Foto./ Leyva Benítez.
Foto./ Leyva Benítez.

Que arda la vida con muchas ganas

Imperativo en favor de la marcada vocación anticolonialista, la creación artística, el entendimiento entre los seres humanos y la otredad inclusiva, entre otras urgencias, lideró en la edición 44 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano


El mundo y sus realidades se complejizan todos los días. ¿Quién lo duda? Por eso, persistimos en el afán de conocernos y reconocernos. Poco importaron la llovizna pertinaz, la advertencia de posibles inundaciones en el malecón habanero, el estrés provocado debido a la crisis del transporte urbano. Los públicos tozudos, inteligentes, ávidos de ver y conocer, decidieron disfrutar, del 8 al 17 de diciembre, de la edición 44 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano en La Habana. También el esperado encuentro tuvo repercusión en otras provincias donde fueron exhibidos filmes clásicos y contemporáneos de años anteriores.

Así emergió el diálogo fraterno, imprescindible, en provecho del arte cinematográfico y de desandar lo andado, pues lo excepcional puede ocurrir más de una vez.

A pesar de las crisis económicas, políticas, sociales y culturales vigentes en los países latinoamericanos y en el resto del planeta los artistas batallan por hacer su cine, piensan cómo testimoniar vivencias, las cuales varían o dan guerra por añejas. Incluso, insisten en denunciar violencias disímiles, físicas y psicológicas, sacan a la luz dolores, urgencias, alegrías y tristezas al penetrar en intimidades de connotación social.

¿Los mayores desafíos? Recrear y representar, no reconstruir lo real. Estos son conceptos fundamentales al asumir la capacidad del arte de interrogar, cuestionar, desplegar sucesiones de acontecimientos, movilizar conciencias, despertar los sueños de larga data en la memoria.

¿Ha reflexionado sobre las escenas que lo dejaron insomne durante este Festival? ¿Y en el personaje más sufrido? ¿Tal vez volvió una y otra vez a la palabra dicha dulcemente? ¿Lo deja sin ánimo de seguir adelante la lucha de mujeres y hombres por sobrevivir? ¿Disfrutó el amor intenso tras una tragedia dura, difícil de entender?

Es imposible revisar los sentimientos y los pasos dados por estos días. Sin embargo, hay que ver e interpretar relatos venidos de cerca y de lejos.

Hablan intensamente de nosotros mismos, La mujer salvaje, de Alan González, Al fin del camino, dirigido por Ariagna Fajardo, Tótem, inspiración de Lila Avilés, Los delincuentes, realización de Rodrigo Moreno, el actor Miguel González en El otro hijo, Déjalo, de Mariana Jaspe.

El equipo creativo del filme La mujer salvaje, dirigido por Alan González, fue reconocido con un Coral y varios premios colaterales./ Leyva Benítez.
Ariagna Fajardo, directora del documental Al final del camino, mereció el ansiado Coral y galardones colaterales./ Leyva Benítez.

De ningún modo son los únicos filmes, documentales e intérpretes necesitados de visualizar nuestras verdades. Cada lenguaje alerta: el tiempo del presente es el pasado y el anuncio del futuro.

Kiro Russo, reconocido cineasta boliviano, integró el jurado de largometrajes de ficción./ Leyva Benítez.

No fue casual que el cineasta boliviano Kiro Russo reconociera en exclusiva con BOHEMIA: “Este Festival es el corazón del nuevo cine latinoamericano. Debemos buscar nuevas maneras de expresarnos. Hoy cualquiera tiene una cámara en el bolsillo. Es insuficiente el dominio tecnológico, la forma de contar lo nuestro valida el estilo, la mirada propia, lo distintivo. Es un peligro olvidarse de lo que ocurre y cómo ocurre. La descolonización es una manera de contrarrestar la hegemonía ganada por Estados Unidos”.

Tal presupuesto condiciona el registro de múltiples preocupaciones en historias sobre la familia, la emigración, el desapego, el desamor, las relaciones entre padres e hijos, la búsqueda de mejores condiciones de vida, los accidentes inesperados, la soledad, la adolescencia… Nada les resulta ajeno o extraño a guionistas, directores, productores, fotógrafos, actores, actrices, escenógrafos, maquillistas. Todas las especialidades aportan consistencia al discurso visual, este nutre la investigación multidisciplinar, las dimensiones lingüísticas, icónicas, culturales, y establecen la calidad de un relato novedoso, interesante, motivador de búsquedas y hallazgos poco complacientes.

¿Olvidamos el humor, la parodia, y el dinamismo al presentar lo real-histórico, al establecer conexiones valiosas, duraderas, con las mayorías?

Trascendió en intercambios, carteles, teorías y prácticas llevadas a la pantalla grande un consenso: en el siglo XXI son insuficientes determinadas soluciones al uso: títulos atrayentes, temas interesantes para las mayorías, actores o actrices orgánicos al desempeñar sus personajes. Es preciso enfrentar al espectador consigo mismo en medio de una nueva realidad –es decir, con otra significación– y esto debe conmoverlo.

Con una muestra de carteles se rindió homenaje al notable escritor Italo Calvino./ Leyva Benítez.

Sin límites de geografías ocurren revoluciones sin precedentes en la visualidad, lo cual deviene reto. La memoria colectiva exige juegos riesgosos. Incorporar poéticas, palabras, avances, ver, caminar, sí, mucho caminar en pos de la curiosidad. Apremia enfrentar el riesgo, las complicidades, los cruzamientos de pareceres. El orden medular de las cosas puede incentivar el deseo de transgredir y decir de otra manera. Lo humano continúa siendo un asunto de aspiraciones y conductas.

Pensar el cine nutre la relación artista-puesta-públicos. Los valores éticos, estéticos, las historias perturbadoras, la ternura, los sueños creativos formularán no las últimas ideas, sino algunas propositivas para ser conscientes de que uno mismo existe, de que uno es.

Dialogar y conocer al otro ser humano fue un imperativo del Festival./ Leyva Benítez.

Sentimos elocuente al maestro uruguayo Eduardo Galeano al expresar su visión del mundo: “Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Hay gente de fuego sereno, que ni se entera del viento, y gente de fuego loco, que llena el aire de chispas. Algunos fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni queman; pero otros arden la vida con tantas ganas que no se puede mirarlos sin parpadear, y quien se acerca, se enciende”.

Mantener las obsesiones de recordar debe sustentarse en la artisticidad, en el fulgor de la intuición orientada desde el aprendizaje, el disfrute, el convencimiento de ser un mar de fueguitos.

Para resistir y salvarnos: que arda la vida con muchas ganas.

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