejo Carpentier señaló el limitado horizonte cultural de quienes sostenían económicamente a la Orquesta Filarmónica. / Archivo de BOHEMIA
En su réplica, José Aixalá intentó librar de responsabilidades al Patronato. / Archivo de BOHEMIA

Dos misivas candentes

La decisión de Kleiber movilizó a su favor a numerosos colegas, por ejemplo, los integrantes del Grupo de Renovación Musical; y a intelectuales y periodistas, quienes dieron a conocer sus opiniones en los órganos de prensa y la correspondencia privada.

BOHEMIA se sumó a la controversia pública con el citado comentario (en marzo) de Enrique de la Osa y una misiva firmada por Alejo Carpentier que se insertó en la edición del 13 de abril de 1947 con el epígrafe de “Sobre el problema de la Filarmónica” y éste título: Carta abierta a José Aixalá.

“Usted representa una fuerza adversa a nuestra Orquesta Filarmónica, tan envidiada y admirada en el resto del continente americano”, recrimina sin ambages el novelista.

Luego relata cómo surgió la agrupación en los años 20 y logró sostenerse, pese a graves limitaciones de recursos, antes de contar con el auspicio del Patronato y el favor de la élite habanera, que hasta 1939 (cuando se volvió “distinguido” ir a las funciones de música sinfónica en el Teatro Nacional) ignoró sus actuaciones.  

“La salida de Kleiber de la Orquesta Filarmónica […] nos desprestigia ante el continente entero […] llego a la conclusión de que ustedes no consideran nuestra orquesta como una empresa de cultura, sino como un pasatiempo intrascendente, propiciador de digestiones apacibles, exhibiciones de vestidos –feria de vanidades en pleno”, denuncia el polemista. 

Fiel a la práctica de darles espacio a los diferentes puntos de vista sobre asuntos controversiales, el semanario divulgó el 27 de abril la réplica de José Aixalá (Carta abierta a Alejo Carpentier). El representante del Patronato tildó a su oponente de poco informado e hizo recaer sobre el director austriaco la responsabilidad de todas las disposiciones tomadas en torno a la Filarmónica.

Supuestamente, fue el propio maestro, sin presión externa alguna, quien decidió posponer el estreno de la ópera Don Giovanni –por pensar que “se tropezaría con muchas dificultades para contratar los artistas capaces de darle una debida interpretación”– y ofrecer en su lugar la Bohème y Rigoletto. Asimismo, aseguraba Aixalá, desde tiempo atrás el ilustre invitado deseaba regresar a Austria y se lo había comunicado.

En 1950 la Orquesta Filarmónica incluía entre sus actuaciones principales los conciertos populares, práctica iniciada en el decenio anterior. / Archivo de BOHEMIA

A los defensores de Kleiber no convencieron tales “argumentos”. Carpentier escribió en mayo de 1947 una contrarréplica que no llegó a publicarse, al menos en BOHEMIA; exaltado, rebatía las impugnaciones:

“Un poco más y me calificaría usted de irresponsable y de inconsciente […] Pero quiero decirle […] que, contrariamente a lo que pudiera usted creer, obré [con] cautela, esperando varias confirmaciones, varios testimonios, antes de acusar. (¡Tendrá usted que reconocer que yo no he inventado unas razones, que podían leerse en letra de molde en toda la prensa habanera!)”. 

Especifica el literato que entre esos artículos, donde “bullía un parecido enojo”, se incluía el de un escritor cubano distinguido por su “cortesía, serenidad y sentido de la mesura”.

Sin embargo, antes de participar en el debate desde Venezuela prefirió esperar “las declaraciones del Patronato, publicadas en un número del diario Información. Dichas declaraciones me parecieron tan pobres, tan ambiguas, tan aquejadas de complejo de culpabilidad –recalca en la epístola–, que consideré la situación como absolutamente definida. Ustedes habían cometido un yerro monumental, y no sabían cómo salir del paso ante la opinión pública”.

Dedica los siguientes renglones a insistir en la relevancia del músico agraviado: “He conocido canadienses, por ejemplo, que ignoraban dónde se hallaba la isla de Cuba en el mapa de América, pero sabían que Erich Kleiber, exdirector de la Ópera de Berlín, el maestro de los conciertos populares de Bruselas […] se encontraba en La Habana y dirigía nuestra Orquesta Filarmónica”. Y reitera que este no se marchó por voluntad propia.

Acto seguido, Carpentier critica a los patrocinadores por proclamar sin descanso cuánto dinero les cuesta mantener ese conjunto. Asimismo, rebate la afirmación de Aixalá en cuanto a que ellos no se inmiscuyen en la elaboración de los programas para las funciones. Molesto, les reprocha: “La Orquesta Filarmónica de La Habana pertenece, ante todo y sobre todo, al Patronato y a sus amigos”.

Tal misiva se resguarda en los fondos de la Fundación Alejo Carpentier. Plantea la doctora Graziella Pogolotti, presidenta de la entidad, que el lenguaje empleado por el narrador en la controversia es “de una virulencia extraordinaria, muy poco frecuente” en él, aunque su “argumentación es muy sólida”. Además, la intelectual cubana maneja una hipótesis: la dirección del semanario desestimó la contrarréplica porque el imputado José Aixalá era una “persona prominente en la sociedad habanera y en el mundo financiero, representaba un poder económico y social”.

¿Habrá ocurrido así, en blanco y negro, sin matices? ¿Miguel Ángel Quevedo y su jefe de información temieron correr riesgos? En ese caso, ¿cómo reaccionó el autor del nuevo mensaje ante la negativa? ¿O por alguna otra causa fue necesario posponer la salida del texto y el propio Carpentier rechazó esa opción? Una incógnita que los biógrafos del gran novelista aún deben dilucidar.


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